No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

domingo, 27 de febrero de 2011

El Planeta de los estúpidos de Juan López de Uralde, y el ecologismo que viene.

“Los políticos hablan, los líderes actúan”, es el mensaje que llevaban impresas las pancartas que Juan López de Uralde  y Nora Christians portaban en el palacio de Christiansborg en la cena de gala de los Jefes de Estado correspondiente a La Cumbre Climática de Copenhague de 2009 y que acabó dando con los huesos de ambos en la cárcel por tres semanas. Este es el punto de partida de El Planeta de los estúpidos (Ed. Temas de hoy). Y no deja de resultar curioso, porque este libro muestra muy claramente la conversión del activista en político, lo que a buen seguro le dará la oportunidad de cambiar el mensaje.
Después de contar sus inicios y sus primeras motivaciones en el movimiento ecologista  y como de Phoracantha llegará hasta Greenpeace y su emblemático Rainbow Warrior en unos tiempos en los que la defensa del Medio no era una prioridad para casi nadie, comienza el autor a desgranar uno a uno y sin mucha profundidad las cuestiones que considera fundamentales para explicar el porqué el comportamiento humano con su planeta merece el adjetivo de estúpido.  El cambio climático ocupa un lugar especial como no podía ser de otra manera para concluir con la evidente e inevitable condena a la falta de voluntad real de los dirigentes de los países occidentales para abordar seriamente el asunto. En la segunda parte del libro desgrana los problemas ecológicos más concretos. El petróleo y las consecuencias de su abuso y transporte, las amenazas a la biodiversidad, donde después de una introducción general pasa de puntillas por temas concretos (pero de seguro interés para el lector) como los derechos de los animales y dentro de este apartado la tauromaquia (ver en este blog la entrada dedicada a En defensa de los toros de Jesús Mosterín (Ed Laetori) http://elpolemista.blogspot.com/2011/01/favor-de-los-toros-de-jesus-mosterin-y.html  ) para oponerse a ella.
El agua es un personaje principal  en la obra. Los océanos, las presas, la pesca, donde critica la explotación que Occidente realiza en las costas africanas, y el uso que realizamos los españoles de un recurso tan escaso denunciando regadíos poco respetuosos con el Medio o más concretamente el paralizado Plan Hidrológico Nacional que iniciara el anterior gobierno conservador. Los bosques, el urbanismo, la basura y la alimentación cierran la segunda parte de El Planeta. Antes de pasar a la tercera no puedo dejar de mencionar en este último tema de la alimentación un magnífico e inquietante libro editado este último año por la editorial Los libros del lince de Gustavo Duch como es Lo que hay que tragar. (Una de las carencias de El Planeta de los estúpidos es la bibliografía empleada, tan parcial como escasa). En el libro de Duch las injusticias que están detrás de lo que ponemos en nuestros platos pueden provocar más de una indigestión.
La parte final del alegato de López de Uralde está dedicado a las energías en una encendida defensa de las renovables frente a la nuclear y como estas no se deben limitar a una sola sino que a través de la unión y mezcla de ellas pueden sustituir a la segunda.
Por último el autor llama a la participación política y a la necesidad de la unidad ecologista en esta tarea, que en realidad es el objetivo real del libro. Y quizá ahí este la debilidad de El Planeta de los estúpidos, porque planteando tantos temas complejos como si fueran un programa electoral los termina por simplificar hasta el punto de dejar una sensación de falta de sustancia real. Y es que es muy difícil sostener posiciones que desde el activismo permiten cierto maniqueísmo simplista donde la ideología que le mueve a uno es un exonerante de cualquier exceso frente a toda intención de lucro que deslegitima la acción sea cual sea, pero una vez que hay que trasladarlo al plano político plantea algunos problemas, máxime cuando lo que pretende es llevarlos a unas elecciones. Casi todos los temas que nos plantea el autor en clave de “no molestar a nadie” van a chocar más tarde o más temprano con la realidad incluso para aquellos que los defienden.
Muchos de los prejuicios ecologistas respecto a lo “autóctono”, lo “natural”, lo “experimentado”… no encajan con las necesidades humanas que buscan en el progreso y el descubrimiento soluciones. Pero aun más, los criterios de acción política buscan soluciones concretas a problemas inmediatos que a veces son inabarcables desde el “buenismo” ideológico.
El Planeta de los estúpidos está a medio camino entre lo que fue el Die Grunen (Los Verdes alemanes) de los ochenta, un “antipartido”, y lo que es ahora, un partido pragmático completamente alejado de sus postulados iniciales en cuestiones esenciales y capaz de llegar a acuerdos en materias que sonrojarían al activista ecologista. Esa es probablemente la mayor debilidad que plantea la propuesta del autor que tiende a simplificar para evitar definirse con claridad. Porque en efecto, temas como lo nuclear, los transgénicos (asunto que sin duda planteará especiales problemas llevar al plano concreto por lo débil de la argumentación), el agua… en España no son abarcables desde la sola ideología sino que la única forma de afrontarlos está mucho más cerca del pragmatismo y el acuerdo.
En fin, este libro puede ser una buena forma de promocionar los primeros pasos de Equo y a su líder, y en ese sentido además ayuda el estilo muy directo y fácil con el que está escrito, pero no pasará a la historia del ecologismo escrito ni aportará nada nuevo al lector medianamente informado. Aun así, merece la pena acercarse a él y conocer una propuesta que en muchas cosas llama a un sentido común que aunque debiera entrar en lo obvio, parece a veces no existir. Y es que ciertamente, es una deficiencia democrática del sistema de partidos español no contar con una opción verde consolidada como sucede en todos los países de nuestro entorno. Equo apunta en esa dirección y puede ser una buena noticia para el electorado español aunque esa es otra historia y las circunstancias electorales con las que se va a encontrar Juan López de Uralde no serán las mejores para lograrlo.

lunes, 21 de febrero de 2011

La España de los otros españoles de Carles Bonet y el encaje de Cataluña en España.

La España de los otros españoles (Ed. Planeta) es definido por su autor como “la historia de una memoria histórica”. Y probablemente la definición se ajusta bastante bien en cuanto a que el dirigente y hasta hace muy poco Senador por Esquerra Republicana de Catalunya, Carles Bonet, hace un ejercicio de reivindicación de su visión de la relación entre España y Cataluña. La obra gira en torno a la premisa de que los catalanes desde su especificidad priman la idea de libertad a la de unidad y divide la relación entre estos y los españoles en tres etapas históricas: Una primera que denomina Pactismo, donde a través de la figura de Fernando el Católico narra la unión aragonesa-castellana en clave del pacto y constitucionalismo de los primeros frente a la pujanza y política imperial de los segundos que intentarán homogeneizar el reino resultante hasta donde les será posible provocando los primeros problemas (Germanías, Antonio Pérez, Guerra dels Segadors, Guerra de Secesión…).
El segundo periodo llamado Intervencionismo se centra en Antonio de Capmany, Prim, y Pi y Margall. Los políticos catalanes participan sin reservas en la creación de la nacionalidad española que supere el antiguo régimen pero el absolutismo fernandino lo impide abriendo una asincronía evolutiva entre Cataluña y el resto del Estado que deriva en la diferenciación de los intereses de ambos, a lo que los catalanes responderán con federalismo y proteccionismo frente al agrarismo y librecambismo español. Los cambios que tanto Prim como Pi y Margall introducen en España desde sus respectivas presidencias se perderán con la entrada de Pavía en el Parlamento en 1874.
Y el último tiempo en esta tortuosa para el autor relación será la del Catalanismo como consecuencia del naufragio federalista: Francesc Cambó y Lluís Companys fracasarán en el intento de “catalanizar” España porque el primero es incapaz de armonizar el catalanismo desde posiciones conservadoras y el segundo al ver como el final de la República acaba con su visión social del mismo.
Posteriormente analizará la recuperación de la Generalitat por Tarradellas, el consecuente reconocimiento de esta por los españoles, y el apoderamiento que el nacionalismo español ha hecho de la Constitución primando la España única sobre la plural.
Nunca sabremos como hubiera sido este libro si el autor no tuviera un compromiso político tan concreto, pero lo cierto es que La España de los otros españoles se enmarca en ese habitual doble discurso que todo nacionalismo utiliza cuando el mensaje va dirigido hacia “los propios” o a “los ajenos”. En este caso es claramente el segundo, (no en vano la obra está escrita en castellano y no hay edición en catalán) porque la conclusión de este libro es integradora y amistosa, mucho más cercana de lo que el autor admitiría a Francesc Cambó que a cualquiera de los actuales dirigentes de la Esquerra Republicana a la que él pertenece, salvo por los aspectos sociales de su tesis. En este sentido hay que reconocerle a Carles Bonet el mérito de haber sabido compaginar una visión de la Historia desde la izquierda basada en la lucha de clases (bastante suavizada) con otra nacionalista que interpreta que todo pueblo está destinado a crear su propio Estado. Ambas son contradictorias, pero en este caso las contradicciones se disuelven en una obra mucho más destinada a justificar su conclusión que a realizar un ejercicio de análisis histórico (ver en este mismo blog http://elpolemista.blogspot.com/2011/01/la-nacion-inventada-de-arsenio-y.html).
Es sin duda este el aspecto negativo de la obra. El autor confunde a España con el nacionalismo español y la génesis de este, (que él fecha en 1714 con la victoria borbónica en la Guerra de Secesión), y la ideología económica del mismo con la política. El nacionalismo español es mucho más complejo que una simple respuesta a los nacionalismos periféricos y se siente mucho más identificado con el Concilio de Toledo que con el 11 de septiembre de 1714. Otra cosa es su visión económica que tan magistralmente describe Germá Bel en su España, capital París (http://elpolemista.blogspot.com/2011/01/espana-capital-paris-de-germa-bel-y-el.html). También confunde Cataluña con el catalanismo, como si la identidad de la primera solo se explicara desde el segundo y no al revés. Para sostener este punto de vista llega a recorrer el XIX pasando “de puntillas” por los antecedentes carlistas de la ideología sin los cuales el recorrido histórico de la misma queda incompleto y claramente sesgado. En este sentido supongo que pesa la afirmación partidista de una Cataluña progresista y moderna frente a la España centralista, agraria y militarista.
La llegada del XX en La España de los otros españoles tampoco deja indiferente al lector. La comparación entre Cambó y Companys resulta realmente interesante (el autor ya había defendido al malogrado President de manera brillante frente a Carlos Rojas en la colección Cara o Cruz editada en ediciones B) aunque la conclusión resulte un tanto simple: “Y aunque Cambó ha pasado a la historia con mejor fama que Companys, este consiguió el Estatuto y aquel  solo la Mancomunitat”.
Hablando del Estatut de Nuria en este libro se repite un habitual (en determinado nacionalismo) “ajuste de cuentas” con Ortega y Gasset al que Bonet llega a calificar como mesetario en sus palabras. Sin duda ahora que la editorial Taurus ha completado la obra completa del filósofo madrileño el autor tiene una extraordinaria oportunidad para comprobar que aunque determinadas frases sacadas de contexto puedan llevar a equívoco el ideal para España de Don José se encuentra en Europa y no en Castilla.
Las conclusiones a las que se llegan de las últimas décadas de nuestra historia común en el libro sorprenden si se toma en cuenta la presencia activa y decisiva del catalanismo en la política española hasta el punto de haber sostenido en el poder a gobiernos de distintos signos. Apelar a una supuesta exclusión de lo catalán en la política del país es simplemente insostenible por mucho que esta siempre sea susceptible de mejorar o valorar en función de los intereses desde los que se juzgue. No es tampoco original la negación del asunto competencial autonómico en lo denominado como “café para todos”. Ni Bonet, ni Pujol o Artur Mas en su negación del derecho a la igualdad autonómica aportan algo diferente a lo que Prat de la Riba magistralmente definiera como países vivos (los que mantienen elementos “vivos” como la lengua)  de los muertos para referirse a las diferentes regiones que componen España.
Pero es justamente la creencia en la premisa orteguiana de que toda realidad solo es abarcable desde diferentes puntos de vista donde reside lo aconsejable de La España de los otros españoles. No solo porque es un sanísimo ejercicio de empatía histórica y de disfrute de la historia de nuestro país desde un punto de vista completamente diferente al que hemos recibido en nuestra formación, sino porque además es una obra amena, a veces divertida incluso en momentos brillante que permite comprender que palabras como las que Cambó dirigiera en las Cortes republicanas son hoy más necesarias que nunca para unos y otros:
“Lo que nosotros queremos en definitiva es que todo español se acostumbre a dejar de considerar lo catalán como hostil; que lo considere auténticamente español; que ya de una vez para siempre se sepa y se acepte que la manera que tenemos nosotros de ser españoles es conservándonos catalanes, que no nos desespañolizamos un ápice manteniéndonos muy catalanes; que la garantía de ser muy españoles está en ser muy catalanes. Y por lo tanto, debe acostumbrarse la gente a considerar este fenómeno del catalanismo no como un fenómeno antiespañol sino como un fenómeno españolísimo.”

jueves, 10 de febrero de 2011

La Santa Ignorancia de Olivier Roy y las revueltas en el mundo árabe.

Hace unos meses la editorial Península publicaba en nuestro país La santa ignorancia: El tiempo de la religión sin cultura de Olivier Roy. En este libro el islamólogo francés ahonda en la tesis que ha defendido en los últimos años para explicar los fundamentalismos religiosos: Estos no son una reacción defensiva de culturas que se sienten atacadas sino, por el contrario, la reconstrucción de una identidad religiosa en una situación de distanciamiento de la cultura provocada por la globalización. Frente a la comúnmente asumida visión de Max Weber de que las culturas son esencialmente religiosas, Roy propone la autonomía de lo religioso frente a lo cultural, lo que explica que un fundamentalismo es precisamente una ruptura con la cultura de origen. Muy recomendable para ampliar este tema, el librito que la Editorial Complutense editó en su día El Islam en Europa del mismo autor.
Pero el hecho de haber traído aquí esta obra es fundamentalmente una excusa para abordar los acontecimientos que estos días se están dando en el mundo árabe (de momento aunque amenazan con extenderse a otros países musulmanes) y reflexionar sobre si guardan o no relación con los fenómenos religiosos que tanto preocupan en Occidente. La santa ignorancia no trata el tema pero su autor sí y es una de las voces más escuchadas al respecto. En opinión de Olivier Roy no tienen nada que ver unos con otros. En el artículo titulado ¿Dónde han ido a parar los islamistas? (El País, 05/02/11) el académico galo afirma que la nueva generación árabe no está motivada por la religión o la ideología, sino por la aspiración a una transición pacífica hacia un Gobierno decente, democrático y "normal". Y desde luego no es el único especialista en apuntar en esa dirección, incluso autores como Tariq Ramadan (nieto de Hasan Al Bana, fundador de los Hermanos Musulmanes) y gran parte del Islam más próximo a Occidente mantienen esa postura y critican la ambigüedad con la que EEUU y Europa están tratando el asunto al no apoyar de manera decidida las supuestas ansias democráticas de aquellos pueblos.
Pues bien, desgraciadamente no comparto la “euforia” democrática que parece se está imponiendo en una parte de los analistas y percibo con cierto asombro como las simpatías que nos generan los enfrentamientos entre elementos populares frente a la tiranía amenazan con hacernos perder la objetividad a la hora de valorar la situación, hasta el punto que estamos asistiendo estos días en diversos medios a comparaciones que van desde la Bastilla francesa a la algo más moderada similitud entre las revueltas tunecina, yemení y especialmente egipcia con las acaecidas en los países del Este europeo en 1989. En una dirección muy diferente apuntaba el magnífico artículo de André Glucksmann titulado El fin de la fatalidad (http://www.elpais.com/articulo/opinion/fin/fatalidad/elpepuopi/20110208elpepiopi_4/Tes) donde de una manera mucho más pausada llamaba a la cautela. Y en ello quiero ahondar:
Para empezar podemos estar todos de acuerdo en que las protestas egipcias contienen tres elementos básicos: Son de naturaleza económica, reivindican cambios políticos y están protagonizadas fundamentalmente por jóvenes. Y es justamente en esa combinación similar a otros episodios de cambio europeo donde se hace la lectura comparativa. Y sin embargo ni el elemento político, ni mucho menos el juvenil son comparables a los nuestros, e incluso los económicos tienen sus particularidades que los hacen diferentes como la existencia de oligarquías corruptas de difícil desarticulación.
Para empezar el estado de opinión del pueblo egipcio es un misterio para nosotros, pero de los pocos datos de los que disponemos podemos deducir que “el clima” de opinión en el país hace más que probable un predominio claro del islamismo en caso de un proceso electoral limpio. Lo deducimos porque a pesar de que aplicar criterios sociológicos occidentales para sondear a la población de estos países es discutible, tenemos ejemplos demoledores como el de Pew Global Attitudes Project (http://pewresearch.org/pubs/1874/egypt-protests-democracy-islam-influence-politics-islamic-extremism) donde podemos comprobar como para los egipcios la relación entre religión y política supera con mucho cualquier baremo compatible con la democracia. Evidentemente nadie plantea dudas sobre el derecho de cualquier pueblo a dirimir sus diferencias políticas en las urnas, pero los pasos a seguir para llegar a ello con unas mínimas garantías para evitar el caos y la inestabilidad crónica exigen cautela, no solo por la situación geoestratégica del país que tampoco es posible pasar por alto como por la propia seguridad de los egipcios. Desgraciadamente tendemos a relacionar elecciones libres con democracia y tenemos suficientes experiencias históricas que demuestran que esto no siempre es así. Egipto entre otros datos importantes posee unas tasas inferiores al 65% de alfabetización en hombres y la mitad en mujeres, o que uno de cada cinco egipcios vive por debajo del umbral de la pobreza.
Se ha hablado mucho de los Hermanos Musulmanes en estos días, pero se tiende a olvidar que estos grupos tienen perfiles muy diferentes según se trate de sus elementos universitarios o rurales (donde tienen mayor influencia en el caso egipcio). Por cierto, no deja de ser un eufemismo su programa basado en una “democracia civil con identidad islámica”. Ciertamente líderes actuales de la organización como Essam el-Erian o Saad el-Katatni no tienen nada que ver con anteriores como Ayman al-Zawahri (número dos de Al Qaeda), o los fundadores de Hamas, pero Los Hermanos Musulmanes son una organización muy compleja que controla aspectos muy diferentes de la política como por ejemplo gran parte de la red benéfica del país (esto es común a casi todo el mundo musulmán) a través de su “filial” Gamia Charia y que les garantiza una enorme capacidad de movilización social. No en vano, pasados los primeros días de la revuelta el control de la misma ha quedado en manos casi exclusivamente del grupo, lo que da idea de quien saldría beneficiado de una situación de caos generalizado.
Respecto al protagonismo juvenil de la revuelta también se han hecho análisis precipitados, ya que los porcentajes de población joven de estos países son muy superiores a los de Europa al igual que sus tasas de desempleo juvenil (solo España las supera) y miseria. De ahí que no podamos hacer la misma lectura de las protestas egipcias que de las griegas, por poner un ejemplo donde juventud y situación económica convergen en el conflicto.
Es evidente que una situación de inestabilidad y revuelta generalizada en el mundo musulmán plantea problemas de muy compleja situación con consecuencias posiblemente decisivas en la seguridad y economía mundiales, y es por ello que soy pesimista respecto a la capacidad de los países susceptibles de sufrirlas de concluir el proceso en algo parecido a lo que los occidentales llamamos Democracia y que se asienta sobre premisas ilustradas que a su vez han necesitado de mucho más que revueltas, revoluciones o protestas como las que se están produciendo en Egipto. Ojalá este equivocado y expertos en la cuestión como Olivier Roy acierten a la hora de pronosticar un cambio positivo, pero hasta entonces creo que lo mejor es tomar cierta distancia frente a los acontecimientos y valorar seriamente los pasos a seguir. La guerra civil argelina de principios de los noventa, la toma del control de Líbano por parte de Hezbolá hace escasos días por medios convencionalmente democráticos o la llegada de grupos como Hamás (partido vinculado directamente a la Hermandad Musulmana) al poder en Gaza por la vía electoral merecen una reflexión más allá de la bien intencionada simpatía por toda lucha de la rebeldía frente a la tiranía.

viernes, 4 de febrero de 2011

Las torres del honor de Gabriel Cardona, y el papel del Rey en el 23F.

El 23 de febrero de 1981 el ejército español era un colectivo extraordinariamente disciplinado y jerárquico como no podía ser de otra forma después de una larga dictadura que aunque acabada ya, mantenía en el Ejército una estructura y un personal muy similar al de la época anterior. Este es el elemento que explicaría a juicio de Gabriel Cardona en su libro Las torres del honor (Destino) el fracaso de la intentona golpista de aquel día. Pero vamos por partes. En los últimos años del franquismo comienzan a fraguarse tensiones y conflictos en el seno de la institución militar, especialmente por las feroces rivalidades entre sectores del régimen, y más concretamente entre los tecnócratas del Opus Dei y los ultras del falangismo y aledaños. Es en ese clima donde comienza a fraguarse un “mal humor” militar que no hace más que incrementarse a medida que los cambios políticos van sucediéndose, entre otras cosas porque se trataba de un grupo que había sido formado en el adoctrinamiento y no en el conocimiento, que tenía graves problemas para aceptar el mando no militar y que además estaba decepcionado y deprimido por los escasos medios con los que contaba. Para acrecentar las tensiones la etapa viene acompañada de elementos multiplicadores como un terrorismo cada vez más activo, la legalización de partidos políticos contra los que esos mismos militares habían realizado una guerra civil o la irrupción con fuerza de los nacionalismos periféricos. Es en este ambiente donde personajes que reúnen todas las esencias del franquismo deciden dar un paso adelante.
Cardona sostiene que en el 23F confluyen tres intentonas diferentes que convergen en una. Un primer golpe liderado por Luis Muñoz, que llama de “los coroneles”, elementos muy ideologizados con apoyo de grupos como Fuerza Nueva o Falange y a los que las circunstancias les impidió intervenir activamente, un segundo liderado por Antonio Tejero y algunos capitanes de la Guardia Civil del que se aprovechó Milans del Bosch, Ibáñez Inglés, Mas Oliver y Pardo Zancada para el tercero y definitivo en manos de un Alfonso Armada que una vez perdidas las esperanzas de dirigir un gobierno de salvación nacional tras la dimisión de Suárez hizo creer a los demás que contaba con el apoyo del Rey para acabar con el régimen parlamentario. Sin embargo es la propia naturaleza franquista de aquel ejército y su capacidad de obediencia y disciplina casi ciega lo que lleva al fracaso de la intentona, porque los mismos militares que ideológicamente podían apoyar el Golpe eran incapaces de desobedecer las órdenes del superior de todos ellos que era Juan Carlos I. Esta es la tesis central de Las torres del honor, una obra que a diferencia de las anteriores del recientísimamente fallecido historiador y miembro de la Unión Militar Democrática (aunque abandonará el ejército asqueado después del 23F) aborda la historia militar española en clave de primera persona. En efecto, el libro puede servir perfectamente como unas memorias que abarcan el periodo militar del prolífico autor, y esto es una ventaja, porque además de hacer su lectura muy fluida y en algunos momentos apasionante hasta el punto de leerse “del tirón”, le permite a Cardona introducir anécdotas y episodios basados en conversaciones privadas cuando no simplemente cotilleos que aportan notablemente a la narración. Por la obra desfila el ejército franquista y sus ramificaciones, con historias como la llegada al control del PSOE en Suresnes del joven Felipe González con la ayuda del CESED (servicios de inteligencia de Franco) con el fin de arrebatar el dominio de la izquierda al PCE, la creación de Alianza Popular por militares moderados del franquismo, la connivencia de Fraga desde sus responsabilidades como ministro en las acciones y asesinatos de grupúsculos fascistas, el conocimiento y ocultamiento al gobierno español por parte de los EEUU del Golpe, la afortunadamente frustrada Operación Cervantes donde el 27 de octubre de 1982 se derribaría al Rey de manera cruenta con numerosos asesinatos de políticos y militares, o un sin fin de situaciones que a parte de refrescar la memoria del lector (o simplemente informarlo) le hará disfrutar de un extraño viaje en el tiempo donde es inevitable preguntarse si aquella etapa tan cercana en el tiempo y tan lejana en la realidad que llamamos Transición fue tan impecable e incuestionable como tantos pretenden hacen ver. El aspecto negativo del libro es su evidente carácter de “ajuste de cuentas” que en ocasiones cae en la parcialidad más propia de la memoria personal que de la historia pura y dura.
Cardona deja de manera clara y contundente la no participación del Rey en el Golpe y la absoluta lealtad de este al orden constitucional. En este sentido la afirmación recuerda al excelente El Rey y otros militares de Javier Fernández López (Trotta, 1998) donde ya quedó patente la idea de que si Juan Carlos I hubiera ordenado (o simplemente no se hubiera opuesto) el seguimiento de la intentona la totalidad de las capitanías generales hubieran obedecido sin dudarlo.
Pero no quiero pasar por alto la aparición de la diversa bibliografía que al calor del treinta aniversario de aquel suceso asalta las librerías, y más concretamente la de 23F, El Rey y su secreto de Jesús Palacios (Ed. Libroslibres), donde el mismo autor de 23F: El golpe del CESID (Planeta, 2001) da la vuelta a sus argumentos anteriores para responsabilizar al Rey principalmente y a la casi totalidad de los partidos políticos de entonces en la intentona. Esta se habría ido al traste al negarse Tejero a aceptar un gobierno formado por todos ellos. En este sentido es curioso ver como personajes que aparecen en la obra de Cardona siendo miembros de la trama civil del 23F como Luis María Anson (no perderse este artículo http://www.elcultural.es/version_papel/OPINION/28478/El_23-F_de_Jesus_Palacios) toman parte de la extraña campaña que determinados sectores del conservadurismo español han iniciado contra el monarca español y en el caso concreto del citado periodista amenazando con contar el 30% que falta por saber. Estaría bien. Quizá los tiempos de mendigar protagonismos en la Corona hayan pasado a mejor vida y lo que hoy “se lleve” sea parecer el eterno “enterado”. Es destacable que hasta este nuevo episodio del revisionismo histórico tan pujante, que avanzando en el tiempo ha pasado la Guerra Civil para llegar a la Transición, los partidarios de aquel asalto a la democracia española defendían que no había sido tal, que tan solo se trataba de un intento de “cambio de rumbo” sustentado por gentes de todo el espectro político de la época incluido el Rey. En ese sentido, hay editadas obras de interés como 23F: La pieza que falta del golpista Ricardo Pardo Zancada (Ed. Plaza & Janés) o Apuntes de un condenado por el 23F de Jose Ignacio San Martín (Ed. Espasa), otras que por su falta de calidad no merece la pena nombrar o las declaraciones de los propios encausados en los posteriores juicios en los que fueron condenados los golpistas. Así que como vemos no hay nada original en la reedición del argumentario ni en quienes lo sustentan, tan solo una tardía nostalgia de lo que pudo ser.
Es curioso, aquella época y la vigente Constitución es un periodo extraordinario y positivo cuando se habla de Memoria histórica o responsabilidades del franquismo pero deficiente y de necesaria revisión cuando se habla de comunidades autónomas o monarquía. Desgraciadamente este fenómeno también se da en sentido inverso, pareciera como si los españoles necesitáramos arrojarnos nuestra historia los unos a los otros en vez de desentrañarla y estudiarla con el fin de no repetir vergonzantes episodios que dejaron boquiabiertos al mundo. Como ejemplo, el periódico sueco que ante la foto de Tejero en el Congreso usó el titular: “Un torero asalta el Congreso español”.