No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

viernes, 24 de junio de 2011

¡Comprometeos! De Stéphane Hessel y los movimientos de Indignados.

Nueva entrega del incansable Stéphane Hessel en este ¡Comprometeos! (Ed. Destino) donde a través de las preguntas del ecopacifista Pilles Vanderpooten (no conversaciones como anuncia la cubierta del libro) el anciano indignado aporta un cierto desarrollo a su entrega anterior ¡Indignaos! (Ed. Destino) del cual se hizo reseña en este blog (http://elpolemista.blogspot.com/2011/03/indignaros-de-stephane-hessel-y-los.html).

¡Comprometeos! constituye no tanto un programa o una conminación como una incitación a movilizarse. Una invitación a comprometerse personalmente en la vida ciudadana y en las luchas de nuestro tiempo. Os corresponde a vosotros, amigos de España —país en el que la diversidad de las culturas es mundialmente reconocida—, ciudadanos del mundo, a cada uno de nosotros individualmente, y a todos nosotros colectivamente, encontrar las pistas a través de las cuales la internacional ciudadana en gestación podrá dotar de vida este siglo. No para lograr el mejor de los mundos, sino un mundo viable.”
Así es como el mismo autor prologa la obra en la que moviéndose entre el izquierdismo más clásico del siglo XX y cierto tipo de ecopacifismo multiculturalista más propio del sesenta y ocho que del siglo XXI llama a una suerte de compromiso personal -esta es la parte más aprovechable de la tesis de Hessel por cuanto parece intentar superar compromisos ya superados como el de clase- capaz de lograr un mundo más justo.

“Creo que es preciso indignarse, sobre todo los jóvenes. ¡Y resistir! Resistir supone considerar que hay cosas escandalosas a nuestro alrededor que deben ser combatidas con vigor. Supone negarse a dejarse llevar a una situación que cabría aceptar como lamentablemente definitiva.”
En efecto, este libro es una llamada a la movilización contra las injusticias que denunciara en ¡Indignaos!, pero el problema es que no dice como. Hessel una vez más dibuja un panorama de hecatombe que si bien en ocasiones responde a criterios objetivos, en otras parecen el escenario de un hombre que no alcanza a comprender el cambio histórico que se está produciendo fundamentado en un paradigma absolutamente distinto del que reclama la izquierda europea.
Lo que no se le puede negar al autor es haber resucitado un género como el Panfleto político – es increíble la cantidad de ellos que aparecen en las mesas de novedades de las librerías- y con él haber logrado una sensación de movilización ciudadana que ha dado lugar a los movimientos de “indignados” que en las últimas semanas están teniendo gran repercusión mediática. Sería el caso del llamado 15M o de uno de sus convocantes como ¡Democracia Real Ya!, que ciertamente responden al esquema que plantea Hessel de un platonismo democrático que niega que el propio desarrollo de la Democracia sea “democrático” si no se ajusta a una especie de “verdad revelada”, en este caso, de una determinada visión de la justicia social. Por simplificar, algo así como decir que la Democracia no es lo que las instituciones democráticas dirimen, tan solo lo es lo que “nosotros” decidimos en “nuestras” asambleas porque nos basamos en los únicos principios que se pueden considerar democráticos. El problema de este planteamiento es que su recorrido acaba donde empieza su indefinición ya que se muestra incapaz de dar ninguna alternativa más allá de las buenas intenciones cuando no de la utopía casi infantil.

“El hombre es un animal peligroso y susceptible de cargárselo todo —ha dado varios ejemplos flagrantes—, ¡pero es formidablemente capaz de abordar nuevos problemas con nuevas ideas!”
En fin, me quedo con el mensaje optimista de una obra absolutamente prescindible por su calidad o profundidad aunque recomendable por la capacidad de influencia que tiene en nuestros días. Una vez más, Hessel deja un libro muy sencillo que se lee con mucha facilidad y que además en esta edición española tiene la suerte de estar magníficamente editado incluido anexo con la Declaración universal de los derechos humanos.
Pero poco más, tanto libro como autor –a pesar de lo admirable de su vivencia- no tardarán en desaparecer del lugar privilegiado que ahora ocupan en numerosas bibliotecas particulares.

Anteriormente se había tratado en El Polemista el tema del ecopacifismo a través de El planeta de los estúpidos de Juan López de Uralde (http://elpolemista.blogspot.com/2011/02/el-planeta-de-los-estupidos-de-juan.html)

viernes, 17 de junio de 2011

Comer animales de J. Safran, Los productos naturales ¡Vaya timo! De J.M Mulet, Lo que hay que tragar de G. Duch, y, ¿Pensamos lo que comemos?

Si está comiendo o se disponía a hacerlo termine antes de leer este artículo, no quiero ser el responsable de su indigestión.

Comer animales (Ed. Seix Barral) responde a la necesidad de Jonathan Safran Foer de investigar la alimentación de otra persona al saber que su esposa, la también novelista Nicole Krauss, estaba embarazada. A partir de ahí comienza un recorrido por piscifactorías, explotaciones ganaderas y entrevistas a numerosos especialistas con el fin de desentrañar la producción masiva de animales con fines alimenticios.
“Tras haberme pasado casi tres años aprendiendo cosas de la ganadería industrial, mi resolución es firme en dos direcciones. Me he convertido en un vegetariano entregado mientras antes deambulaba entre una serie de dietas. Ahora me resulta difícil imaginar que eso cambie. Simplemente no quiero tener nada que ver con las granjas industriales y dejar de comer carne es el único método realista que tengo de hacerlo”.
En efecto, este libro es un viaje por la crueldad (el catálogo de atrocidades y de incumplimientos de cualquier legislación al respecto es impactante) y lo absurdo de un modelo alimenticio insostenible que obsesionado por el abaratamiento del producto no solo ha ignorado todo principio ético con los animales si no que además ha generado una dieta responsable de la elevada incidencia de enfermedades como el cáncer, dolencias cardíacas, obesidad… Y también, claro, se plantea un escenario donde países emergentes superpoblados como China, India… consumieran los 100 millones de animales al año que consumen solo los norteamericanos.
Y sin embargo la propuesta de Safran no es convertir en vegetarianos a toda la humanidad, si no cambiar los hábitos de producción y alimentación a los usos tradicionales reduciendo los consumos de productos animales volviendo a introducir en las dietas una mayor proporción de vegetales.
“En términos de efecto sobre el mundo animal que tienen los actos humanos –ya sea el sufrimiento de los animales, temas de biodiversidad o la interdependencia de especies en un equilibrio construido por la evolución durante millones de años-, nada tiene un mayor impacto que las decisiones sobre nuestra dieta cotidiana. De la misma forma que ninguno de nuestros actos tiene el mismo potencial directo para causar tanto sufrimiento animal como comer carne, ni ninguna de nuestras elecciones tiene mayor impacto en el medio ambiente”.
Pero Comer animales no solo es un extraordinario estudio muy bien documentado sobre lo que hacemos para mal alimentarnos, es que además está escrito desde la sensibilidad (el lector se sumerge en la vida familiar y los ancestros de Safran), el sentido del humor y la maestría del autor, que además en el caso de la edición española aporta una impresionante anexo de notas e índices. El éxito que este libro ha tenido en todo el mundo desde su primera publicación en 2009 en EEUU (ya ha sido traducido a casi cuarenta idiomas) se basa en su capacidad de hacernos reflexionar sobre uno de los temas que debería ser una de nuestras mayores prioridades como es la alimentación y hacerlo de manera divertida y amena.

El segundo libro que traigo es Los productos naturales ¡Vaya timo! De J.M Mulet (Ed. Laetoli). Ya viendo que pertenece a la colección ¡Vaya timo! el lector tiene la garantía de que será un libro inteligente y crítico, no en vano estos textos podrían llevar el subtítulo “contra la memez acientífica” perfectamente.
Dividido en siete capítulos que van desde la alimentación natural, los transgénicos (me centraré en estos dos primeros por el tema que me ocupa), a la medicina naturista, la farmacopea, el hogar natural… para analizar y valorar su utilidad y efectividad real. Y el resultado es demoledor, porque el autor explica que la única necesidad para que un producto agrícola adquiera el sello ecológico es que todo lo que se le añada a su cultivo (los insumos) esté libre de todo método químico o industrial, incluidos insumos como el cobre, utilizado como insecticida con graves consecuencias medioambientales. Y respecto a la salubridad de estos productos lean:
“Otro problema serio de salud relacionado con la agricultura ecológica lo ocasiona su exaltación enfermiza de la coprofilia. (…)Utilizar únicamente estiércol es también un problema. El estiércol presenta una serie de microorganismos contaminantes, entre ellos la temible cepa de E.coli 0157:H7. La posibilidad de contaminarse por coniformes fecales es ocho veces mayor en la producción ecológica que en la convencional”. ¿No les resulta familiar lo de la E.coli?
Tampoco J.M. Mulet acepta que estos productos sean mejores para el medio ambiente porque entre otras prácticas el no uso de insecticidas provoca muchísimos problemas además de constatar que ajustándose a los patrones de la agricultura ecológica solo tendríamos la cuarta parte de los alimentos disponibles en la actualidad matando de hambre al 75% de la población mundial.  Y en el caso de la ganadería ecológica tampoco se salva de inconvenientes por el altísimo coste que tiene su producción además de las garantías que en contra de la opinión de Jonathan Safran otorga la ganadería industrial respecto al cumplimiento de las diferentes normativas.
Y remata: “La alimentación presuntamente natural no es más que un capricho de gente que se puede permitir pagar más por llenar la cesta de la compra.(…)La alimentación ecológica no es más sana, ni es mejor para el medio ambiente ni está más buena. Solo es más pija”. Una de las ventajas de este libro es la facilidad de su lectura por el lenguaje empleado a pesar del contenido científico y documentado del mismo.
También Los productos naturales ¡Vaya timo! es una ferviente defensa de la agricultura transgénica frente a las posiciones de los grupos ecologistas. En opinión del autor los transgénicos vienen para quedarse porque responden a los retos actuales de la agricultura, como es producir más y hacerlo con menor impacto ambiental.
En suma, este libro es de lo más ilustrativo y aunque escrito en tono provocador y divulgativo no es un ataque a las necesarias prácticas de respeto medioambiental si no a determinados elementos míticos que se generan en torno a ellas. Y en este punto no quiero dejar de mencionar un libro que aunque ya tiene un par de años supuso para mí un auténtico descubrimiento respecto a las prácticas agrícolas a lo largo de la historia y en la actualidad como es El ingenio y el hambre de Francisco García Olmedo (Ed.Crítica). Por cierto, en la mínima bibliografía que incluye el libro de Mulet aparece recomendado.

Y no quería hacer una entrada sobre libros y alimentación sin reseñar brevemente uno, que aunque se editó el año pasado por la siempre comprometida editorial Los libros del lince supone como su propio subtítulo indica una minienciclopedia de política y alimentación. Se trata de Lo que hay que tragar de Gustavo Duch y que en su día fue mencionado en El Polemista en la reseña dedicada a El Planeta de los estúpidos de Juan López de Uralde (http://elpolemista.blogspot.com/2011/02/el-planeta-de-los-estupidos-de-juan.html) que además trata distintos temas aquí comentados.
Gustavo Duch, conocido activista en el ámbito de la cooperación al desarrollo y el ecologismo hace en este libro un verdadero ejercicio de denuncia al sistema alimenticio a escala mundial que según él se basa en un expolio indiscriminado sobre los países subdesarrollados.
Consta de cinco capítulos cuya organización se basa en la división que en su día hizo la editorial Argos de su enciclopedia infantil, Dime como funciona,- dime de donde viene,- dime, cuéntame,- dime qué es y dime quien es, el autor hace desfilar por sus páginas a personas, empresas, instituciones, productos…, prácticamente todo lo necesario para plantearse si lo que ponemos en el plato nos llega después de un proceso éticamente aceptable.
“La pobreza en el mundo es una pobreza que reside en el campo, precisamente a causa de modelos como éste, donde se agota la tierra con exigencias atroces y se imposibilita a los campesinos y las campesinas el acceso y control de los recursos productivos, vivir de su trabajo agrícola y crear un tejido rural rico y vivo”.
El cultivo masivo y especulativo de la soja, empresas españolas como Calvo,- la cuarta atunera del mundo que faena muchas veces con bandera de conveniencia y explota laboralmente a terceros países-, los modos de producción de pescados de cultivo, los agrocombustibles (antes combustibles que comestibles), otra vez los transgénicos, el cambio climático, el capitalismo, el consumo de papel, los activistas campesinos, la expulsión masiva de campesinos de sus tierras por la acción indiscriminada de trasnacionales como Benetton, el egoísmo de Danone o la contribución del Banco de Santander y Pescanova a daños ecológicos y económicos por extensión irreparables… en fin, no se deja absolutamente nada aunque eso sí, desde una visión que en ningún momento pretende abandonar la denuncia y siendo muy sesgada- como en mi opinión es, quien busque una visión objetiva del asunto en Lo que hay que tragar no la encontrará- supone un magnífico vehículo de reflexión y análisis sobre la sostenibilidad y la ética de nuestra acción como consumidores de la gran parte de los recursos del planeta.
“Los países ricos del Norte tienen los mejores índices de desarrollo humano a costa de dejar una huella ecológica que aplasta al resto del planeta, mientras que el resto de los países del mundo presenta unos niveles  muy bajos de desarrollo humano, eso sí, respetando sus límites medioambientales”.

Bueno, pues esto es todo, ya podemos comer aunque no tan tranquilamente. Una reflexión sobre nuestro modelo de producción de alimentos es necesaria y urgente.
Estos tres libros son un ejemplo de lo mucho que hay que pensar.


viernes, 10 de junio de 2011

Entender la guerra en el siglo XXI de F. Aznar Fernández-Montesinos, El Club de Lectura de los Oficiales Novatos de Patrick Hennessey, y la guerra que viene.

La verdad es que solo he escrito la primera línea y ya estoy sorprendido de haber decidido colocar en El Polemista una reseña sobre Polemología, que no, no es la ciencia que estudia a los polemistas si no la que se dedica a las guerras. Y es que en efecto, es un tema que nunca me ha llamado demasiado la atención pero es cierto que este Entender la guerra en el siglo XXI de F. Aznar Fernández-Montesinos (Ed Complutense) es perfecto para iniciarse.
Casi trescientas páginas incluidas una veintena dedicadas a una extraordinaria bibliografía clasificada en libros, documentos, conferencias… , en los que podemos profundizar en la filosofía, la historia y la actualidad de la guerra además de un capítulo que por si solo justificaría toda la obra dedicado al radicalismo islámico.
El libro está magníficamente escrito y a pesar de la profundidad de algunos de sus planteamientos no resulta pesada su lectura ni siquiera para un profano en la materia como es mi caso.
Por ejemplo, su primer capítulo, dedicado a la filosofía de la guerra concluye así para explicar las consecuencias tecnológicas actuales sobre la guerra:
“Cuando, a través de complejas redes de mando, control y comunicaciones, los Jefes de Estado pueden volver a situarse a la cabeza de sus Ejércitos – como en España hiciera por última vez Carlos V en la batalla de Mülberg, momento inmortalizado en el célebre cuadro de Tiziano- el carácter cíclico y recurrente de la historia parece haberse completado de nuevo al devolver la guerra del siglo XXI a las formas propias del siglo XVI”. Brillante, ¿no?
Federico Aznar dedica el segundo capítulo a acercarnos a las diferentes visiones que la guerra ha tenido a lo largo del tiempo en las diferentes civilizaciones y filosofías para en el tercero explicar la tipología histórica de la misma. En ellas clasifica las guerras en premodernas, -anteriores al Renacimiento-, de Primera Generación,- marcadas por el desarrollo y consolidación del concepto de Estado, de Segunda Generación,-las sociedades se implican en ellas y están claramente marcadas por las revoluciones industrial y de los transportes correspondiendo en tiempo con la Revolución Francesa, las de Tercera Generación,- fundamentadas en la tecnología- y por último las de la Cuarta Generación en plena Globalización y perdida de poder de los Estados donde la tecnología se muestra inoperante y los aspectos culturales se muestran decisivos. Y es que el cuarto capítulo lo dedica al análisis de estas últimas donde se explica como a partir de 1989 la desinstitucionalización de las guerras hará que estas dejen de ser nacionales para convertirse en locales, comunitarias y populares. Entra ahí un magnífico aunque breve estudio de la génesis y desarrollo del terrorismo como guerra asimétrica que precede al quinto capítulo dedicado al caso concreto del radicalismo islámico, tema en el que sin duda el autor es un gran especialista porque es donde Entender la guerra en el siglo XXI alcanza sus cotas más altas. Partiendo de la base de que algunos de los problemas del radicalismo se relacionan con la adaptación del hombre a la modernidad y que estos se han dado también en nuestra civilización hasta el siglo XX el autor despojado de todo prejuicio analiza la cuestión en profundidad.
En fin, un libro que no requiere ni de conocimientos militares previos ni de ninguna relación ideológica con el tema de la guerra para disfrutarlo porque como cierra Federico Aznar su conclusión: “Reiterar que estudiar la guerra no es justificarla, e ignorarla no contribuye a su superación”.
Como curiosidad la obra contiene el prólogo de la Ministra Carme Chacón que no aporta gran cosa más allá de la máxima del autor, el Capitán de Corbeta Aznar, “la ignorancia no es fuente de paz, sino de parálisis”.

Y precisamente de guerra de Cuarta Generación vamos a hablar porque El Club de Lectura de los Oficiales Novatos de Patrick Hennessey (Ed. Los libros del lince) es un magnífico ejemplo de ello a través de las vivencias de uno de sus combatientes. Todo el siglo XXI a tiro limpio en un escenario casi medieval.
“Joder, casi cuatro horas de combate y juro que me han parecido unos minutos, cada vez que te ves transportado a alguna parte en donde puedes ver tus propios movimientos a través de un objetivo (…) y no puedes ponerle a eso el nombre de ninguna de las sensaciones conocidas hasta que tratas de sentir cierta piedad, cosa en cierto modo más fácil de conseguirlo mirando a las pobres cabras que a los desdichados talibanes…”
Y es que en efecto, este libro es la vivencia de un filólogo que aburrido ingresa en el Ejército y que acabará combatiendo en Irak y en Afganistán. Y aquí lo que se cuenta es exactamente eso, lo tediosas que son las tardes, lo irrespirable del polvo, la adrenalina del combate, la estupidez de los mandos ante la cercanía de los periodistas, la cantidad de tiempo que se puede llegar a perder en una guerra…, pero también los impresionantes medios con lo que se cuenta hoy para la lucha y su aplicación en un contexto premoderno. Ejércitos occidentales dotados de la máxima tecnología intentando formar a un ejército afgano tercermundista para vencer a un enemigo, los talibanes, que además de gozar de notables medios lo hace en su espacio natural.
 Y en suma lo diferente que puede llegar a ser una guerra contada desde la vivencia personal y la irreverencia personal más desenfadada aunque también más sincera.
Es difícil resumir un libro donde solo desde su lectura se pueden percibir sus olores, sonidos o sensaciones.
Patrick Hennessey dejó el Ejército en 2009, el mismo año que varios periódicos elegían su Lectura de los Oficiales Novatos como libro del año para continuar sus estudios después de haber logrado ser nombrado Capitán con 25 años. Poco antes de su retirada, la sensación que se le queda al autor después de varios veranos de sangrientos desiertos en un destino tranquilo como Las Malvinas es esta:
“Lo que nos dio mucha rabia, más que la súbita comprobación de que unos oficiales viejos y gordos hicieran caso omiso de las brigadas desplegables, y de hasta qué punto corría el alcohol institucional en “su” teatro de operaciones, fue la extraordinaria manera en que nos trataban. Desde la puramente irreflexiva rigidez del escalafón superior hasta la mala leche del tío que les decía a los muchachos que la infantería solo servía para transportar los ataúdes de sus compañeros.”

Dos buenos libros, para entender la Guerra desde ángulos opuestos aunque complementarios.



viernes, 3 de junio de 2011

Palabras como puños dirigida por Fernando del Rey, y la visión objetiva de la Segunda República.

Palabras como puños (Ed. Tecnos) está llamada a convertirse en una obra de referencia. Y lo será no solo porque ya era hora de que apareciera un estudio en profundidad de las actitudes políticas de los años treinta en nuestro país, sino porque además esta obra constituye una visión de la República sin odios, nostalgias ni romanticismos, cosa que aunque parezca mentira hasta hace muy poco era mucho pedir.
Y es que Fernando del Rey, que además de dirigir la obra es autor de la magnífica introducción y del capítulo La República de los socialistas, ya advierte que “el universo político conocido desde las revoluciones bolcheviques y fascistas no se distinguió principalmente por los conflictos entre la derecha y la izquierda, sino por los conflictos entre democracias representativas e ideocracias antidemocráticas” En efecto, los enfrentamientos políticos característicos del siglo XX se darán entre sistemas democráticos frente a regímenes basados en ideologías infalibles o líderes carismáticos, quedando así superada la interpretación del periodo como un enfrentamiento derecha-izquierda o progreso-reacción. Y llevado al caso español: “Los dos regímenes yugulados en las fechas citadas-el régimen liberal de la Restauración, primero, y la Segunda República, después- sí tuvieron que lidiar en cambio con otras fuerzas que no carecían de envergadura y que, en mayor o menor grado, contribuyeron a socavarlos. A saber: un movimiento anarcosindicalista revolucionario muy potente; un catolicismo autoritario y antiliberal que se acabó convirtiendo en una poderosa fuerza política; un socialismo marxista no menos poderoso que se despeñó por el abismo de la radicalización; y un pretorianismo militar, jaleado por los minoritarios grupos monárquicos y fascistas, cuya vocación intervencionista en la vida pública resultó a la postre letalmente decisiva en la destrucción del parlamentarismo y la democracia” Perdón por la extensión de la cita, pero es que no puede ser mejor resumen de Palabras como puños.
Lejos de la visión romántica del periodo republicano como ejemplo democrático, este libro profundiza en la idea de que la retórica está directamente vinculada con una visión negadora de los fundamentos del sistema democrático y por ello será un auténtico motor para la destrucción del mismo. Más claro, las élites políticas de la España de los años treinta hicieron del lenguaje excluyente y de la violencia permanente una forma habitual de acción política contribuyendo de manera decisiva al enfrentamiento constante y al clima irrespirable en que acabaría sucumbiendo la República. Y en ello, los siete especialistas que han elaborado esta obra analizando cada uno de ellos a los actores principales del periodo, ponen el acento: Gonzalo Álvarez Chillada (los anarquistas), Hugo García (los comunistas), Fernando del Rey (los socialistas), Manuel Álvarez Tardío (los radicales-socialistas y la Confederación Española de Derechas Autónomas), Eduardo González Calleja (la Esquerra Republicana de Cataluña), Pedro Carlos González Cuevas (los monárquicos y los fascistas), Javier Zamora Bonilla (los intelectuales) y Diego Palacios (las fuerzas del orden).
No obstante es importante destacar que Palabras como puños no supone una enmienda a la totalidad del periodo republicano ni tampoco pone a toda su clase política a la misma altura, simplemente constata que las voces liberales que podían dotar al sistema de mecanismos de pacto y políticas parlamentarias fueron sistemáticamente acalladas por el vocerío del extremismo y de la autoafirmación partidista.
En suma, estamos ante un libro de gran importancia al que solo se le puede reprochar lo mal editado que está. Aunque se agradezca el hecho de que no se abrume al lector con multitud de notas a pie de página, es lamentable como aparece “apelotonada” la bibliografía o mucho más grave, la inexistencia del imprescindible índice analítico o algunos anexos que hubieran enriquecido una obra excepcional.

Es una pena que a pesar de que la historia europea sí ha sido objeto de revisión desde el punto de vista puramente académico y más o menos objetivo, en España continuamos teniendo dificultades para hacerlo hasta el punto que libros como el aquí comentado son los menos frente al revisionismo justificador del franquismo o la reivindicación de la República como un periodo ideal. Y si bien últimamente estamos asistiendo a la aparición de más y mejores publicaciones al respecto, también lo es que la Historia sigue siendo un extraordinario instrumento de manipulación e incluso negación de la obviedad con fines nada claros, incluso desde instituciones públicas destinadas a preservarla y difundirla. Y es que yo no tengo tan claro que los valores democráticos estén tan asentados y consolidados como podrían estarlo si la historia fuera un vehículo de conocimiento y no de propaganda.
La Segunda República fue un periodo de innegables avances en muchos campos donde la legitimidad del sistema no impidió la sucesión de comportamientos ilegítimos y desestabilizadores por parte de casi todos sus actores. Especialmente, y el mayor de ellos, el que se produjo el 17 de julio de 1936.