No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

jueves, 27 de octubre de 2011

Nueva historia universal de la destrucción de libros de Fernando Báez, Libros y libreros en la Antigüedad de Alfonso Reyes, y, el pasado de los libros.

Todo amante de los libros debería leer esta Nueva historia universal de la destrucción de libros (Ed. Destino) para comprender la magnitud y el desastre que para el conocimiento ha supuesto esta costumbre humana de la destrucción de libros. Si bien la obra original data del 2004, su puesta a punto hasta nuestros días es una excelente noticia.
Ya en la introducción, Fernando Báez va a la génesis del problema:
“El bibliocausto, un neologismo usado para aludir a la destrucción de libros, es un intento por aniquilar una memoria que constituye una amenaza directa o indirecta a otra memoria a la que se supone superior. Insisto que el libro no se destruye porque se le odie como objeto.”
El autor concluye que lejos de la idea que asocia la destrucción de libros a la ignorancia, cuanto más culto es un pueblo o un hombre más dispuesto está a eliminar libros bajo la presión ritual de mitos apocalípticos. Y más aun, nos da el perfil del biblioclasta: “Personas cultas, sensibles, perfeccionistas, esmeradas, con dotes intelectuales inusuales, tendencia depresiva, incapaces de admitir la crítica, egoístas, mitómanos, pertenecientes a clases medias y altas con traumas leves en su infancia o juventud, con tendencia a pertenecer a instituciones representativas del poder constituido, carismáticos, con hipersensibilidad religiosa y social, y a esto deben añadirse rasgos proclives a la fantasía.”
La obra  se divide en tres partes, la primera dedicada al mundo antiguo, la segunda ocupa desde Bizancio hasta el siglo XIX y la última a los dos últimos siglos. En ellas, perfectamente divididas en capítulos que permiten que este libro además de una lectura apasionante sea un imprescindible tomo de consulta, se abarca toda la temática motivadora de la destrucción, desde la religiosa a la moral, las revoluciones o guerras, las literarias o ideológicas, étnicas o legales…, desde las tablillas sumerias hasta el e-book.
El caso de España está tratado en profundidad. Desde la impresionante quema ordenada por Almanzor de la biblioteca de Al Hakam del que solo se salvo un libro hasta las quemas masivas de coranes y otros libros en la Granada tomada por los cristianos a orden de Cisneros y que tuvo como consecuencia la perdida de una parte importante de la cultura árabe en España. Profundiza en la actividad inquisitorial y religiosa en esta materia, y no olvida episodios concretos como las destrucciones masivas que se produjeron por parte de los ejércitos napoleónicos en su paso por España y el estado lamentable que presentaba nuestro patrimonio escrito en el siglo XIX. Tampoco pasa por alto la República y Guerra Civil. Desde la pérdida de bibliotecas y archivos durante los ataques anticlericales en 1931 a la destrucción en la represión de la revolución de 1934 de cientos de bibliotecas de ateneos, sindicatos o casas del pueblo. A los daños irreparables que trajo la propia guerra se suma la legislación franquista donde los mecanismos de censura y purga dejaron las desastrosas consecuencias para nuestra cultura que todos conocemos. Si se asesinaban escritores difícilmente se iban a respetar sus libros.
Fernando Báez como digo no deja periodo alguno sin estudio incluidos casos recientes como la Guerra de Irak, la desmembración de Yugoslavia, el patrimonio cultural perdido en el World Trade Center o la pública quema de coranes como la sufrida el 11 de septiembre de 2010 por un iluminado como el reverendo Terry Jones en Florida.
Y una advertencia final:
“Teóricamente, un e-book es ilimitado, pero hay que pensar que será la primera vez en la historia que existirán más libros virtuales que reales en condiciones de riesgo inusual ante fallas de energía, interferencia electrónica, procesadores experimentales y ciberguerras. La destrucción de los libros, está lejos de terminar.”
Magnífica la bibliografía que aporta el libro y el más que práctico índice de nombres. Lo dicho, este libro es imprescindible en su temática y a buen seguro disfrutará de más actualizaciones y quizá, alguna que otra destrucción o censura, porque a fin de cuentas, parece complicado que los hombres aceptemos todas las memorias sin obstáculos.

Y siguiendo con este humilde homenaje a la erudición no quiero dejar de comentar otra reedición como es Libros y libreros en la Antigüedad (Ed. Fórcola). Siguiendo la línea de “edición delicatessen” de esta editorial, han recuperado este texto que en los años cincuenta Alfonso Reyes dedicara a la arqueología del libro. Y es que en efecto, desde el papiro al pergamino, para acabar en la vitela en la que los monjes del primer medievo recuperarán a los clásicos hay mucho que saber y este libro nos adentra en ello.
“… el librero comenzó por ser a un tiempo manufacturero, editor, y vendedor al menudeo. El desarrollo de la literatura y su tráfico determinan la división de labores, separando al editor, (que en la Antigüedad era también productor material, abuelo del impresor) y al vendedor, que compraba a los editores y revendía a los lectores.”
No habría tal división de funciones en la librería griega que se inicia en el siglo V a.c. Es el tiempo de Sócrates y Aristófanes, una época  en la que el autor escribía por conveniencia política o por amor a sus letras, porque no percibía nada en concepto de reproducción y distribución.
De hecho, la génesis del negocio de las publicaciones es esta:
“El que quería copias privadas, acudía a calígrafos especiales. Los copistas emprendedores procuraban juntar un fondo de las obras más solicitadas. Algunos, que disponían de capital suficiente, mantenían un cuerpo permanente de copistas auxiliares.”
Tras la ruina griega, o en forma de botín o de venta la magnífica biblioteca helena acabará en Roma. Y con ello llegará la producción a mayor escala y la aparición del lector que dicta a varios copistas que trabajarán al mismo tiempo para lograr que las buenas firmas pudieran poner cientos de copias de un libro en el mercado. Algunas ediciones de éxito debieron ser lo suficientemente extensas para venderse por todas las provincias del Imperio. Las recitaciones públicas para conocer la aceptación de un texto jugaban un papel fundamental en las decisiones “editoriales”. Los autores no se quejaban, o al menos no queda constancia de ello salvo alguna excepción como la de Horacio o Marcial que se lamentan del cien por cien de beneficio del editor (y el riesgo de la inversión también). Claro está que el Derecho romano todavía no conocía el derecho de propiedad literaria. Y claro, ya tenemos casos de plagio:
“Marcial se queja de que los piratas saqueen su obra y de que su célebre nombre sirva de reclamo para amparar obras indignas. Compara el plagio con el hurto, sí, pero no amenaza con apelar a la ley que, en el caso, es muda.” ¡No hemos cambiado tanto!
Es clave entender que los autores pertenecen a las capas sociales más altas y que la temática de lo que escriben está en sus ocupaciones, motivo por el cual la importancia de los royalties era nula.
“Aunque no hay noticia de ataques por parte del Estado contra la libertad literaria durante la era democrática, el poder despótico de la era imperial incurrió en arbitrariedades contra los autores y editores. Esta práctica comenzó con el propio Augusto, aunque era tan amigo y protector de poetas. Llegó a confiscar y a hacer quemar públicamente dos millares de libros, modesto precursor de los tiranos contemporáneos.” Su sucesor Tiberio parece ser que directamente tuvo a bien el asesinato de ciertos autores y editores.
La existencia de traficantes de libros, venta de antiguo (ya se utilizaba el amarilleo para aparentar vejez) y la exposición “tentadora” de los tomos era habitual como lo es hoy.
El capítulo final de este breve pero sustancioso libro se dedica a los antiguos bibliófilos y sus bibliotecas. Eurípides, Platón, Aristóteles, Demóstenes, el rey macedonio Perseo… son solo algunos de los que se citan como también lo hacen las ciudades que disfrutaron de tan valioso bien: Corinto, Atenas, Rodas… y claro, Alejandría, biblioteca que fundara Tolomeo en torno al 300 a.c. Y la importancia de estas bibliotecas públicas que incluso competían entre ellas, además radica en que tanto en Roma como en Grecia precedieron a las bibliotecas privadas.
“En los tiempos imperiales se desarrolló en los altos círculos romanos, y en los que aspiraban a serlo, una verdadera bibliomanía. Los nuevos ricos llenaban de estantes las paredes, acaso comprando libros por metros, como hoy decimos. Los satíricos los zahieren constantemente con sus burlas.
Pues eso, una delicatessen.




jueves, 20 de octubre de 2011

Raíces profundas editada M.Jesús Fuente y R.Morán, La trampa del velo de Ángeles Ramírez, La lujuria en la iconografía románica de Jesús Herrero Marcos, y la historia de la violencia de género.

Trato en el comentario de estos tres libros de acercarme a las raíces del maltrato a las mujeres y sus orígenes históricos y filosóficos:

Raíces profundas (Ed. Polifemo) es una selección de estudios de enorme calidad que tratan de abordar la cuestión de la violencia de género indagando en las fuentes religiosas, jurídicas, filosóficas y literarias. Y el resultado es realmente notable.
La primera parte de la obra está dedicada a la búsqueda de elementos en las tradiciones cristianas, islámicas y judías.
Juan José Tamayo analiza distintos textos bíblicos para concluir que si bien existe en el cristianismo una tradición igualitaria en la forma en la que se entiende la relación hombre y mujer que no se detendrá en la Iglesia primitiva, “Jesús de Nazaret defiende la igualdad de la mujer y pone en marcha un movimiento igualitario de hombres y mujeres en el que estas se ubican en espacios de responsabilidad al mismo nivel que los varones”, también existe una tradición discriminatoria que sanciona o legitima la inferioridad de la mujer bajo la autoridad de Dios. “Los textos bíblicos cristianos y los discursos teológicos tradicionales cristologizan el sufrimiento y legitiman la victimización patriarcal. Pero hay que subrayar que los sacrificios de la víctimas sustitutorias no interrumpen el ciclo de la violencia, sino que lo fomentan, ya que es una construcción del patriarcado.” De esta forma, la base de la autoinculpación y autorresponsabilidad de las mujeres maltratadas es la doctrina bíblica de que el pecado entró en el mundo a través de Eva. La responsabilidad pues, recae sobre las víctimas.
Soha Abboud-Haggar analiza la cuestión en la tradición musulmana. A través del Corán entenderemos que el hombre es más fuerte que la mujer y que debe por mandato divino ser el guardián tanto de sus bienes como de su persona. El castigo, incluido el físico, es parte de esa gestión y la prueba de la generosidad de Allah con la mujer es que este debe cesar en el momento en el que ella se someta al hombre. También pues en el Islam encontramos que si bien, a través de aleyas coránicas y las Tradiciones del profeta se confirma la igualdad del hombre y la mujer hay numerosas otras aleyas y hadices que lo contradicen.
Tampoco encontraremos igualitarismo en la tradición judía que es analizada por Asunción Blanco: La opinión que los rabinos, juristas y talmudistas  medievales tenían de la mujer está absolutamente vinculada por el hecho de haber sido creada a partir de la costilla de Adán y el que sucumbiese a la tentación de la serpiente en el Paraíso. “… las mujeres eran inferiores a los hombres tanto desde el punto de vista físico como intelectual, que debían respeto y obediencia a sus esposos, que éstos eran responsables de su educación y encauzamiento para que no se desviaran del buen camino, y que, como maestros que eran podían recurrir a los golpes si lo consideraban necesario…”
La segunda parte de este Raíces Profundas está dedicada a los textos jurídicos. A través de José María Coma Fort veremos como la organización romana se asienta sobre la figura de un único hombre que lidera la familia y la hacienda doméstica. Así la legislación girará en torno a la idea del paterfamilia, una figura jurídica que no es el padre de familia, sino el jefe supremo de la misma. De esta forma, la mujer, no podrá nunca desarrollar poderes personales sobre los miembros de la familia.
Igualmente Esperanza Osaba encuentra raíces violentas en elementos de la legislación visigótica como la relación de la naturaleza y el derecho a la sumisión de la mujer dentro del matrimonio. La evolución histórica no mejoró mucho la visión que el Derecho tenía de la mujer, así lo demuestra Remedios Morán cuando en los Fueros medievales encuentra la total desprotección de la mujer, especialmente la casada, ya que al marido se le otorga un derecho de fuerza y represión que por si solas legitiman la violencia contra ellas. Quedan así las mujeres como objeto de Derecho, nunca como sujeto del mismo.
La filosofía y la literatura de la Antigüedad y Edad Media también presenta muchos elementos de análisis al respecto:
Carmen González Marín nos presenta a Platón y Aristóteles como incapaces del reconocimiento de la diferencia sexual que permitiera a las mujeres ocupar puestos en simetría y reciprocidad con los varones, y concluye que la más elemental violencia de género es justamente esa, la negación a las mujeres de ser lo que son para así someter a un control riguroso a quien desestabiliza una imagen unívoca de ambos sexos, y ficticia por ello, del sujeto humano.
A través de María Jesús Fuente y Yolanda Beteta veremos como las fuentes anteriores sería recogidas por tratadistas y literatos y la importancia que en ello tuvo el teatro. Si bien los textos escritos solo llegaban a quienes sabían leer las representaciones y los cantares que reproducían los juglares tenían mucha más difusión. La retórica de la pasividad y bondad femenina que acepta sin respuesta la violencia conyugal, o más claro aun en el teatro y novela de los siglos XVI y XVII: “El ideal de la masculinidad animaba a una conducta sexual agresiva sobre las mujeres propiedad de otros, al tiempo que exigía control absoluto sobre la mujer de su propiedad. La idea de posesión de una mujer se sobreentendía, hasta el punto de considerarla parte de la hacienda del marido.”
Esta parte del libro dedicada a la literatura es de un interés y una erudición extraordinarias y podría perfectamente ser incorporada en sus conclusiones en la enseñanza de la literatura clásica española. Obras como el Cantar de Mío Cid, El Amadís de Gaula, El Conde Lucanor… o autores barrocos como Calderón de la Barca o Lope de Vega entre otros, aparecen desde un punto de vista claramente esclarecedor de cómo “… el pensamiento simbólico, codificado a través de la literatura, adquiere un papel clave en la somatización de las relaciones de dominio legitimando unas identidades impuestas por y desde la cultura.”
La cuarta y quinta parte de la obra está dedicada a seis estudios sobre mujeres que padecieron violencia en la Edad Media hispana hasta el siglo XVI. En ella encontramos la materialización práctica de mucho de lo visto anteriormente para concluir que la violencia física y psicológica quedaba perfectamente ajustada a la “normalidad” que había en que un hombre maltratara a la mujer que no cumplía con sus deseos o incluso en algunos casos como el adulterio, matarla.
El epílogo, a cargo de José Manuel Pérez Prendes, gira en torno a Génesis:
“No cayó en vano el símbolo elegido por Génesis, la desnudez, para desenvolver sus reglas acerca de la relación entre mujeres y hombres. Desde entonces, la potestad de aplicar el yugo de ser desnudadas, de modo público o involuntario, sería la culminación simbólico-dialéctica decisiva en la toma de “ellas” como sujetos subordinados por naturaleza”.
Raíces profundas es un libro necesario, sólo la comprensión de un fenómeno desde su origen y pasado no permitirá combatirlo en el presente y en el futuro.   

La trampa del velo (Ed Catarata) trata un tema que se encuentra siempre en el debate sobre los derechos de la mujer e indirectamente en el de si su uso es una imposición machista o un acto de libre elección.
Ángeles Ramírez plantea su tesis sobre el uso del velo desde dos claves:
“La primera es la regulación del cuerpo, básicamente del cuerpo de las mujeres, como parte fundamental de las políticas de asimilación de las minorías. La segunda es que este proceso llevado a cabo sobre las mujeres afecta de modo humillante a toda la comunidad, que además habla en nombre de estas. El asunto del velamiento y desvelamiento es convertido, ya desde el siglo XVI, en una cuestión política, tanto en las relaciones inter como intraculturales: se trata de la dominación de las mujeres. Las regulaciones sobre el pañuelo añaden a todo esto una vuelta de tuerca, porque tanto las que obligan a él se aplican sobre unos cuerpos construidos como inferiores, subalternos, que legítimamente pueden ser reglamentados”. La cita es larga pero no puede ser mejor resumen del planteamiento de la autora. Y es que en efecto, ella sostiene que con las legislaciones sobre el velo (o prenda similar) la mujer sufre una doble subordinación, la que afecta a la regulación de su cuerpo en buena parte de los contextos musulmanes, y la que en contextos europeos que regulan su uso crea sujetos coloniales, poblaciones inferiorizadas por medio del control otra vez del cuerpo de las mujeres de otras culturas no occidentales.
La trampa del velo se divide en cuatro capítulos. Y es una verdadera delicia deslizarse por el rigor y la información de una realidad tan mitificada.
En la hiyabización del mundo musulmán nos explica como en las últimas décadas se ha producido en aquellos países un aumento de la importancia de la religión en la vida social y política. La norma vestimentaria, que sólo se aplica sobre las mujeres, es la más visible de las políticas de género. El análisis profundo de los diferentes casos da paso a la segunda parte del libro: “La hiyabización entre las musulmanas no tiene que ver tanto con la militancia islamista o con la imposición del Estado, como con un amplio proceso de reislamización que, si bien es producto del islamismo, rebasa el alcance de aquel.” “La reislamización actual no se conecta con ambiciones políticas inmediatas de ganar el poder e instaurar un Estado musulmán, que sería el caso del islamismo. Pretende, eso sí, imponer un código para las relaciones sociales, una moral pública…” Posteriormente citará los casos de algunos de estos predicadores, como son los casos del egipcio residente en Birmingham Amr Khaled, del también egipcio aunque esta vez residente en Omán, Yusuf Al Qaradawi, o el mucho más conocido clérigo europeo Tariq Ramadan que basa su proyecto en la mezcla de la idea de integración con la de religiosidad en un pastiche que denomina “religiosidad ciudadana o ciudadanía creyente”.
Los dos últimos capítulos tratan de las normativas sobre la vestimenta femenina musulmana en Europa y España, revisando en el primero de ellos los diferentes modelos que se han impuesto en Europa y en el segundo tratando incluso casos concretos. “La persistencia de esta subalternidad de estas mujeres y la pretensión de liberarlas del yugo masculino-musulmán se ha convertido en la base discursiva más comúnmente utilizada para la prohibición del atavío islámico.”
En fin, un libro valiente que plantea una posición muy alejada de la corriente ahora dominante basado en la ridiculización del concepto relativista  que sostiene que la verdad no es universal además del menosprecio a la tolerancia cultural y que termina con una afirmación como esta:
“Como sucede en el caso de las otras mujeres del mundo, la lucha contra la dominación de las musulmanas no puede llevarse a cabo desde la imposición – incluso jurídica- de un modelo emancipatorio liberal del que y en el que nunca han participado. Esta suerte de despotismo ilustrado feminista es efectivamente despótico, pero nunca podría ser feminista.”
Para mayor interés del libro decir que su magnífica edición además de incluir una buena bibliografía añade un breve glosario que facilita enormemente la comprensión de la lectura.

Termino esta entrada más larga de lo habitual con La lujuria en la iconografía románica. (Ed Cálamo). El motivo de incluirlo aquí es doble. Primero y ante todo por la calidad y la belleza del libro, pero la segunda razón y más relacionada con el tema que nos trae, es por lo que afecta inevitablemente a un episodio clave en el papel que en nuestras sociedades ha ocupado la mujer y que quizá cubra un hueco en este artículo: su imagen en el arte. En este caso en el medieval. Llegados al capítulo en el que el autor, Jesús Herrero Marcos trata la cuestión del pecado en el siglo XI a través de las Glosas Silenses, cito (pido disculpas por la extensión) respecto a De sacrilegii observationibus y la costumbre femenina de hacer acopio de yerbas curativas por parte de las mujeres y a las que se las obliga a hacerlo de manera cristiana y no con encantamientos paganos.
“Es evidente que aquí se plantea un problema de competencias entre el mundo clerical, que era quien ejercía la medicina oficial (…), y las mujeres locales que, tuvieran o no sus huertos, seguían recolectando sus yerbas desde tiempos remotos, y conocían perfectamente sus efectos, ya fueran positivos o negativos, y por lo tanto estaban, en la mayor parte de los casos, más capacitadas para aplicar remedios con eficacia. Como telón de fondo sigue latente la lucha, que no me importa recordar cuantas veces sea necesario, de las sociedades patriarcales (dioses masculinos solares) contra las matriarcales (diosas femeninas lunares), tratando estas últimas de pasar lo más desapercibidas posible ante la presión ejercida por las primeras, por no hablar de la inducida percepción negativa que tenían de si mismas las propias mujeres debido a este acoso que las demonizaba como origen del pecado. Todo este conjunto de causas terminó llevando a muchas de ellas a las hogueras de la Inquisición, en toda Europa, acusadas de brujería.” Creo que la lectura merecía la pena, ¿no?
La lujuria en la iconografía románica es toda una invitación al conocimiento de la aparente contradicción que existe entre el arte entregado a la causa religiosa con la muestra más procaz y descarnada del sexo. Y lo más interesante de este libro está justamente en lo que su título esconde, porque su autor hace un recorrido que va desde Egipto a Roma pasando por la India y Grecia. Una excelente propuesta posterior sobre los elementos fundamentales del arte en el cristianismo y el repaso al pecado y su plasmación artística sin dejar de lado el caso práctico de la maravillosa y cántabra colegiata de San Pedro de Cervatos donde podremos recrearnos en el pecado de la lujuria.
La belleza antes mencionada del libro no sólo se encuentra en su edición rica en imágenes, el texto lo mejora y concluye:
“No es difícil sacar conclusiones con respecto a toda la iconografía, directa o indirecta, que se movió alrededor del asunto del sexo, básicamente porque sobre todas las representaciones flotaba, en mayor o menor medida, una experiencia vital de vida, muerte y resurrección o renovación periódica del mundo vegetal o animal. Una experiencia que matizó de forma naturalista las relaciones entre la divinidad y el hombre, que ante la imposibilidad de controlar eficazmente el mundo que le rodeaba, materializó iconográficamente la imagen de la divinidad, tal como él la entendía para, teniéndola físicamente presente, poderle pedir protección y abundancia (de agua, de vegetales, de animales, de hijos y de todo aquello que pudiera facilitarle la supervivencia) a cambio de un culto cada vez más sofisticado y regulado.”

Tres libros excelentes y tres miradas diferentes pero convergentes en la necesidad de conocer nuestro pasado para mejorar el futuro.



Temas relacionados tratados en El Polemista:

Yo maté a Sherezade de Joumana Haddad, Las tradiciones que no amaban a las mujeres de Mª. Teresa Gómez-Limón.- La Mujer en mundo árabe y el feminismo que viene.



La república islámica de España de Pilar Rahola, Nómada de Ayaan Iris Ali, y el Islam en Occidente.






viernes, 14 de octubre de 2011

El precio de la culpa de Ian Buruma, y las otras memorias históricas.

La conclusión más instructiva que se puede obtener de este magnífico El precio de la culpa (E. Duomo) es que todos los países se enfrentan a su pasado pero ninguno lo hace de la misma manera, lo cual se debe no solo a las cuestiones históricas propiamente dichas, si no también a las culturales, que en el caso de Alemania y Japón son de mucha importancia.  
El historiador y escritor holandés Ian Buruma escribió originariamente este libro en 1994, aunque la excelente edición española incluye un prólogo redactado en los momentos posteriores al reciente terremoto que ha asolado este mismo año a Japón, y el dato es importante porque en él refleja como se ha reforzado la visión que los japoneses tienen de su participación en la II Guerra Mundial carente de culpa, tanto en lo referente al salvaje comportamiento del imperialismo nipón en Manchuria, Nankín, Manila, Birmania… en los años previos al conflicto como en la propia contienda que la justifican como una respuesta de defensa antioccidental.
“Los nacionalistas de derechas suelen mencionar la ausencia de un Holocausto japonés como prueba de que los japoneses no tienen por qué avergonzarse de su guerra. En su opinión, fue una guerra como cualquier otra; una guerra brutal, sí, como todas las combatidas por las grandes naciones a lo largo de la historia. De hecho, como la guerra del Pacífico enfrentó a Japón con los imperialistas occidentales, fue una guerra justificada (e incluso noble) de liberación de Asia.” (De esta cita matizar que por ausencia de Holocausto se entiende la inexistencia de un proyecto planificado de exterminio de colectivos concretos).
Buruma responsabiliza de ello a las políticas que se aplicaron posteriormente a la derrota japonesa. Según él, MacArthur instauró un régimen político en el país basado en una democracia dirigida casi en exclusiva por el Partido Demócrata Liberal que cumpliera servilmente con los intereses norteamericanos, mantuvo al Emperador en su puesto al igual que a las élites políticas anteriores y aunque se produjeron algunos juicios por crímenes de guerra, estos tenían un carácter puramente militar y los realizaron los ocupantes estadounidenses y no tribunales japoneses. Es por ello que Japón todavía no ha logrado un consenso respecto a la asunción de culpas, y mientras la parte más conservadora de la sociedad nipona defiende el papel realizado en el pasado, la izquierda japonesa sí realiza una fuerte autocrítica y se posiciona históricamente en lugares más próximos a la culpa.

Muy diferente es la forma en que Alemania ha interiorizado su actuación durante el periodo nacionalsocialista.
Aunque este El precio de la culpa tiene mucho de periodismo y se acerca al detalle de manera a veces apasionante de forma que diferencia el proceso de asimilación alemana en la extinta RDA de la evolución del fenómeno en la occidental RFA, podríamos sintetizarlo de la siguiente manera:
“Las frecuentes admoniciones de Alemania Occidental para procesar el pasado y hacer el trabajo de duelo (Traeuerarbeit) forman parte del acto de purificación.”
En efecto, Alemania ha hecho un proceso de interiorización de la culpa brutal, donde a día de hoy sigue intentando evitar cualquier referencia que pudiera relacionar ninguna circunstancia de la Alemania de hoy con su pasado.
Las diferencias con el caso japonés son enormes: Los germanos sí construyeron una democracia desde la destrucción absoluta del régimen anterior sin mencionar que acontecimientos como el Holocausto sirvieron para sumergirlos en una mezcla de amnesia que por un lado era justificada con el famoso “no sabíamos nada” y por otro trataba de olvidar que con su voto y su acción política habían creado uno de los regímenes más brutales y genocidas de la historia. Resulta muy interesante la relación filosófica-religiosa que encuentra el autor:
“Hay algo religioso en el hecho de estar betroffen, algo cercano al pietismo, que tiene una larga y rica tradición en Alemania.” Incluyo esta cita porque el autor utiliza el término betroffen (consternado, avergonzado, atónito…) para denominar el sentimiento de culpa y lo cercano a la ética protestante que se encuentra el esfuerzo de negación y angustia que los germanos han hecho de su pasado nazi.
Alemania hoy continúa pidiendo perdón pero a diferencia de Japón su mejoría en ese sentido no se ha interrumpido en ningún momento. Ian Buruma lo contextualiza:
“La guerra nunca fue tema de broma para los alemanes, ni debería serlo. Pero el hecho de que la comedia titulada Mein Führer, dirigida por un realizador judío suizo, fuera un éxito en 2008 también fue probablemente un hecho saludable. Reírse del propio país seguramente es preferible a la autoflagelación. En la medida en que los capítulos más oscuros de la historia se pueden superar, los alemanes, en general, los habían superado.”

Están de enhorabuena los lectores interesados en la II Guerra Mundial y sus consecuencias con este libro. En él encontrarán muchos elementos de la posguerra y posteriores que servirán para entender mucho mejor la realidad de dos pueblos que una vez derrotados viven procesos muy diferentes. Aquí aparecen desde los museos, educación, símbolos… o cualquier otro elemento necesario para comprender el fenómeno.
Además, aunque carece de bibliografía final y el apartado de notas está reservado a lo imprescindible, esta edición incluye un índice alfabético siempre de agradecer en este tipo de libro.

La forma en la que los pueblos se enfrentan al pasado es siempre particular. Sin embargo la utilización que las élites políticas en muchas ocasiones hacen de ello puede no serlo tanto. Los españoles también revisamos nuestra historia y muchas veces en forma de olvido mal intencionado y otras de revanchismo paralizador de la necesaria superación y aceptación del pasado. Los fantasmas que atormentan a los pueblos son parte de su historia y convivir con ellos es una necesidad para la cohesión de los mismos.



Temas relacionado en El Polemista:

Europa contra Europa de Julián Casanova y la amenaza totalitaria.




viernes, 7 de octubre de 2011

La próxima década de George Friedman y el futuro inmediato del mundo.

George Friedman, presidente de la compañía de prospectiva geoestratégica Stratfor, ya nos impresionó con su anterior libro, Los próximos cien años (Ed.Destino). En él nos confirmaba la decadencia de Europa en este siglo XXI, pronosticaba una fuerte crisis demográfica para el periodo, nos anunciaba una segunda Guerra Fría con Rusia con guerras espaciales incluidas, el resurgimiento como potencias de países como Turquía, Polonia o Japón (otra vez), o como de la investigación militar-espacial y del descenso demográfico llegará la solución al calentamiento global. Quizá, la cuestión más importante era la confirmación del dominio norteamericano en los próximos noventa años aunque al final del periodo su vecino mexicano pondría en peligro dicha supremacía.
Pues bien, si en aquel libro había numerosos elementos de interés, este La próxima década (Ed.Destino) no le tiene nada que envidiar, aunque el autor ya nos advierte, predecir a noventa años es más fácil porque se examinan las fuerzas impersonales que configuran la historia a largo plazo, mientras que a corto plazo lo que sucederá está determinado en menor medida por grandes tendencias históricas y más por decisiones concretas de individuos concretos.
En esta obra el autor se propone aconsejar al presidente norteamericano utilizando el modelo de El Príncipe de Maquiavelo.
Friedman sostiene que tanto Bush como Obama han perdido la visión estratégica que tan buenos resultados le dio a EEUU en el siglo XX. Entonces, se planificaba a largo plazo, mientras que en los últimos años el país se ha embarcado en aventuras a corto plazo basadas en metas inalcanzables.
“La máxima necesidad de la política estadounidense en la próxima década es reanudar la estrategia global y equilibrada que Estados Unidos aprendió de la antigua Roma y de la Gran Bretaña de hace cien años. Los imperialistas de la vieja escuela no gobernaban por la fuerza, sino enfrentando a los agentes regionales entre sí y oponiéndolos a otros que tal vez instigaran a la resistencia. Mantenían el equilibrio de poderes haciendo que esas fuerzas opuestas se anularan mutuamente y velando por los intereses generales del imperio”. La cita es larga pero creo que merece la pena.
Durante la próxima década a EEUU le toca recuperarse del agotamiento político y económico que ha supuesto su “embestida al mundo islámico”, y para ello hay que realizar una política que prime la creación de equilibrios regionales de poder. Para ello sostiene el autor, los norteamericanos deben distanciarse discretamente de Israel, fortalecer a una demasiado debilitada Pakistán frente a la India y llegar a un acuerdo con Irán aceptando su papel de potencia regional como algo inevitable.
Respecto a Europa, Friedman sostiene que mientras Bush y Obama se han distraído en Irak y Afganistán, Rusia se ha recuperado del hundimiento soviético y la Unión Europea muestra debilidades estructurales al aparecer problemas económicos graves.
En este contexto, Alemania se ha replanteado sus prioridades, y si bien sus relaciones económicas con sus socios europeos son beneficiosas, el hecho es que depende absolutamente de Rusia para abastecerse de gas y Rusia necesita la tecnología alemana. La solución pasará por una implantación empresarial alemana en territorio ruso de importancia. Es en este campo en el que debe trabajar EEUU, en evitar a toda costa la sintonía ruso-alemana.
El Asia que predice este libro ya ha sido tratada por este blog a través de otros autores: China dejará de crecer al ritmo actual y sufrirá graves problemas internos, mientras que Japón recibirá todas las atenciones por ser la auténtica potencia del noroeste de Asia.
“Existe una gran inquietud por el equilibrio de fuerzas indochinas, pero la India y China están divididas por una muralla, el Himalaya, que hace imposible la existencia de un conflicto prolongado o de un comercio intenso. Por eso, es como si China y la India vivieran en planetas diferentes. En realidad, la oposición tradicional y más importante de la región es la que se da entre China y Japón, las dos naciones que se disputan el segundo puesto en la economía mundial.”
George Friedman sostiene que la dependencia de Japón del comercio marítimo es absoluta, incluido el suministro de petróleo a través de aguas controladas por la armada estadounidense lo que le hace estar atrapado en una relación de subordinación respecto a Washington, al igual que la dependencia de la economía China a las exportaciones norteamericanas es un elemento de supremacía determinante para mantener los equilibrios en esa zona. Pero es justamente este elemento el decisivo, porque en la próxima década, a medida que China logre mayor autonomía económica, Japón necesitará más de la ayuda y protección de EEUU. Corea del Sur también jugará un papel fundamental en las alianzas necesarias.
Otros países del Pacífico Occidental de gran importancia como Australia también dependen de las rutas marítimas, de ahí que pequeños países aunque ricos y desarrollados como Singapur pueden jugar papeles importantes en los equilibrios para mantener a otros como Malasia o Indonesia en posiciones favorables para al fin y al cabo mantener el control de las rutas marítimas que se han convertido en una de las claves del poder norteamericano en la zona.
En La próxima década se descarta que Latinoamérica pueda ser una amenaza para los Estados Unidos salvo en el caso de Brasil. El acierto estos últimos años de la política económica brasileña basado en la diversidad de las exportaciones les ha colocado en un lugar menos vulnerable al empeoramiento de la situación económica regional. Aun así no compite con la economía norteamericana y solo supondría un problema en el supuesto de que su crecimiento alcanzara un grado tal que requiriera una expansión aérea y naval Atlántica hasta las costas de África occidental y así dominar el Atlántico Sur. Esto no ocurriría en la próxima década, pero el libro sostiene que se debe iniciar un fortalecimiento de Argentina como único contrapeso regional a Brasil.
“A la postre, el gran peligro de Latinoamérica es el que predijo la doctrina Monroe, es decir, el de que una gran potencia extranjera utilice la región como base desde la que amenazar a Estados Unidos. Eso significa que la estrategia de Washington no debe centrarse en Latinoamérica, sino en Eurasia, donde surgen esa clase de potencias: lo primero es lo primero”.
La tesis para África es contundente: Dado que en la región no hay Estados-nación y que no hay pues, ninguno capaz de afirmarse sobre los demás, no se debe intervenir.
Y más pesimismo para esta región. Ocurrirán tres cosas dignas de mención: Continuará la situación actual porque el sistema de caridad planetaria no resuelve la irracionalidad de las fronteras actuales. Seguirá existiendo un imperialismo empresarial que se marcha una vez obtenido lo que buscan, y las luchas armadas se sucederán durante generaciones antes de que las naciones den lugar a Estados con legitimidad. ¡Desolador!
Friedman termina advirtiendo que las generaciones del baby boom americano (años 50) se convertirán en una grave carga económica, la innovación militar no “tirará” de la economía hasta la década de los veinte, y será esta crisis demográfica la que hará transformaciones tecnológicas.
En el campo medioambiental no hay expectativas de que los países emergentes reduzcan sus consumos energéticos y la lucha por el combustible será fundamental en las relaciones internacionales.
El autor termina su libro en referencia a EEUU haciendo una proclama en favor de la república establecida por los fundadores frente a las exigencias y tentaciones del imperio. Administrar el segundo preservando la primera es su receta para el futuro.

George Friedman ha hecho un enorme ejercicio de republicanismo en su sentido más puramente maquiavélico, o lo que es lo mismo, anteponer el realismo político necesario en el Príncipe al servicio de la República frente a todo idealismo. Este libro merece la pena ser leído, más allá de la posición conocida de su autor le va a permitir al lector entender la realidad política internacional desde un prisma diferente y que desgraciadamente es poco habitual. Asistimos a diario a acontecimientos internacionales que son interpretados desde el voluntarismo y no desde el estricto análisis objetivo de los hechos. Las revueltas árabes son un ejemplo de ello, y sería de gran interés saber como hubiera sido este texto de haberse escito ahora, porque soy de los que piensa que estos movimientos, si bien no serán trascendentes para una imposible llegada de la modernidad tal y como se deduce del concepto de la Ilustración occidental, sí supondrán cambios fundamentales geoestratégicos dependiendo de la evolución de países como Siria, Egipto, Argelia o Marruecos. George Friedamn no tenía estos datos y quizá le ha faltado la predicción de una matizada reedición del papel que el Mediterraneo ha tenido en el juego internacional a lo largo de la historia.
Otra cuestión importante que puede trastocar las visión del futuro que tiene el autor que hoy he traído a El Polemista son las consecuencias del terremoto japonés del presente año y sus consecuencias económicas, aunque el desastre (del que parece que todavía no conocemos una parte de los efectos) podría reafirmar aun más la previsión de dependencia japonesa respecto a EEUU dadas las catastróficas previsiones económicas que hay para el gigante nipón.
Se suma a los encantos de este libro la sencillez y facilidad con la que se lee y el interesante prólogo de Lluis Bassets que incluye la edición española.




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La Santa Ignorancia de Olivier Roy y las revueltas en el mundo árabe.

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