No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

miércoles, 29 de febrero de 2012

Los españoles ante el cambio de José Ignacio Wert, y la transformación de lo mediático en poder.

Los que hemos seguido estos últimos años el pensamiento de José Ignacio Wert a través de los distintos medios de comunicación en los que diariamente ha participado nos hemos llevado una enorme sorpresa al ver la transformación asombrosa del personaje. Del conservadurismo de corte orteguiano y europeo siempre vinculado a la moderación que el actual Ministro de Educación, Cultura y Deporte había exhibido anteriormente al ultraliberalismo neoconservador del que hoy hace gala hay un gran camino ideológico recorrido aunque se ha hecho en tan solo dos meses. Y quizá este Los españoles ante el cambio que edita la Fundación Faes (vinculada al Partido Popular) pueda ser una buena forma de aproximarse a ello ya que el editor advierte que el texto tiene unos meses de vida y es anterior al nombramiento del autor.
El libro más o menos responde al formato panfleto tan de moda. A través de cinco apartados y poco más del centenar de páginas, Wert nos da su visión de la España que se avecina apoyándose en datos estadísticos:
El autor lamenta en la cuestión referida Identidad, nación, Autonomías que si bien “el orgullo de ser español convive armoniosamente con un orgullo de parecida intensidad por sentirse miembro de una Comunidad Autónoma (…), esa armonía en la vivencia de un sentido múltiple de pertenencia registra una acusada fractura en algunas Comunidades en las que no parece fácil la integración armoniosa de esos sentimientos de identidad múltiple. Esas Comunidades son, acusadamente, Cataluña y el País Vasco y, algo más tenuemente Navarra.” Tras un repaso más que discutible del devenir histórico de estas pulsiones nacionalistas, Wert pone ejemplos de actualidad como las consultas soberanistas catalanas donde no duda en calificarlas de mascarada o de “tonto útil” al PSC, pero en un ejercicio de reconocimiento de su nueva posición hace la siguiente confesión: “La vieja referencia orteguiana de la “conllevancia” como estrategia a aplicar en las relaciones con Cataluña (y habría que añadir en la perspectiva actual al País Vasco) se está poniendo muy difícil.” No parece que en las relaciones que el Gobierno del Ministro Wert tiene con los nacionalistas catalanes de CIU tanto en España como en Cataluña quede patente esa sensación. En fin, la solución que propone para revertir esa “relación cada vez más bilateral y ventajista con el Estado” es clara:
“Es preciso podar la fronda político-administrativa que se ha ido creando en las Comunidades Autónomas, con estructuras de mini-Estados que no es posible ni útil mantener.”
La crisis del Estado de Bienestar también tiene su análisis. Explicándolo desde la “matriz católica” de España Wert afirma con rotundidad que los valores acerca del asistencialismo en nuestro país son los más estatalistas de las economías desarrolladas y que esta posición lejos de disminuir se ha incrementado en los últimos años. Advirtiendo de los costes en opinión pública que cuestan las reformas reclama un nuevo contrato social que redefina la solidaridad intergeneracional sobre bases posibilistas y realistas más allá de lo ideológico o voluntarista.
Respecto a los valores personales y sociales también hay una espectacular mutación en el pensamiento público del autor. Para él, el debilitamiento lógico en todo proceso modernizador de las instituciones tradicionales (familia, escuela e iglesia) en España ha sido de tal velocidad que “el desconcierto axiológico en que en buena medida ha dejado instalada a la sociedad.” Y va más lejos para explicar la pérdida de valores de los españoles: “Probablemente un factor muy importante es la acelerada pérdida de centralidad de la Iglesia Católica, y muy especialmente en lo que se refiere a su papel de prescripción moral.” A partir de aquí y tras presentar diferentes datos de opinión en nuestro país se radicaliza aun más al compararnos con las demás sociedades occidentales: “en ninguna como en España tiene lugar un cambio tan intenso en el sentido de la apertura a admitir todo género de comportamientos moralmente controvertibles.” Wert termina poniendo en duda la sinceridad de esa tolerancia en un claro ejercicio de contradicción.
Sin duda, el apartado dedicado a La Política contiene algunas de las afirmaciones más controvertidas de este Los españoles ante el cambio. Partiendo de la desafección política y constatando el grave deterioro de las bases de sustentación de la conformidad democrática, y tras un buen análisis estadístico de la valoración institucional que tiene la ciudadanía llega a una interesante conclusión: “el eje de auto-identificación ideológica parece haber perdido relevancia como factor explicativo y predictivo del comportamiento electoral”. Y esto a pesar de que el autoposicionamiento ideológico de los españoles en los últimos 15 años no ha cambiado apenas. Y en este punto llegamos a la valoración que el Ministro hace del 15M y los movimientos de indignados:  
“(…), cada vez que se desciende a una mínima concreción, asoma la patita una idea o bien estatista (…)o, incluso un puntito soviético:” Hombre don José Ignacio, en este blog he sido muy crítico con el Movimiento 15M por lo que considero una absoluta carencia de sustrato ideológico en muchos de sus planteamientos, pero convendrá el Sr Ministro que llamarles “soviéticos” por sus tendencias más o menos izquierdistas radicales sería tan injusto como definirle a usted como franquista por sus nuevos ímpetus conservadores. Sin duda esta parte del libro merecía una revisión por mucho que pueda generar adhesiones en los sectores más reaccionarios de la derecha española.
Las Conclusiones de este libro giran en torno a la refundación del vínculo nacional y el social que el autor achaca a errores políticos con una llamada más o menos tópica al esfuerzo, la pedagogía… y como si de una premonición se tratara al tema educativo. Tras arremeter contra el gobierno anterior por sus políticas al respecto y denuncia nuestro retraso educativo, y lo que es mejor, advierte de “más importantes que los recursos es la organización del sistema y los valores educativos que prevalecen”.
La llamada a la racionalización del Estado multinivel o a la reforma de la Administración de Justicia cierran el texto propiamente dicho al que el editor ha añadido un post-scriptum al que solo le ha faltado que en vez de llevar el nombre Las elecciones generales 2011, un análisis preliminar, podía perfectamente haber sido titulado, oe, oe, oeee....

En fin, más allá de la ironía, este texto deja un sabor amargo a los que hemos podido disfrutar durante estos años de un analista que ha hecho de la lógica y la mesura una fuente de opinión, que aunque siempre conservadora también capaz de crear consensos más allá de posiciones ideológicas. Desgraciadamente José Ignacio Wert abandona esa línea para convertirse en uno de los puntales de la llamada contrarreforma Popular y que a algunos que continuamos viendo el mundo desde una visión –ahora sí- orteguiana nos llena de preocupación al percibir que el populismo neoconservador ocupa cada vez más importantes cotas de poder.
Sospecho que el propio Ministro no tardará en sentirse muy incómodo al notar el precio en prestigio y credibilidad que tendrá que pagar por estas veleidades.


TEMAS RELACIONADOS TRATADOS EN EL POLEMISTA:


¡Comprometeos! De Stéphane Hessel y los movimientos de Indignados.



Manifiesto de economistas aterrados (VVAA), Las voces del 15M (VVAA), y el otoño indignado.



Catalunya, España. Encuentros y desencuentros de José Enrique Ruiz-Domènec, y la desafección creciente.



EN EL POLEMISTA HASTA 2012. (ÍNDICE COMPLETO 2011)


miércoles, 22 de febrero de 2012

Gitanas de Claire Auzias, y la sociología de la integración.

Del preámbulo de Gitanas:
“A las mujeres del pueblo, de las clases peligrosas, de los estratos plebeyos, de los grupos desfavorecidos, y a las mujeres discriminadas, se les impone un plus de silencio. Esta enorme discriminación y el confinamiento en el mutismo van de la mano con la etnicidad de los roms, o sea, con la ausencia de un Estado y de las construcciones que conlleva, como la civilidad etnocéntrica que comúnmente llamamos ciudadanía.”

Claire Auzias ha pintado en este Gitanas (Ed. Pepitas de calabaza) un impresionante retrato de lo que es ser romaní y mujer, y lo ha hecho a través de catorce entrevistas personales y sin cuestionario previo a quince mujeres que a través de su experiencia van a tirar del hilo de la historia, la tradición y el día a día de su etnia en Europa.
Aquí hay españolas, francesas, portuguesas, kosovares, rumanas…, artistas, rebeldes, sumisas, ancianas, universitarias…, cristianas, musulmanas o evangelistas, y todas ellas con un discurso atípico que huye con éxito de todo tópico. Es asombrosa la diversidad y la riqueza del mundo gitano observado a través de las vivencias de estas mujeres.
Gitanas que comían cerillas durante la II Guerra Mundial “para que se le hicieran manchas en los pulmones y de esta manera no la llevaran a un campo de concentración. Porque teníamos a toda la familia de mi padre en el Campo de Saliers”, mujeres con treinta abortos en cuarenta años, o sorprendentes historias que el lector probablemente no espera: como la de Iréne, una hija de gitanos catalanes que habla de los gitanos andaluces: “Nosotros éramos la escoria de los gitanos. No nos consideraban verdaderos gitanos. Ellos, los andaluces, se creían los auténticos. Pero nosotros, como no éramos sino catalanes, no éramos… Pero ahora nos aceptan más.”
O Cheida, una kosovar de setenta años que sacó ella sola adelante a sus diez hijos y que explica las consecuencias de no respetar algunas tradiciones como sería la de “arreglar” falsas virginidades: “¡No! ¡No! Si lo haces organizas una pelea de muerte, con pistolas y cuchillos; se exige sangre. En seguida se presenta la familia para preguntarte dónde lo has hecho y como.”
No obstante este libro es esperanzador, porque la mayoría de las historias están marcadas por la superación y por el esfuerzo de integración sin pretender ser una obra de denuncia de los ultrajes y maltratos sufridos por el pueblo gitano si no de dar la palabra a las mujeres.
Dice Claire Auzias en la conclusión:
“Estas gitanas tan presentes en el imaginario medio, así como en el repertorio popular, y que se hallan completamente abandonadas por las feministas (…). El mismo feminismo ha perdido ya su carácter incisivo para civilizarse y devenir vulgar”. Viniendo de una feminista es relevante.
Nos advierte la autora de la importancia en estos colectivos de la religión si esta es modernizadora y favorece la integración por la repercusión que tiene en el ámbito de la intimidad, tomando en cuenta que la tasa de fecundidad es determinante. Se trata de un espacio privado nuclear y plurinuclear, donde familias nucleares unidas por una alianza forman una familia extensa. Aun así considera Auzias de sus numerosos estudios al respecto en Europa -Oriental y Central fundamentalmente- que la modernización se había instalado en la vida de las gitanas, “las madres solteras eran multitud, las familias monoparentales legión, las familias mixtas una proporción respetable y que las clases medias formaban, junto con el lumpen y las capas rurales miserables, el resto de la población rom.”
Termina la autora:
“Que las mujeres rommia, gitanas, manuches, yeniches, sinti, itinerantes y otras valoren finalmente su contribución creadora al mundo, poniendo en evidencia el rostro de la mezquindad dominante, que las pinta con los colores de la infamia. Nada nos permite afirmar que el patriarcado sea más virulento en este pueblo que en los demás. Lo realmente seguro es que lo es igual.”
Gitanas además cuenta con un pequeño aunque muy útil glosario y todo un apartado del libro magníficamente editado dedicado a las sesenta y dos fotografías de Éric Roset que servirán para ilustrar aun más las historias que contiene la obra.

El pueblo gitano ha sido estudiado desde distintos puntos de vista, pero Claire Auzias hace un ejercicio de exposición tan original como eficaz, fundamentalmente porque queda fuera de todo estereotipo  y pone el foco en aquello que una mirada con los habituales prejuicios ante la realidad romaní no ve o pasa por alto.
Como todo ejercicio combativo desde la sociología, y este lo es, plantea discrepancias y dudas, pero es indiscutible que toda integración se ha de hacer desde la aceptación y el conocimiento del otro, previos a la comprensión y aceptación de que el precio de esa normalización social no puede ser la renuncia a la propia identidad, porque, como dice la gitana e historiadora Sarah Carmona en el prólogo de este libro, “la historiografía romaní no es otra que la de los miedos y obsesiones de la sociedad mayoritaria.”



TEMAS RELACIONADOS TRATADOS EN EL POLEMISTA:


Raíces profundas editada M.Jesús Fuente y R.Morán, La trampa del velo de Ángeles Ramírez, La lujuria en la iconografía románica de Jesús Herrero Marcos, y la historia de la violencia de género.


Yo maté a Sherezade de Joumana Haddad, Las tradiciones que no amaban a las mujeres de Mª. Teresa Gómez-Limón.- La Mujer en mundo árabe y el feminismo que viene.



miércoles, 15 de febrero de 2012

Cataluña ante España de Albert Balcells, y la necesidad de diálogo entre Cataluña y el resto de España.

Albert Balcells no hace en este Cataluña ante España (Ed. Milenio) un ejercicio de descripción objetiva de los diálogos entre catalanes y lo que el autor –erróneamente- denomina castellanos identificando así a intelectuales del resto de España, (en este sentido hace una aclaración en la introducción basada en la lengua), sino que a través de un libro “militante” llama a la comunicación entre “uno y otro lado”. Y lo hace bien, porque esta obra más allá de la posición que se adopte respecto a ella (no deja indiferente) merece su atenta lectura. Ya la introducción es en sí misma un alegato aunque también un buen trabajo de síntesis del pasado y del presente. Dos párrafos necesarios y sin duda polémicos:
“(…) tenemos la sensación de que cuando han faltado libertades en España y cuando ha parecido más difícil que se superase el atraso hispánico, más fácil ha sido la aproximación de la intelectualidad española a la catalana. Pero cuando se ha superado la parálisis y cuando Cataluña ha contado con unos instrumentos mínimos para asegurar el futuro de su identidad colectiva y para su desarrollo en todos los órdenes, entonces se han producido los desencuentros y se le ha girado la espalda.”
“Los catalanes se han visto empujados otra vez a la labor de Catalunya endins. Es la reacción ante la dificultad para un encaje sin renuncias en una España que no se reconoce a si misma como plurinacional. Hoy se tiene la sensación que todos los esfuerzos de explicación y de persuasión llevados a cabo por parte de los catalanes en los últimos treinta años por medio de ciclos de conferencias, libros colectivos y exposiciones no han dado resultado alguno ante los intereses creados y los prejuicios arraigados.”
No le falta parte de razón a Albert Balcells pero el mismo argumento a la inversa si bien sería injusto también podría encontrar sus razones.
Pero si la introducción da bastante de sí, da idea del valor del contenido de este Cataluña ante España.
Dividido en ocho capítulos, vamos a encontrarnos a un Marcelino Menéndez Pelayo reivindicador de la literatura catalana en diálogo con Antoni Rubió i Lluch, para ambos “las tres literaturas peninsulares, que todos los españoles debían conocer paralelamente y sin olvidar ninguna, eran la galaicoportuguesa, la castellana y la catalana. Obsérvese que ni uno ni otro tenían en cuenta la vasca.” (Nada que ver con el catalanismo político que en aquel 1888 no llevaba ni una década organizado y por el que sin duda el cántabro sentía un profundo desprecio).
Más dudas me ofrece el segundo capítulo donde se analiza la correspondencia que mantuvieron Joan Maragall y Miguel de Unamuno, de él se deduce un tenebrismo en el vasco (según el autor “otro vasco castellanizado como Ramiro de Maeztu”) y una alegría en el catalán muy discutible por mucho que Balcells se valga de otro sabio tan poco “imparcial” como Joan Fuster para argumentarlo. Muy interesante resulta la relación entre un andaluz de la talla de Francisco Giner de los Ríos y Maragall, especialmente en un contexto como este: “Mientras Salmerón, presidente de la Unión Republicana, alargó la mano al catalanismo y salió diputado por Barcelona en las elecciones que ganó abrumadoramente la Solidaritat en abril de 1907, Segismundo Moret, como jefe del gobierno, había tramitado la Ley de Jurisdicciones, que había legalizado la intromisión del militarismo en la vida política, y el mismo hermano de Don Francisco, Hermenegildo, se sumaba en Barcelona a la disidencia republicana lerrouxista y anticatalanista.” En efecto, el medio en el que se desarrollaron todos estos contactos es decisivo y el libro acierta de pleno en su exposición.
En marzo de 1924 ciento dieciséis intelectuales españoles de toda condición e ideología envían una carta al dictador Miguel Primo de Rivera en defensa de la lengua catalana y que este reprimía a pesar del apoyo que de Cataluña había recibido para imponer su régimen. La carta, salida del Ateneo de Madrid, fue muy bien recibida y celebrada por la cultura catalana como no podía ser de otra forma, de hecho seis años después se celebraría un homenaje a dicho hecho que, promovido por la Lliga Regionalista de Cambó, subyacía la idea del fracaso en Cataluña del asimilismo castellano como del separatismo catalán. Albert Balcells dará importancia a la evolución posterior de varios de sus participantes, que van desde la indecencia intelectual y moral de Giménez Caballero a la grandeza de personajes como Menéndez Pidal o José Ortega y Gasset que en esta obra sigue sufriendo el ajuste de cuentas al que cierto catalanismo le somete aun hoy, y es curioso, porque de poder leerlo, Don José se sentiría más reafirmado en sus tesis sobre la catalanidad.
De la autonomía universitaria catalana en los años treinta y de su suspensión a raíz de la revuelta de 1934 para su restablecimiento en 1936 también se trata con bastante profundidad incluido el papel de intelectuales como Américo Castro y Joaquim Balcells y las disputas por el uso de la lengua en el ámbito académico: “Aquella Universidad Autónoma de 1933 quedó como una experiencia memorable aunque brevísima, una esperanza truncada y aplastada”. Desgraciadamente tras la Guerra la represión y la expulsión de ciento treinta y nueve profesores acabaron con ella para siempre.
Caso aparte merece el capítulo dedicado a Manuel Azaña, en mi opinión injustamente tratado por Albert Balcells. Y es que si bien reconoce su papel conciliador y avanzado “fue el primer estadista de la España castellana que reconoció que la autonomía de Cataluña no era únicamente la aceptación de un derecho democrático de los catalanes, sino también una necesidad para la democratización de España entera”, le reprocha su amargura tras el comportamiento insolidario y particular de Cataluña en el esfuerzo bélico de la República. El autor califica de “insostenibles” los supuestos de Azaña al respecto en un alarde de negación histórica sorprendente.
Una de las posiciones más débiles -en términos intelectuales- de este Cataluña ante España y común a determinado nacionalismo catalán es hablar de los regímenes dominantes en cada momento, especialmente el de Primo de Rivera y más aun el de Franco como una imposición de España a Cataluña, como si no lo sufrieran igual o más cualquier otra autonomía española. El autor habla de “genocidio identitario” sobre Cataluña olvidando que la política de homogeneización y negación de toda diferencia cultural, religiosa o política no estuvieran en el ideario franquista más allá de donde se impusiera.
Los diálogos de Carles Riba y Dionisio Ridruejo y las dificultades para editar en catalán en los años cincuenta anteceden a los de Maurici Sarrahima y Julián Marías de los años sesenta y los debates paralelos que en aquella época se mantenían entre diferentes intelectuales, por aquí ya aparecen personajes como Tierno Galván, Ernest Lluch. Aprovecha de nuevo el autor para acusar al pueblo de solidarizarse con la opresión franquista por “no quererse enterar” y que los catalanes sufrieron la dictadura “además como tales mientras los símbolos de la identidad castellanos eran enaltecidos”. Balcells se otorga la definición de castellanidad y catalanidad con una frivolidad histórica impropia de un trabajo de la importancia de este libro. Josep Pla o Miguel Delibes se asombrarían.
En fin, la obra termina en los años ochenta y los diálogos establecidos bajo los gobiernos de Jordi Pujol en Sitges en 1981 y Girona en 1984 bajo la idea de definir España para concluir con una afirmación que suscribo en su totalidad:
“Si en una confederación como la helvética se puede ser plenamente suizo en alemán, en francés o en italiano, pero en cambio, no se puede ser español al cien por cien en catalán, en vasco o en gallego, no debe extrañar que continúe siendo un problema no resuelto el de la intervención de los catalanes en España sin reducir su identidad. Una intervención con esa merma supone una contribución empobrecedora que no eleva el nivel de España y que por lo tanto, disminuye la contribución española a la Unión Europea.”
De la edición del libro, agradecer las pequeñas bibliografías que aparecen al final de cada capítulo y lamentar la inexistencia de un índice onomástico imprescindible en este tipo de obra.

En suma, Cataluña ante España supone una invitación al diálogo y al acercamiento entre catalanes y el resto de españoles en un momento en que es más necesario que nunca. La catalanofobia, muy implantada y alentada por determinados sectores políticos españoles es un problema de igual o mayor gravedad que la exclusión y el rechazo a todo lo español que se fomenta desde algunos sectores del nacionalismo catalán y todo esfuerzo de comprensión y acercamiento se agradece en un momento en el que los nacionalismos –todos-, mutan hacia posiciones cada vez más economicistas y menos políticas formando un cóctel muy preocupante en las actuales circunstancias.
El Polemista se suma humildemente a esa tarea de diálogo entre ambas partes y así he tratado de plasmarlo desde los inicios del blog. El catalanismo encuentra en libros como este, o los aquí también comentados de Germà Bel, José Enrique Ruiz Domènec o Carles Bonet excelentes ejemplos de cómo es posible.


TEMAS RELACIONADOS TRATADOS EN EL POLEMISTA:

Catalunya, España. Encuentros y desencuentros de José Enrique Ruiz-Domènec, y la desafección creciente.



La España de los otros españoles de Carles Bonet y el encaje de Cataluña en España.


Residuals o independents? de Jordi Pujol, y la desafección calculada.


La mort de Bèlgica de Marc Gafarot, y en busca de Cataluñistán



La nación inventada de Arsenio e Ignacio Escolar, y los mitos nacionales.



Noves glòries a Espanya de Vicent Flor, y, ¿es anticatalana la identidad valenciana?



Palabras como puños dirigida por Fernando del Rey, y la visión objetiva de la Segunda República.


Los fascismos españoles de Joan Maria Thomàs, El ocaso de la verdad coordinado por Antonio C. Moreno Cantano, y la particular historia del fascismo español.



martes, 7 de febrero de 2012

El gentil monstruo de Bruselas de Hans Magnus Enzensberger, y la deriva europea.

En esta nueva edad de oro del panfleto, no podía faltar Hans Magnus Enzensberger, sin duda una de las cumbres culturales europeas que no se ausenta nunca a ninguna cita histórica, filosófica o literaria. Dado los días que vivimos, Europa era un blanco perfecto para un ensayo a medio camino entre lo indignado y lo inquietante, por eso, más allá de la opinión que suscite no deja indiferente a nadie.
El gentil monstruo de Bruselas (Ed. Anagrama) es una crítica feroz y despiadada a la Europa de Bruselas, a una Unión Europea a la que reconoce como un monstruo burocrático que vive de espaldas al ciudadano después de haber traicionado todas sus intenciones fundacionales, y el veredicto no puede ser más descorazonador:
“Europa ya ha superado tentativas bien distintas de uniformar el continente. Todas tenían en común la soberbia  y ninguna tuvo éxito duradero. Tampoco a la versión no violenta de tal proyecto se le puede extender un diagnóstico favorable. A todos los imperios de la historia les esperaba una vida media limitada, siendo la sobre expansión  y las contradicciones internas las causas de su fracaso.”
Y es que si bien el autor comienza reconociendo las ventajas que la Unión ha tenido para la vida de sus ciudadanos en forma de facilitar movimientos físicos y económicos o la más importante aun, “pocas son las décadas en la historia de nuestro continente en que haya reinado la paz. Entre los Estados que pertenecen a la Unión Europea no ha habido ni un solo conflicto armado desde 1945. ¡Casi una generación entera sin guerra!”, aquí se acaban los elogios y estos no ocupan más que medio capítulo de los nueve que contiene el ensayo a lo largo de su centenar de páginas. A partir de ahí irá diseccionando paso por paso el funcionamiento de la UE, sin dejarse los detalles más pequeños (incluidas cuestiones como la legislación sobre las bombillas o los plátanos, siempre vinculada a los intereses económicos que las mueven, nunca al interés ciudadano) para profundizar poco a poco en todos los resortes de la organización a la que acusa de regular hasta la obsesión con el único fin de garantizarse más poder, dinero y puestos de trabajo para sí. Eso sí, la cultura se salva por no ser homogeneizable, ¡todo un alivio! También en esto de regularlo todo hay espacio para la denuncia con sentido del humor:
“En lo que atañe a los requisitos de dimensión mínima de los condones, cuya longitud no debería divergir menos de cien milímetros y su anchura no más de dos milímetros de la anchura nominal, la Comisión, seguramente después de una larga disputa se mostró comprensiva: la longitud de 16 centímetros no es obligatoria; sólo se recomienda.”
Especial atención me ha suscitado la reflexión puramente política de Enzensberger y que trasciende a los hechos más concretos. Gira en torno a la idea de déficit democrático que subyace en el mismo organigrama inicial de la UE, donde a la absoluta inexistencia de división de poderes se suma una premeditada negación democrática en favor de la lógica económica: “Como si las luchas constitucionales de los siglos XIX y XX nunca hubieran existido, el Consejo de Ministros y la Comisión acordaron, ya en el momento fundacional de la Comunidad Europea, que la población no tenga ni voz ni voto en sus decisiones. El que esa recaída en situaciones preconstitucionales pueda curarse por medio de correcciones cosméticas ya no lo cree nadie. Por tanto, aquel déficit no es más que una noble expresión para referirse a la incapacitación política de los ciudadanos.”
Y el autor nos advierte de la ironía subyacente a que las fisuras más destructivas de esta Europa aparecen en su campo de acción por excelencia: la economía. Y así, para disimular las inevitables tensiones que se derivaban de su error de construcción no han tenido reparos en violar sus propios tratados acogiendo a países que no cumplían los mínimos requisitos, ni tan siquiera de transparencia. Las consecuencias de todo este cóctel: “La receta no es nueva: socialización de las pérdidas, privatización de las ganancias. El hecho de que a la expropiación política le siga la económica no carece de lógica.”
Y es así como hemos entrado en una era postdemocrática donde el gentil monstruo burocrático y megalómano que es la Unión Europea sigue aferrado a la idea de seguir ampliándose y sumando poder asumiendo que los europeos han perdido el entusiasmo por su Europa a causa de su ignorancia respecto a lo que es mejor para sus intereses. Es por eso, que han ingeniado una estrategia destinada a inmunizarlos contra toda crítica: “A quien se niegue a sus planes se le denuncia como antieuropeo.”

En fin, este ensayo presenta numerosos claro-oscuros, y si bien hay una visión de la realidad clara y bien documentada, también hay cierto tono de demagogia anarquizante tendente a descontextualizar los datos y crear a través de la maestría literaria del autor un clima de aceptación de la denuncia a base de exponer las muchas deficiencias que presenta nuestra Unión Europea.
La pequeña bibliografía que propone no puede ser más parcial y un autor genial como Hans Magnus Enzensberger no debería tener problema en entender que la alternativa a las organizaciones transnacionales está en los antiguos Estados-nación que sumieron al continente en algunos de sus momentos más tristes, y que si bien hay mucho que mejorar, todavía ensayos de gran interés como el suyo son publicados con la ayuda de Goethe-Institut y el Ministerio de Exteriores Alemán además de financiado por la Fundación Sonning y el Prix de Littérature Européenne. Todo un ejemplo de que en el proyecto europeo merece la pena apostar aunque en todo sueño caben episodios de pesadilla.


TEMAS RELACIONADOS TRATADOS EN EL POLEMISTA:

Europa contra Europa de Julián Casanova y la amenaza totalitaria.


El precio de la culpa de Ian Buruma, y las otras memorias históricas.

La belleza y el dolor de la batalla de Peter Englund, y el universo sentimental de la historia.

EN EL POLEMISTA HASTA 2012. (ÍNDICE COMPLETO 2011)

viernes, 3 de febrero de 2012

Editores, libreros e impresores en el umbral del Nuevo Régimen de Manuel Morán Orti, y los ciclos de cambio tecnológico.

La frase de Ortega y Gasset que encabeza El Polemista es una reivindicación del uso de la historia para la interpretación del presente y poder así intuir el futuro. Pues bien, este Editores, libreros e impresores en el umbral del Nuevo Régimen (Ed. CSIC) es una magnífica herramienta para analizar la adaptación que el mundo del libro fue capaz de llevar a cabo en otro momento de grandes cambios culturales y tecnológicos como el que estamos viviendo ahora. El libro se centra en el periodo final del siglo XVIII donde se da “una situación de equilibrio más o menos estático entre formas artesanales de producción y comercialización de papeles impresos, y su recepción efectiva en círculos reducidos de lectores.” Tratando la edición española y especialmente la de Madrid, Manuel Morán nos lleva a una Villa y Corte donde convivían unas 125 familias de libreros con 80 puntos de venta aproximadamente, y cerca de 500 impresores trabajando en 28 establecimientos tipográficos. Por aquel entonces, aunque los editores privados concentraban la mayor parte de la iniciativa editorial, eran los impresores los que adelantaban el capital para realizar las ediciones. Como curiosidad, La Alcarria era la principal fuente de recursos humanos para el sector, lo cual se veía reforzado por los fuertes lazos de parentesco y de nupcialidad en el gremio. Se trata de un modelo de predominio de la empresa familiar sobre el modelo de compañía mercantil, con manifestaciones de religiosidad corporativa y mutualismo asistencial, y eso quedaba reflejado en los libros que editaban y vendían, pero sería equivocado imaginar un contexto arcaizante y gremial, porque si bien las conexiones familiares pesaban mucho, el factor determinante para iniciarse en ese comercio era tener el dinero para adquirir los libros.
Es curioso, algunos debates se mantienen, resulta muy interesante imaginar el contexto en el que Carlos III aprueba disposiciones sobre el precio de libro en un marco en el que la todopoderosa Compañía de Impresores y Libreros del Reino financiaba a gran escala la edición de libros de rezo eclesiástico en Amberes. En 1763, “Carlos III había hecho aprobar otras disposiciones en sentido liberalizador: en lo principal, la libertad de precio para los libros (aunque excluyendo los considerados de primera necesidad) y la enajenación de los privilegios de impresión pertenecientes a manos muertas, conservándolos para el autor y sus herederos en el moderno sentido del copyright.” Ya se daban algunos rasgos del capitalismo comercial que normalmente atribuimos a tiempos posteriores en un contexto de cooperación pero también de competitividad.
Es bonito imaginarse aquel Madrid donde si bien las imprentas se encontraban en los rincones más apartados las librerías se ubicaban especialmente en pleno centro, concretamente en las bocacalles de la Puerta del Sol, y hace una idea de lo que implica en los mecanismos de formación de la opinión pública a escala local. Como en todas partes, los libreros españoles no se limitaban a la venta minorista de papeles impresos, algunos eran especialistas en libros antiguos y tasadores de bibliotecas, “lo que era coherente con un orden cultural en el que aun pesaba mucho la tendencia a la preservación del saber antiguo –perenne, estable y ortodoxo- y quizás menos la promoción del progreso intelectual y del pensamiento creativo.”
En la medida de sus posibilidades económicas, los libreros eran también editores, hay constancia de decenas de libreros que solicitaron licencias de impresión (un indicio para la identificación del editor) a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Así, los libreros acaudalados actuaban de editores, libreros e impresores. Si bien la adquisición de una imprenta tradicional estaba fuera de una renta normal para la época -sin ser una inversión desmesurada-, los alquileres no eran muy caros salvo en zonas muy céntricas, lo que derivaba en que los impresores se mudaran con frecuencia a la periferia y solo cuando vendían los libros en el mismo local buscaban ubicaciones más céntricas.
Por su parte, la tecnología se basaba en aparatosas prensas manuales de madera que no habían incorporado grandes innovaciones durante siglos ya que la velocidad de impresión bastaba para satisfacer sin problemas la demanda. Si bien en este punto el coste no era muy alto, sí lo era en cuanto al papel, artesanal y de gran calidad, especialmente el que venía de Cataluña, como lo eran también los jornales de cajistas y prensistas por la cualificación que requerían. “Así pues, en la época preindustrial era el capital circulante y no el fijo el factor fundamental en el proceso editorial, y por tanto, los libreros adinerados desempeñaban el papel de editores con más asiduidad incluso que los impresores, puesto que en condiciones normales la naturaleza de su negocio –venta directa en locales, intercambios y distribución al por mayor a otros libreros- les permitía amortizar su inversión en menos tiempo.” Quien iba a decirnos que 250 años después la tecnología nos iba a llevar al mismo sitio.
Las tiradas solían ser pequeñas, el universo cultural español hacia 1800 era desolador y el porcentaje de lectores en España era cuatro veces menor que por ejemplo el francés. Así las cosas es fácil imaginarse que los libros de entonces eran caros, pocos, muy orientados hacia personas instruidas con buenas rentas, de temática mayoritariamente centrada en las humanidades y la religión, de un perfil muy arcaizante y con un muy bajo número de títulos científicos. Dado el control gubernamental que sobre ellos se realizaba eran de orientación muy conservadora y conformista, y claro está muy inducidos por la férrea censura. Se pregunta el autor si los efectos más sutiles y profundos de aquel clima no tuvieron lugar a largo plazo al retrasar y debilitar la expansión del hábito de la lectura.
En fin, la causa de la ruptura de aquel modelo editorial estará en la liberal y sus consecuencias: “Modificó, en efecto, el marco político y legislativo que constreñía a escritores y lectores, consolidó la filosofía individualista que ya presidía la economía editorial, renovó los discursos escritos de forma acorde con el nuevo sistema de ideas y valores estéticos asumidos por los españoles y afectó a las condiciones de vida de la gente del libro.”
Evidentemente, el ciclo de guerras de la época provocó entre otras crisis circunstanciales el estrangulamiento del comercio, especialmente la Guerra de la Independencia. La caída de las ventas y la contracción de actividad dejaron paso a una lentísima recuperación. No faltan en este libro ejemplos concretos de libreros o editores y de sus posicionamientos en el conflicto.
No sería hasta la llegada del Trienio Liberal cuando se entra en una fase de expansión de la producción y comercio de papeles impresos, y no solo por que la libertad de imprimir y los acontecimientos políticos indujeran a la lectura de libros, sino por el extraordinario impacto económico que la explosión de periódicos y folletos provocaron en el sector. Todo aquello, como es previsible dio al traste con el triunfo de la reacción absolutista y la prohibición como norma general de los periódicos que habían sido el principal motor de la industria editorial. La pérdida de los mercados americanos supuso también un duro golpe para el sector.
Al filo de los años 30 del XIX aun prevalecía la clásica asociación de la imprenta con el negocio de la librería y la encuadernación, pero también con el ramo de fundición de caracteres e incluso con el del papel.
Y sería la nueva boga literaria que venía de fuera  (especialmente de Francia) la que hizo que los editores de éxito fueran progresivamente abandonando la ilustración de corte erudito y elitista a favor de las novelas de esparcimiento. En ese nuevo clima los editores emplearon con gran profusión catálogos y prospectos, colecciones, suscripciones previas y periódicas con el fin de reducir riesgos financieros y llegar a públicos más amplios.
Así, el asentamiento definitivo del régimen liberal a partir de 1833 y la eliminación de las prohibiciones y restricciones legales a la edición, fueron decisivas para la llegada de un público masivo que cambiaría definitivamente y con medio siglo de retraso con respecto a países como Inglaterra la edición española introduciéndola en la modernidad. De la mano de la demanda implícita de la lectura y los cambios legales llegó la ampliación de las tiradas y la necesaria innovación tecnológica para satisfacerla. Redundó de manera decisiva en el precio de los libros, aunque ahora serían de peor calidad,  y esta auténtica revolución realineó a todos los agentes que operaban en el proceso del libro. La adquisición de modernas y caras prensas mecánicas dejó fuera a los libreros de la producción relegándolos a la distribución de libros al por menor.
“En tales condiciones, la necesidad de una acumulación previa de capital fue el factor que impuso la especialización: surgió entonces la figura del editor profesional, con plena independencia de sus antecedentes libreros, con frecuencia al frente de sociedades por acciones que trataban de amortizar el nuevo equipamiento mediante la edición de colecciones de libros y publicaciones de diversa índole.” Así, se alcanzó un nuevo equilibrio entre la oferta y la demanda en el que intervinieron agentes adaptados a las nuevas condiciones editoriales.

Editores, libreros e impresores en el umbral del Nuevo Régimen es una verdadera delicatessen. Este librito, en su centenar de páginas es un ejemplo de erudición y de capacidad de transmisión del conocimiento, no solo para comprender el periodo histórico que trata y las repercusiones posteriores, sino que se presenta como una verdadera fuente de reflexión sobre los procesos de cambio que se están produciendo en la actualidad en el mundo editorial. Y además es un libro de una gran belleza, magníficamente editado al que no le falta una fantástica bibliografía.
No debería pasar inadvertido para ningún amante de los libros y de la historia.


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