No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

martes, 7 de febrero de 2012

El gentil monstruo de Bruselas de Hans Magnus Enzensberger, y la deriva europea.

En esta nueva edad de oro del panfleto, no podía faltar Hans Magnus Enzensberger, sin duda una de las cumbres culturales europeas que no se ausenta nunca a ninguna cita histórica, filosófica o literaria. Dado los días que vivimos, Europa era un blanco perfecto para un ensayo a medio camino entre lo indignado y lo inquietante, por eso, más allá de la opinión que suscite no deja indiferente a nadie.
El gentil monstruo de Bruselas (Ed. Anagrama) es una crítica feroz y despiadada a la Europa de Bruselas, a una Unión Europea a la que reconoce como un monstruo burocrático que vive de espaldas al ciudadano después de haber traicionado todas sus intenciones fundacionales, y el veredicto no puede ser más descorazonador:
“Europa ya ha superado tentativas bien distintas de uniformar el continente. Todas tenían en común la soberbia  y ninguna tuvo éxito duradero. Tampoco a la versión no violenta de tal proyecto se le puede extender un diagnóstico favorable. A todos los imperios de la historia les esperaba una vida media limitada, siendo la sobre expansión  y las contradicciones internas las causas de su fracaso.”
Y es que si bien el autor comienza reconociendo las ventajas que la Unión ha tenido para la vida de sus ciudadanos en forma de facilitar movimientos físicos y económicos o la más importante aun, “pocas son las décadas en la historia de nuestro continente en que haya reinado la paz. Entre los Estados que pertenecen a la Unión Europea no ha habido ni un solo conflicto armado desde 1945. ¡Casi una generación entera sin guerra!”, aquí se acaban los elogios y estos no ocupan más que medio capítulo de los nueve que contiene el ensayo a lo largo de su centenar de páginas. A partir de ahí irá diseccionando paso por paso el funcionamiento de la UE, sin dejarse los detalles más pequeños (incluidas cuestiones como la legislación sobre las bombillas o los plátanos, siempre vinculada a los intereses económicos que las mueven, nunca al interés ciudadano) para profundizar poco a poco en todos los resortes de la organización a la que acusa de regular hasta la obsesión con el único fin de garantizarse más poder, dinero y puestos de trabajo para sí. Eso sí, la cultura se salva por no ser homogeneizable, ¡todo un alivio! También en esto de regularlo todo hay espacio para la denuncia con sentido del humor:
“En lo que atañe a los requisitos de dimensión mínima de los condones, cuya longitud no debería divergir menos de cien milímetros y su anchura no más de dos milímetros de la anchura nominal, la Comisión, seguramente después de una larga disputa se mostró comprensiva: la longitud de 16 centímetros no es obligatoria; sólo se recomienda.”
Especial atención me ha suscitado la reflexión puramente política de Enzensberger y que trasciende a los hechos más concretos. Gira en torno a la idea de déficit democrático que subyace en el mismo organigrama inicial de la UE, donde a la absoluta inexistencia de división de poderes se suma una premeditada negación democrática en favor de la lógica económica: “Como si las luchas constitucionales de los siglos XIX y XX nunca hubieran existido, el Consejo de Ministros y la Comisión acordaron, ya en el momento fundacional de la Comunidad Europea, que la población no tenga ni voz ni voto en sus decisiones. El que esa recaída en situaciones preconstitucionales pueda curarse por medio de correcciones cosméticas ya no lo cree nadie. Por tanto, aquel déficit no es más que una noble expresión para referirse a la incapacitación política de los ciudadanos.”
Y el autor nos advierte de la ironía subyacente a que las fisuras más destructivas de esta Europa aparecen en su campo de acción por excelencia: la economía. Y así, para disimular las inevitables tensiones que se derivaban de su error de construcción no han tenido reparos en violar sus propios tratados acogiendo a países que no cumplían los mínimos requisitos, ni tan siquiera de transparencia. Las consecuencias de todo este cóctel: “La receta no es nueva: socialización de las pérdidas, privatización de las ganancias. El hecho de que a la expropiación política le siga la económica no carece de lógica.”
Y es así como hemos entrado en una era postdemocrática donde el gentil monstruo burocrático y megalómano que es la Unión Europea sigue aferrado a la idea de seguir ampliándose y sumando poder asumiendo que los europeos han perdido el entusiasmo por su Europa a causa de su ignorancia respecto a lo que es mejor para sus intereses. Es por eso, que han ingeniado una estrategia destinada a inmunizarlos contra toda crítica: “A quien se niegue a sus planes se le denuncia como antieuropeo.”

En fin, este ensayo presenta numerosos claro-oscuros, y si bien hay una visión de la realidad clara y bien documentada, también hay cierto tono de demagogia anarquizante tendente a descontextualizar los datos y crear a través de la maestría literaria del autor un clima de aceptación de la denuncia a base de exponer las muchas deficiencias que presenta nuestra Unión Europea.
La pequeña bibliografía que propone no puede ser más parcial y un autor genial como Hans Magnus Enzensberger no debería tener problema en entender que la alternativa a las organizaciones transnacionales está en los antiguos Estados-nación que sumieron al continente en algunos de sus momentos más tristes, y que si bien hay mucho que mejorar, todavía ensayos de gran interés como el suyo son publicados con la ayuda de Goethe-Institut y el Ministerio de Exteriores Alemán además de financiado por la Fundación Sonning y el Prix de Littérature Européenne. Todo un ejemplo de que en el proyecto europeo merece la pena apostar aunque en todo sueño caben episodios de pesadilla.


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