No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

lunes, 24 de septiembre de 2012

En deuda de David Graeber, Keynes, su tiempo y el nuestro de Luis Ángel Rojo, y, otra forma de entender la realidad económica.

David Graeber, antropólogo y líder de Occupy Wall Street (la versión norteamericana de los Indignados) ha conseguido lo que en el subtítulo de este En deuda (Ed. Ariel) promete: Una historia alternativa de la economía. En efecto, en poco más de quinientas páginas y otras doscientas de notas y excelente bibliografía, Graeber destila su tesis central: “¿Qué es una deuda al fin y al cabo? Una deuda es tan solo la perversión de una promesa. Una promesa corrompida por la matemática y la violencia.” Y es que a lo largo de este libro la idea de que la violencia está inscrita en nuestra lógica económica y se haya en la misma naturaleza de sus instituciones es clave para entender la propuesta de su autor: Hacer tabla rasa de toda la deuda y comenzar de nuevo. Y sí, así dicho parece un tanto naif, ¿lo es?, pero les aseguro que el lector de En deuda se va a encontrar con un repaso impecable de la historia de la economía desde Mesopotamia hasta la actualidad y así intentar demostrar la falacia que se encuentra detrás de la tesis de Adam Smith de que la propiedad, el dinero y los mercados son anteriores a las instituciones políticas y la base misma de la sociedad humana. El trueque según Smith es consustancial a la naturaleza humana y en ello radica la historia económica por lo cual las instituciones políticas no tienen otro sentido que el garantizarlo y protegerlo. Y aquí es donde David Graeber desmonta el argumento desde la antropología al considerar el trueque como “un subproducto colateral del uso de monedas practicado por personas  acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra no tenían acceso a moneda.” Y dando por demostrado que sin dinero los sistemas de trueque no se dan, y aceptando que la moneda no es mercancía sino unidad de medida, la pregunta que se realiza es ¿Qué mide el dinero?: “Deuda. Una moneda es, efectivamente, un pagaré”. Es así como los Estados crean los mercados para la garantía del pago de la deuda y lo que los justifica, por ello la historia de la misma deuda y de los mercados es inseparable de la violencia, la esclavitud, la conquista, y siempre vinculado a instituciones fuertes (sean divinas, imperios, monarquías…) porque Estado y Mercado se necesitan mutuamente para su supervivencia. En suma, que trueque y moneda son deuda y para que esta sea fiable requieren al Estado que tiene como finalidad la garantía de la misma.
La esclavitud ocupa un lugar importante. Siendo como es una consecuencia de la guerra en alguna de sus formas, el perdedor “entrega su vida”, la deuda entendida como absoluta e infinita. Al aparecer el mercado de esclavos la deuda deja de ser absoluta y se convierte en cuantificable, de hecho el autor sostiene que fue exactamente esta operación la que hizo posible el surgimiento de la forma contemporánea del dinero.
Por tanto es la deuda lo que nos hace posible imaginar al dinero en su sentido contemporáneo, y por tanto lo que ahora llamamos mercado, un lugar donde todo está en venta porque todos los objetos son (como los esclavos) separados de sus antiguas relaciones sociales y existen solo en relación al dinero.
Una conclusión arriesgada de David Graeber:
“La esclavitud formal se ha eliminado, pero (como puede corroborar cualquiera que trabaje de ocho a cinco) la idea de que uno puede alienar su libertad, al menos temporalmente persiste. En realidad es la que determina qué debemos hacer la mayoría de nosotros en nuestras horas de vigilia, excepto, en gran medida, apartada de la vista. Pero esto se debe, sobre todo, a que somos incapaces de imaginar como sería un mundo basado en arreglos sociales que no requieran la constante amenaza de tásers y cámaras de videovigilancia.”
El autor a partir de ahora pasa a discernir los “grandes ritmos” que definen el actual momento histórico. Comienza por los primeros imperios agrícolas (3500 a.C) donde ya existían mercados, continúa por la etapa de las primeras acuñaciones de moneda (Era Axial, 800 .a.C) coincidiendo con el nacimiento de las mayores religiones del mundo en la China, India y Medio Oriente, donde usando el término de Geoffrey Ingham lo define como “complejo militar-acuñador” y le añade “esclavista”. Y si esta etapa será la de la aparición de los ideales complementarios de los mercados y las religiones, la Edad Media fue el periodo en el que ambas instituciones comienzan a fusionarse:
“Si la Era Axial fue la era del materialismo, la Edad Media fue ante todo, la era de la trascendencia. El derrumbe de los antiguos imperios no llevó, en su mayor parte, al surgimiento de otros nuevos. En lugar de ello, movimientos religiosos otrora subversivos acabaron catapultados a la posición de instituciones dominantes. La esclavitud entró en declive o desapareció, al igual que el nivel general de violencia. Conforme el comercio volvió a despegar, también lo hizo el ritmo de innovaciones tecnológicas; la paz más duradera trajo mayores posibilidades no tan solo para el movimiento de especias y sedas, sino también de gentes e ideas.”
Durante la mayor parte del periodo medieval la moneda se desvinculó considerablemente de las instituciones coercitivas y florecieron instituciones que requerían de un mayor grado de confianza social.
En la Era de los Imperios Europeos (1500-1971) el mundo experimentó una reversión de la esclavización masiva, el saqueo y las guerras de destrucción junto al consiguiente y rápido regreso del oro y plata  como la forma principal de dinero. Graeber destaca del periodo la disolución entre el dinero y las instituciones religiosas, y su posterior vinculación con instituciones coactivas (en especial el Estado), fue aquí acompañado de una reversión ideológica al “metalismo”. El crédito pasa así a ser una prioridad para todo gobierno y una forma de financiar el déficit, forma de crédito inventada para financiar las expansiones y sus guerras. Evidentemente, también es el momento del surgimiento del capitalismo, revolución industrial, democracia representativa… ¡y otra vez el autor retorciendo nuestras creencias más indiscutibles!, lo que consideramos libertad económica ha estado fundamentada en una lógica como la mismísima esencia de la esclavitud:
“… el nacimiento del nuevo capitalismo no es sino un gigantesco aparato financiero de crédito y deuda que opera, en la práctica, para extraer más y más trabajo de todo aquel que entra en contacto con él, y en consecuencia produce un crecimiento en la cantidad de bienes materiales. No lo hace solo desde la obligación moral, sino, sobre todo, empleando la obligación moral para movilizar pura fuerza física. En todo momento, reaparece la conocida, pero típicamente europea, asociación de guerra y comercio, a menudo en formas sorprendentemente nuevas.” Por estas formas Graeber se refiere a las Bolsas, deudas nacionales (dinero-deuda era dinero-guerra) y otras corporaciones privadas.
Y la última etapa, la actual, que comienza en 1971 cuando Richard Nixon anuncia el fin de la convertibilidad del dólar al oro acabando de manera definitiva con el patrón oro internacional y creando así los regímenes de libre flotación de la actualidad. Es la era del dinero virtual donde rara vez interviene el papel moneda en las grandes operaciones y las economías nacionales se mueven a través del crédito. La especulación y los instrumentos financieros se han convertido en una entidad en si misma sin ningún vínculo inmediato  con la producción o el comercio.
Y una reflexión sobre el entristecido hombre de hoy y su carga como individuo en las sociedades de hoy:
“Todas estas tragedias morales parten de la noción de que la deuda personal está causada, en último término, por excesos, que se trata de un pecado contra los seres queridos, y, que, por tanto, la redención es cuestión de purgar y de restaurar una ascética abnegación (…); es, en definitiva, la propia vida social la que se ve como un abuso, como un crimen, como algo demoniaco.”

En fin, habrá notado el lector que la visión antagónica con la concepción mayoritaria de la Economía se mezcla con una interpretación igualmente alternativa de la Historia. ¡Y desde la antropología!, ¡Les aseguro que se agradece! Este es un libro lleno de erudición (he evitado centrarme en las cuestiones más propias del debate filosófico) que desde luego supera muy de largo la práctica totalidad de la literatura indignada y que no debe faltar en ninguna biblioteca que pretenda abarcar el pensamiento de nuestro tiempo aunque, como es mi caso, se observe desde posiciones mucho más conservadoras. Se agradece la magnífica edición de Ariel.
Y como dije en su día en la entrada que El Polemista dedicó a un libro que navega en una línea muy similar (aunque de tono completamente diferente), Posteconomía de Antonio Baños (http://elpolemista.blogspot.com.es/2012/05/posteconomia-de-antonio-banos.html), nada más saludable y refrescante que enfrentarse a una enmienda a la totalidad de las propias ideas.


Siempre es una gran noticia la aparición de nuevas editoriales, -máxime cuando el sector está viviendo unas dificultades tan abrumadoras-, pero si además lo hace con un catálogo editorial tan estimulante mucho mejor. Se trata de El Hombre del Tres, y entre los autores con los que ha abierto fuego figuran apuestas tan estimulantes como Michael Ignatieff, Robert Kaplan, Peter Diamond… y recuperaciones tan de agradecer como este Keynes, su tiempo y el nuestro de Luis Ángel Rojo, y que, aunque editado originariamente en 1984, hoy resulta de una enorme vigencia.
Luis Ángel Rojo, el que fuera Gobernador del Banco de España entre los años 1992 y 2000 (en el prólogo de esta edición Julio Segura reivindica la magnitud del autor muy por encima de esta experiencia), admite sin ambages una formación económica de “firme ortodoxia keynesiana” aunque evita caer en la hagiografía o en la descalificación de John Maynard Keynes.
Trataré de hacer un esbozo general, muchos de los aspectos del libro superan los objetivos técnicos de El Polemista aunque todos los públicos encontrarán en él motivos de acercamiento a la figura del personaje.
“Keynes aspiraba a una combinación razonable de eficacia económica, libertades individuales y justicia social y pensaba que la descentralización de las decisiones y la iniciativa privada garantizaban una asignación eficaz de los recursos empleados y constituían una salvaguardia de la libertad personal y la variedad de la vida.”
El Keynes que aquí aparece está muy alejado del socialismo pero no encuentra justificación alguna para las desigualdades de su tiempo. Influido por los institucionalistas americanos creía que el capitalismo había entrado en una fase de tensiones conflictivas entre grupos que utilizaban poderes negociadores desiguales en defensa de sus intereses.
No puedo pasar por alto la conferencia que el economista daba en Madrid en junio de 1930 donde pedía a sus oyentes que no sobrestimaran los problemas económicos poniéndolos por encima de las artes de la vida. ¿Se imaginan la cara que pondrían hoy “los sacerdotes de la austeridad”?
Desde la publicación en 1919 de Las consecuencias económicas de la paz y su valiente crítica a las obligaciones salvajes que se le imponían a Alemania siguieron preocupándole durante los años veinte las consecuencias de las obligaciones de la I Guerra Mundial, pero la Crisis del final de la década y las restricciones del patrón oro al que él consideraba un elemento pernicioso no fueron una momento propicio para las políticas expansivas que deseaba.
Sería ya en los treinta cuando Keynes supera su periodo anterior de la publicación de Treatise y aparece General Theory (1936), donde como en The Economic Consecuences of Mr. Churchill advierte de algo tan necesario recordar hoy: “… en la mayoría de los casos, el paro tendrá un componente involuntario, que su origen no estará en el mercado de trabajo, sino en la insuficiencia de la demanda efectiva en el mercado de bienes y que es, por tanto, en la demanda de este mercado donde hay que encontrar el remedio.” Sin duda toda una herejía para nuestros días.
En The Means to Prosperity Keynes advierte: “Incluso si se ha conseguido llegar al descenso de los tipos de interés a largo plazo, es improbable que la iniciativa privada emprenda por si sola nuevos gastos financiados con préstamos a una escala suficiente. Las empresas no buscan la expansión hasta después de que han comenzado a recuperarse en sus beneficios. No hará falta más capital circulante hasta después de que comience a aumentar la producción…Así que el primer paso habrá de darse por iniciativa de las autoridades públicas; y es probable que hayan de hacerlo a gran escala y organizarlo con determinación si ha de ser suficiente para romper el círculo vicioso y detener el deterioro progresivo cuando una empresa tras otra arrojan la esponja y dejan de producir con pérdidas con la esperanza aparentemente vana de que la perseverancia se verá recompensada.” Como vemos, Keynes era muy escéptico respecto a los mecanismos de mercado y su efectividad a la hora de combatir la inestabilidad de la economía procedente del sector privado y creía en la política monetaria y la política fiscal para su estabilización, aunque la elección entre ambas dependería de la situación concreta. También mantuvo más que dudas sobre la posibilidad de una cooperación internacional efectiva para la lucha contra la Crisis, motivo por el cual defendió políticas nacionales con elementos proteccionistas. Y fue en esta etapa en la que el economista pasó a tener una enorme influencia en las políticas económicas de Gran Bretaña y Estados Unidos. El periodo de la II Guerra Mundial y sobre todo el inmediatamente posterior los vivió con una enorme intensidad y quizá frustración por no superar las posiciones norteamericanas en las negociaciones postbélicas angloamericanas sobre los sistemas de recuperación económica hasta su muerte en 1946.
La parte final de Keynes, su tiempo y el nuestro está dedicada a la valoración ecuánime y en ningún caso definitiva del autor a la obra del protagonista.
Este libro de Luis Ángel Rojo como decía al principio es de una sorprendente actualidad, pero hay párrafos que hoy probablemente serían diferentes. Es una lástima que la reciente desaparición de su autor no nos permita saber que opinaría hoy que el keynesianismo ha pasado a la prisión de la incorrección en favor de políticas destinadas a toda negación del papel del Estado en el ciclo económico, salvo para potenciar la iniciativa de las grandes instituciones financieras, que si bien controlan hoy la práctica totalidad de la actividad económica también son el punto de partida de la situación que hoy vivimos. Lo que sí que tengo claro es que John Maynard Keynes se llevaría las manos a la cabeza ya no tanto por las políticas económicas dominantes, que desde luego, sino por el grado de arrogancia y autoritarismo que sus enemigos exhiben hoy.
La edición aunque austera no escatima el necesario índice onomástico en estos casos y repito, en los tiempos que corren para la edición es una suerte contar con una nueva editorial como El Hombre del Tres.

En fin, dos libros muy diferentes que no pueden pasar de largo para el lector interesado en la realidad económica que vivimos. Y sobre todo, sano, muy sano bucear en otras formas de entender las políticas económicas.
 

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viernes, 14 de septiembre de 2012

El nacionalismo ¡vaya timo! de Roberto Augusto, y la trampa nacionalista.

No puede ser más oportuno este El nacionalismo ¡vaya timo! (Ed. Laetoli) vista la fuerza que parece poder adoptar el particularismo nacionalista al calor de la crisis económica y de la manipulación que políticos ineficaces e inmorales hacen de los sentimientos identitarios para tapar sus responsabilidades en su desastrosa acción gestora.
El título del libro sorprenderá al lector que no conozca la colección ¡vaya timo! de la editorial Laetoli, todo un canto al pensamiento crítico y desde luego un permanente azote a toda superstición que documenta desde el creacionismo, la parapsicología, los productos naturales (tratado en El Polemista http://elpolemista.blogspot.com.es/2011/06/comer-animales-de-j-safran-los.html), la religión… entre otros temas con autores de la talla de Gonzalo Puente Ojea o Mario Bunge.
Pues bien, en este caso Roberto Augusto plantea una disección crítica del nacionalismo como ideología, y comienza analizando el concepto de nación y la sustancialización que el nacionalista hace de ella: “La nación se convierte en una entidad autónoma, una realidad ajena a la de los ciudadanos que la integran. Posee una duración temporal que le permite estar por encima de cualquier cambio. Las generaciones pasan, pero la nación puede perdurar siempre porque hunde sus raíces en un pasado remoto y tiene ante sí un futuro ilimitado. Está dotada, además, de una personalidad propia, síntesis de la presuntas cualidades, casi siempre positivas, del pueblo que pretende representar.” De esta forma la nación se sacraliza y el nacionalista se convierte en una especie de guardián de su esencia frente a las agresiones exteriores. Si en el cóctel introducimos elementos como la etnia o la raza el resultado es explosivo como desgraciadamente demuestran múltiples ejemplos.
Posteriormente el autor centra su análisis de la idea de nación en los textos que considera referente de los elementos irracionales y megalómanos que inspiran a muchos nacionalismos. Se trata de Los discursos a la nación alemana de Fichte, toda una arenga que el que fuera uno de los padres del idealismo alemán lanzara a los deprimidos alemanes bajo la ocupación napoleónica en 1807. En ellos el filósofo venía a plantear que los alemanes eran diferentes al resto de los pueblos germánicos por conservar su lengua originaria (“lengua viva”) mientras que los demás la perdieron en sus migraciones aceptando otras lenguas (pueblos de “lengua muerta”), de forma que los alemanes serían los únicos comparables a los griegos de la Antigüedad también poseedores de su “lengua viva”. En definitiva, la supremacía de la lengua como elemento vertebrador e identitario de la nación. El segundo texto en el que Roberto Augusto profundiza es ¿Qué es una nación? (1882) de Ernest Renan. En él, el historiador y filósofo francés rechaza elementos como la raza, la lengua o la religión para formar tal identidad pero no la historia, el legado común de los pueblos. La combinación de voluntad e historia nos da la nación. Lo que la sustenta es el deseo de seguir juntos basado en un pasado común.
Augusto pasa a la relación entre nacionalismo, cultura y lengua, haciendo especial hincapié en el caso del nacionalismo catalán. El nacionalismo suele presentarse como defensor de la diversidad cultural  aunque cuando las “perniciosas” influencias exteriores ponen en peligro su visión de la identidad cultural actúan con intolerancia:
“La contradicción en que incurre el nacionalismo radica en afirmar que debe respetarse la pluralidad cultural, pero niega ese derecho dentro de su nación a quienes poseen una cultura distinta de la considerada como propia por parte de esos nacionalistas.(…)Muchos nacionalismos esconden un proyecto de hegemonía cultural nacional; hablan en favor de la pluralidad, pero persiguen realmente la homogeneidad.”
También al ser una ideología de marcado carácter territorial la geografía es una herramienta fundamental para los nacionalistas como lo es la historia, donde se crean naciones donde nunca las hubo o se mitifican hechos con el fin de dotarse de ella.
Respecto al ejemplo identitario catalán: “Se identifica a una nación, Cataluña, con una lengua, el catalán. Ambas cosas no pueden entenderse la una sin la otra, la dimensión comunicativa queda relegada a un segundo plano frente a la identitaria-simbólica. (…)De esta forma, el castellano, hablado habitualmente por la mitad de la población y cuyo conocimiento se extiende a la totalidad de los habitantes de esta comunidad autónoma, sería un elemento ajeno a esta identidad.” El autor pone el énfasis en este asunto porque sostiene que el elemento que singulariza el sentimiento identitario del nacionalismo catalán es la lengua por encima  de su visión de la historia, el deseo de autogobierno o el derecho civil. No obstante Augusto sostiene que dado que las razones para llevar a cabo una política de inmersión lingüística en catalán en la enseñanza son tan poderosas como las contrarias, debe ser la decisión libre y democrática de los ciudadanos a través de sus instituciones las que decidan al respecto.
“Una de las críticas que pueden  hacerse al Estado no nacionalista es su incapacidad para satisfacer la necesidad de una identificación emotiva con el Estado-nación del que formamos parte.”  Responde el autor: “la política central de ese Estado no es la cuestión identitaria, sino que ésta ocupa una posición secundaria, periférica, frente a la gestión de la convivencia y la búsqueda del bienestar del conjunto de la ciudadanía.” Yo no lo hubiera podido explicar mejor.
En este El nacionalismo ¡vaya timo! se plantea el derecho de autodeterminación de los pueblos como una cuestión pragmática que ofrece serias dificultades ideológicas, pero sí incide en una cuestión primordial: Ningún nacionalismo acepta el mismo derecho de autodeterminación que reivindican en el interior de su “nación”. Y desde luego una matización esencial como es que los derechos de secesión en los Estados democráticos se engloban en marcos legales que han de ser respetados por el mero hecho de que la separación de un territorio afecta al conjunto y no solo a la parte.
“Así es la retórica nacionalista: héroes y villanos, ofensores y ofendidos, luchas memorables y derrotas gloriosas. Un discurso donde el nacionalista ocupa siempre el mismo lugar: el del héroe, el del ofendido, el del mártir. Y donde el enemigo, real o imaginario –qué mas da- es siempre el culpable de los males que sufre la gloriosa nación que dicen representar.” Es curioso, esta frase para el caso de los nacionalismos que conviven en España la hubiera considerado una caricatura, hoy me tengo que rendir a ella. Y cierto, mientras el nacionalista se presente como víctima, sus acciones estarán justificadas, para ellos los agravios del pasado lejos de explicar posiciones justifican excesos.
Más discutible por cuanto podría ser aplicado a cualquier ideología, el autor sostiene una analogía arriesgada entre religión y nacionalismo: “El nacionalista también encuentra en la nación una forma de enfrentarse a la muerte, ya que le permite formar parte de un proyecto colectivo que trasciende nuestra existencia individual y pretende extenderse indefinidamente en el tiempo.” Augusto lo resuelve aventurando un irremediable debilitamiento mortal de una ideología tan reciente en la historia frente a un hecho religioso que siempre ha acompañado a la humanidad. En este sentido la globalización será clave porque rompe el modelo de compartimentos estancos nacionales aunque también provocará la radicalización como reacción defensiva. De ahí que el texto pronostica un debilitamiento del nacionalismo moderado incapaz de frenar esa tendencia en favor del nacionalismo radical. Los hechos desde luego apuntan en esa dirección.
La parte final del libro está dedicada al nacionalismo español, y sorprendentemente otorgando una importancia incomprensible a un autor menor en el asunto como es Gustavo Bueno. Por cierto, otro filósofo español y mediático que comparte con el citado riojano la “enfermedad crónica de la necesidad de protagonismo” también ha comentado este aspecto con sorpresa. Y es que en efecto, la indiscutible aportación en otras cuestiones de un provocador como Gustavo Bueno no justifica tanta importancia. A parte, Roberto Augusto se pierde en una visión completamente impersonal sobre el concepto de nación para así llevar el debate Estado o Nación a un nivel tan reduccionista que presenta una difícil solución. Tal grado de empirismo puede estar muy en la línea de la colección ¡Vaya timo! de la editorial Laetoli en la que se engloba, pero presenta dificultades a la hora de situarla en contextos humanos siempre vinculados a elementos subjetivos.
En fin, para el autor el nacionalismo español es evidente en determinados comportamientos que aunque no declaren abiertamente su naturaleza la padecen, aunque, insisto, echo de menos una insistencia mayor en el tema. Aun así el autor no ignora que en él se esconden características como la negación de su existencia, la negación de las autonomías y las lenguas españolas distintas al castellano, el centralismo, o la denuncia del sistema electoral que permite el “chantaje” nacionalista.
Pero sí comparto la vía a seguir para combatir al nacionalismo:
“Los ciudadanos son quienes deben decidir libremente si apoyan o no a los grupos nacionalistas, y quienes pensamos que existen mejores alternativas a esas ideas debemos intentar convencer a la sociedad, a través de los medios de los que dispongamos a nuestro alcance, de la veracidad y pertinencia de nuestras ideas.”
La conclusión de Roberto Augusto no puede ser más optimista para los que pensamos como él que estamos ante una ideología dañina y en contraposición con los valores democráticos que entendemos como irrenunciables:
“El nacionalismo se muere porque el mundo que lo hizo posible se está muriendo. En el contexto social que posibilita su nacimiento y desarrollo, las “naciones” son compartimentos estancos que viven encerrados en sí mismos, con pocas relaciones exteriores; solo hay tratos políticos de alto nivel o intercambios económicos, sin que se produzca un verdadero contacto ni conocimiento entre los habitantes de esas “naciones”. Los nacionalistas persiguen y defienden la homogeneidad de su nación. Pero la característica definitoria de las sociedades actuales es la heterogeneidad…”
Un apéndice sobre los tópicos falsos del nacionalismo, el apartado de notas y una insuficiente bibliografía cierran un libro que merece la pena ser leído a pesar de que cae a menudo en el simplismo, probablemente porque un texto de esta naturaleza no es nada fácil sacarlo del libro científico o del ensayo de opinión para colocarlo en el plano didáctico. El objetivo está cumplido, supone un acercamiento a una ideología que aúna lo pernicioso con la auto negación haciéndose si cabe más peligrosa.

Cuando escribo estas líneas han pasado pocos días de la multitudinaria exhibición del nacionalismo catalán (¿independentista?) en su Diada y faltan semanas para la celebración de las elecciones vascas donde volveremos a vislumbrar la pujanza del nacionalismo periférico (término que rechaza Roberto Augusto) en España.
Desde mi punto de vista el caso catalán es concluyente respecto a un modo de operar del nacionalismo: Se crea un concepto del “otro” a través del “nosotros-ellos”, se identifica a ese “otro” (español) como parásito, vago, ladrón, se crean conceptos como “expolio o robo” y una vez sedimentada la política sobre estas bases, y se ha logrado a través de las políticas identitarias que una parte de los catalanes las hagan suyas, no hay más que promover la acción política a través de la consigna. Ningún dato o argumento que no provenga de “los nuestros” es creíble porque el “otro” siempre miente, y así es fácil que políticos inmorales saquen partido de la situación.
Aun así, es innegable que un nacionalismo español asfixiante y de una enorme agresividad ha mantenido vigente la política de negación y acoso a toda particularidad (a veces también particularismo en términos orteguianos).
Los nacionalismos son así, la difusión cultural y democrática la única forma de combatirlos.
 

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lunes, 3 de septiembre de 2012

Julian Assange. Autobiografía no autorizada, y el engaño de las apariencias.


Soy de los que piensa que la figura de Julian Assange tiene mucho más de oscuro que de claro, pero también creo que en la persecución que se ha iniciado contra él también hay muchas más sombras que luces. Y dado que el asunto WikiLeaks y sus consecuencias han sobrepasado con mucho la repercusión que debían haber alcanzado este libro asume un notable interés.
Este Julian Assange. Autobiografía no autorizada (Ed. Libros del Lince), le debe su sorprendente título al hecho de que está escrito por un autor escogido por él después de más de cincuenta horas de conversación grabada. Una vez visto el resultado no le gustó a Assange y quiso sin éxito cancelar el contrato por el que ya había cobrado y gastado la cantidad percibida en los abogados de su defensa.
Una infancia complicada sirve para que el lector se sitúe donde  el autobiografiado quiere: “Así era yo a los dieciséis años. Me entregaba plenamente a mi ordenador. (…)En cierto sentido, siempre estaría respondiendo a las enseñanzas de mi niñez, desde las protestas contra Vietnam hasta el espionaje de las sectas, y esta forma de expresarlo es lo más cerca que soy capaz de llegar a la verdad. Has de tener un yo para perderlo –o para usarlo- y estoy convencido de que la tarea que he desarrollado en WikiLeaks lleva impresa en algún lugar la huella en cierto modo fantasmal de mis años jóvenes (…) Aquí se cuenta la historia de una persona que llegó en el momento justo para realizar una tarea específica. Una tarea que cambió el mundo.” ¡No me negarán cierto tono mesiánico! Una conversación entre su actual defensor, Baltasar Garzón y Assange debe ser digna de ser escuchada atentamente, la visión del “yo” es válida para ambos.
A partir de este momento el joven Julian se dedica a la lucha “por la libertad” a través de sus medios informáticos como hacker para oponerse al secretismo que las instituciones  utilizan “para protegerse frente a la verdad del mal que han cometido”, y claro, la cosa acabó en “la huida volvía a ser parte intrínseca de mi vida, y ya nunca dejaría de ser así”. ¡Y lo que le queda!
Tras diversas “aventuras” nace WikiLeaks  como organización “proinformación”, (no “antioccidental”, aclara el autor), o como él dice, “nuestra filosofía consistía en atacar a los hijos de puta”, y la verdad es que tras sacar a la luz en 2006 una –como él reconoce dudosa- documentación sobre las relaciones entre los gobiernos de Somalia y China y por extensión el papel de la segunda en África, el lector que no quiera poner en duda el relato a estas alturas ya estará fascinado con el personaje aunque bien es cierto que la historia cautiva a cualquiera que lo lea, y eso que las frases autojustificativas abundan. Unas más burdas: “Siempre me han preocupado más las guerras que hay en el mundo que los problemas que me afectan a mí personalmente.” Y otras más brillantes: “La realidad es un aspecto de la propiedad. Hay que confiscarla. Y el periodismo de investigación es el noble arte que consiste en confiscar la realidad, arrebatándosela a los poderosos.” O esta otra: “La vanidad en un periodista es como el perfume en una prostituta:sirve para encubrir el hecho de que son seres que apestan.” No sé el concepto que el señor Assange tiene de las prostitutas pero desde luego coherencia en su “corrección” no abunda.
No falta en el relato los avances que tuvo WikiLeaks, y muchos de ellos indiscutibles desde el punto de vista del público que busca transparencia, entre ellos Irak, Afganistan, Guantánamo, Islandia, la trágica situación que a día de hoy continúa del soldado Manning en Estados Unidos, las difíciles relaciones con la prensa convencional, (no olvidemos que las revelaciones de esta organización tuvieron gran relevancia y publicidad para medios como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel o El País entre otros, “en cuanto estos medios vieron que ya tenían lo que querían, la luz del sol dejó de iluminar nuestro pedacito de tierra”), entre otras muchas (La secta de la Cienciología, la ultraderecha británica…) y claro, su traslado a Suecia como lugar “idílico” para la realización de su trabajo por la descripción que el mismo Assange hace de la legislación de aquel país: “Mi intención era crear en Estocolmo una oficina periodística de WikyLeaks, y comencé a dar los pasos necesarios para conseguirlo. De manera que en ese momento Suecia representaba para mí dos cosas importantes: un país donde trabajar en el futuro y un refugio seguro. Eso hace que resulte todavía más amargo lo que ocurrió después.” Y ciertamente, esta parte del libro adquiere -dado el estado de la cuestión- una extraordinaria importancia por la situación en la que se encuentra Julian Assange. En el momento en el que escribo estas líneas continúa refugiado en la embajada ecuatoriana de Londres asilado “por razones humanitarias” frente a una acusación de delitos sexuales por la justicia sueca respecto a aquella época. Dado que el tema es más que turbio y las dudas que ofrece son objetivas, dejo el asunto en la explicación del interesado. Él lo cuenta así y de entrada pido disculpas por la dejación en el autor, pero creo que es lo más conveniente: “Aunque había pasado algún tiempo con cada una de estas dos mujeres, no estaba prestándoles demasiada atención a ellas, ni devolviéndoles sus llamadas, ni podía tampoco alejarme de aquella situación de riesgo que se produjo desde que habían empezado a sonar amenazas y declaraciones contra mí en los Estados Unidos. Uno de mis errores fue creer que ellas entendían esta situación por la que yo atravesaba. Las dos la conocían, habíamos hablado del problema durante aquellos días, sabían que se había mencionado la existencia de un grupo de ciento veinte personas del Pentágono que iban a por WikiLeaks. Yo no era un novio fiable, ni tampoco era un compañero de cama que pudiera mostrarse muy cortés. Y esto empezó a tener su importancia. A no ser, naturalmente, que todo lo que había estado ocurriendo hubiera sido un montaje desde el primer momento (…) Puede que yo sea un machista en mayor o menor grado, pero no soy un violador, y solo una visión distorsionada de la política sexual podría tratar de convertirme en alguien capaz de cometer ese delito. Ambas mujeres tuvieron relaciones sexuales conmigo de manera voluntaria, y estuvieron encantadas de seguir viéndome después de irse a la cama conmigo. Y eso es todo (…) Dado que la tarea a la que me he dedicado y hacia la que me encaminado a lo largo de toda mi vida tiene su fundamento en la honestidad y el activismo ético, esta campaña dirigida contra mí ha sido realmente muy provechosa para mis enemigos.”
En fin, el libro dedica su último capítulo de nuevo a la defensa de la causa de Assange, y de nuevo tengo que disculparme por el abuso de las citas pero en este caso nada puede ser más esclarecedor para el lector: “Divulgar informaciones clasificadas no es solo una actividad: es un modo de vida. Desde mi punto de vista requiere a la vez sensatez y sensibilidad: eres lo que sabes y ningún Estado tiene derecho a hacer que seas menos de lo que eres (…) La información nos hace libres. Y lo consigue porque nos permite poner en tela de juicio las acciones de quienes preferirían que no tuviésemos modo de cuestionarlos, ningún derecho de réplica.”
La edición española de Los Libros del Lince amplía el epílogo cronológico hasta finales de febrero de 2012 por lo que estamos ante un libro de una actualidad rabiosa, máxime cuando los acontecimientos que rodean a Julian Assange están en plena efervescencia y prometen noticias de alcance en breve. Se hubiera agradecido el necesario índice onomástico en este tipo de texto, aunque sin duda hará las delicias de sus lectores sea cual sea su posición al respecto y es un documento imprescindible para comprender una historia fascinante más allá de su final, presumiblemente lejano y complicado.

No me generan ninguna simpatía la figura de Julian Assange ni su causa. Entiendo que es una ficción interesada el supuesto de un “nuevo periodismo” basado en la información robada o la negación del secreto en actividades que por su naturaleza han de tener intimidad. Las consecuencias de estas revelaciones no siempre han sido la transparencia, han dejado a personas y naciones en situaciones de indefensión cuando en muchos casos ejercían actividades lógicas en las relaciones internacionales o de seguridad.  De esto, concluyo que detrás del personaje hay un farsante que oculta la realidad de sus motivaciones y que se esconde en una supuesta ingenuidad  librepensadora. También me provocan un enorme rechazo las pseudodemocracias bolivarianas que protegen los derechos humanos de ciudadanos libres “perseguidos” por las democracias más consolidadas de planeta como pueden ser Suecia o Gran Bretaña, pero que bajo su populismo bolivariano ejercen la represión más pura y dura contra la libertad de información y se erigen en garantes de la liberad de difusión de secretos oficiales de terceros países. ¡Imaginemos el trato que recibiría un similar a Julian Assange en Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Cuba o Bolivia si revelara los secretos de estos Estados! 
Y sin embargo, y dicho esto, los supuestos delitos por lo que es perseguido el personaje son de una enorme oscuridad y no resultan creíbles, como tampoco lo es la arrogancia impresentable con la que una de las cunas de la diplomacia como es Gran Bretaña ha amenazado a un pequeño país como Ecuador. Para colmo, personajes adictos al protagonismo mediático como Baltasar Garzón irrumpe en escena y contribuye a un enorme “circo” donde nada es lo que parece y la sociedad internacional deja al aire sus carencias a la hora de resolver conflictos y lo que es peor, sus vergüenzas a la hora de tratar sus más inconfesables intereses.