No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

jueves, 23 de enero de 2014

La invención del pasado de Miguel-Anxo Murado, una enmienda a la totalidad.


Traigo a El Polemista,  que por estas fechas cumple su tercer año y supera ampliamente el centenar de libros comentados, un ejemplo de cómo la historia de las naciones está sujeta al mito y a la invención, premisa necesaria para comprender el auge de nacionalismos que desgraciadamente padecemos.
Miguel-Anxo Murado en su La invención del pasado (Ed. Debate), pone en duda ante el lector muchos de los mitos históricos que generalmente se dan por válidos e incluso forman parte del pasado aceptado de los españoles. Y lo hace vehementemente:
“El escepticismo es también un conocimiento. Puesto que la historia es algo natural e instintivo, una carga que estamos obligados a llevar, queramos o no, es importante saber quitarle importancia para que no nos aplaste. Junto a la imaginación, ese escepticismo ha sido siempre una de las herramientas de los historiadores. Lo único que falta es que la utilicen también los lectores.” Comienzo por su conclusión, da una buena idea de lo que es un libro que sabe llegar a cualquier lector no necesariamente habituado a la lectura histórica.
Y es que ya desde las primeras páginas Murado recupera a autores entre tantos que en su día fueron tan polémicos como Ignacio Olagüe que en los setenta argumentó magistralmente la imposibilidad de que en el 711 se produjera una invasión ni árabe ni musulmana e iba más allá sosteniendo que, en realidad se habría tratado de una sustitución de la casta gobernante en la Península Ibérica desde el más desarrollado culturalmente norte de África, que ello explicaría la rapidez y la ausencia de resistencia a este hecho, entre otras cosas porque ni tan siquiera habría habido un cambio forzoso religioso, que este habría llegado más adelante por la vía del proselitismo por parte de predicadores y comerciantes. Quizá ello explique que no exista texto alguno contemporáneo al 711 que cite invasión árabe alguna de la Península, tampoco de cronistas musulmanes o europeos de la época. ¿No resulta extraño en uno de los hechos fundamentales del imaginario histórico de los españoles? Y disculpen que me haya extendido en esta cuestión, pero aquel La revolución islámica en Occidente, tuvo una notable repercusión en quienes aprendimos a tratar la historia con el escepticismo que propone Murado.
Pero esperen, que casi todo lo que sabemos del Reino de Asturias (718-925) lo tenemos a través de los textos realizados en el siglo XII por el Obispo Pelayo de Oviedo, que tanto interés puso en inventar un pasado de siglos atrás molestándose hasta en imitar la caligrafía visigoda para hacerlos pasar por más antiguos. Ya ven, ateniéndose a la documentación real, podríamos poner en duda la misma existencia del Reino de Asturias.
Por entonces, a mediados del siglo XII, Alfonso VIII reina en la emergente Castilla y requiere un pasado legitimador que se encargará de hacer otro obispo, en este caso Ximénez de Rada, que imitando la que con ese fin había realizado su similar Lucas de Tui para entroncar la monarquía leonesa con la asturiana, no será diferente a las crónicas inventadas de Navarra, Aragón… y de otros reinos europeos. No solo se buscaba legitimar y adular al monarca de turno, a través de estos relatos unos territorios se arrogaban derechos y primacías frente a otros; la cuestión es que hasta hace muy poco tiempo han sido aceptados de manera literal como correctos y las consecuencias a la vista están.
Los ejemplos se suceden en este La invención del pasado, su autor explica como en relatos épicos de nuestra historia, como es el caso del suicidio heroico y colectivo de Numancia que probablemente no se produjera dado que aparece en diferentes cronistas romanos entre el siglo I a.C. y el II d.C. como lugar común a las ciudades asediadas: se trataría de un cliché literario, no de un hecho real.
“Este proceso metafórico es universal. Se da en los geógrafos antiguos y los cronistas medievales, pero también entre los historiadores modernos, aunque sea de un modo más sutil. Nuestra mente, la de los cronistas y la nuestra, opera por medio de analogías, paralelismos y reiteraciones. No somos seres “científicos” sino literarios, y nuestra manera de recordar, también la del historiador, funciona más como la de un novelista o un poeta que como la de un científico.”
Miguel-Anxo Murado sigue poniendo en cuestión el relato histórico común: la Armada Invencible de Felipe II no sufrió una tormenta destructora, muy al contrario, la acción de los barcos incendiarios y la artillería inglesa no logró destruirla en su totalidad gracias a otra tormenta menor. De vuelta tuvieron más problemas por el clima de la zona.
De cualquier manera será el siglo XIX el que reescriba sobre mitos la historia de España. El autor pone a la cabeza en ello a Modesto Lafuente, que en su Historia General de España,  será el máximo exponente en la dotación de relato histórico a la identidad española. Entre otros mitos, aquí se apunta la invención del concepto de Reconquista nunca utilizado hasta entonces, que “convertía la presencia musulmana en algo provisional y en constante retirada, y desplazaba el foco de la acción hacia los reinos cristianos. El resultado es una gran narrativa clásica, de unidad (reino visigodo), pérdida (conquista musulmana), lucha (Reconquista), y redención (toma de Granada).”
Peor lo tiene Menéndez Pidal en este libro, Murado no puede disimular cierta obsesión por tan erudito medievalista, aparece a lo largo del texto, incluida su portada, como la representación misma del mito y le acusa abiertamente además de fantasioso de manipular una idea castellanocéntrica de nuestra historia, no solo se habría inventado toda su aportación sobre el Cid Campeador, es que también sería entre otras muchas más manipulaciones, el autor de la idea del Imperio español que hoy tenemos hecha a medida del franquismo.
Tampoco se libra Sánchez Albornoz, que partía de “la historiografía alemana de las décadas de 1920 y 1930, fuertemente influida por el nacionalismo o incluso por el nacionalsocialismo.”  A él le atribuye la equivocada idea que de los godos tenemos, incluida la dichosa lista de reyes que trajo de cabeza a nuestros padres en las escuelas, y aquí se llega a plantear la posibilidad de que no fueran ni tan siquiera un pueblo como tal, sino simplemente un ejército nómada de mercenarios de diferentes procedencias.  Como habrá podido notar a estas alturas el lector hay momentos de la lectura en los que da la sensación de que Murado exagera tanto el juicio y revela una incapacidad para leer la historiografía en su contexto histórico que puede resultar excesivo, pero ello en ningún caso priva a quien lo lee de una divertida y provocadora puesta en duda de casi todo aquello que creía saber. Pero ciertamente, en la decostrucción de los mitos que aquí se hace hay que poner en práctica el mismo escepticismo que el autor solicita en la lectura de la historia, en esta también.
Y ahora le toca a Américo Castro, aquí toma partido por su enemigo Sánchez Albornoz  (solo a medias, niega la posibilidad de debatir sobre “el origen de los españoles”) y califica al mito de las “tres culturas” como inexistente; sostiene el autor que intercambio entre cristianos, musulmanes y judíos hubo, pero que Castro lo eleva a niveles disparatados.
Una conclusión insostenible y gratuita del autor que confunde la visión esencialista de la historia de parte del siglo XX con la del franquismo, simplemente resulta incomprensible que esta frase haya superado la más mínima revisión:
“El propio Pidal regresó pronto a la España de Franco y recuperó su cátedra en 1947. Sánchez Albornoz y Castro prefirieron no regresar nunca, pero sus ideas sobre el pasado fueron las del franquismo (también las de Castro, más de lo que sus admiradores están dispuestos a aceptar.”
Llegamos a los relatos ilustrados, la importancia de la pintura de historia del siglo XIX, fuente de las imágenes mentales de apoyo al relato histórico creado y premeditadamente reforzado artísticamente. Por ejemplo, durante el reinado de Isabel II se suceden las representaciones pictóricas de Isabel la Católica motivadas porque ambas llegarían al trono tras dudosas interpretaciones del derecho dinástico y además coincidían en el nombre, pero se citan numerosos casos de escenas que teniendo orígenes literarios se han convertido en testimonio del pasado y transformado en documentos.
La fotografía también ha cumplido su papel, comprobar que un clásico de la Guerra Civil como la foto Los caballos de Agustí Centelles en realidad es un posado, me ha resultado más decepcionante que las falsedades y anacronismos que encierran cuadros como La rendición de Breda de Velázquez o la imposibilidad de que Goya fuera testigo de las escenas que recrea en Los desastres de la guerra, o peor aún, nuestro imprescindible Los fusilamientos de la Moncloa  (más conocidos como los del tres de mayo), en realidad son una copia de una escena central del anterior Tres de mayo de Juan Carrafa. ¡No dejen de buscar y comparar ambas imágenes!
Objetos y lugares, la famosa Tizona, la espada del Cid que la Junta de Castilla y León pagara en pleno aznarismo por 1,6 millones de euros cuando varios expertos negaban su autenticidad y no valoraban en más de 7000 euros, la falsedad de las viviendas atribuidas a Cervantes en Alcalá de Henares, el Greco en Toledo o a Colón en Las Palmas, las reconstrucciones sin el más mínimo criterio histórico-artístico del siglo XIX donde primó la imaginación sobre la realidad, ¡incluida la Alhambra con la que Miguel-Anxo Murado es implacable!, las rutas turísticas que se identifican con episodios o leyendas históricas, las conmemoraciones y los recuerdos selectivos, cierran un libro que  concluye poniendo a la Historia en una descalificación a mi juicio excesiva y que injustamente ignora la gran cantidad de trabajo serio y riguroso que también se realiza a diario para el conocimiento de nuestro pasado.

La lectura de La invención del pasado es un sanísimo ejercicio de puesta en duda de casi todo, un alegato de independencia intelectual que podía haberse extendido a otras deformaciones de la Historia que padecemos actualmente en España, y ello a pesar de que el autor en su obsesión por destruir el relato histórico aceptado mayoritariamente no duda en descalificar y generalizar, presumir las intenciones maléficas del legado historiográfico recibido sin la más mínima empatía contextual, y en muchas ocasiones escudarse en la negación por duda más que en la afirmación alternativa.
La edición de Debate, impecable, bien dotada de bibliografía, notas, créditos, alguna ilustración… hace justicia a un libro que hará las delicias de los lectores que se acerquen a él con el mismo escepticismo que Miguel-Anxo Murado pide para la historia que pone en cuestión.

 


 

martes, 7 de enero de 2014

Lo que nos enseñan los sabios gastrónomos de Ismael Díaz Yubero, Recetas para un mundo mejor de Grandes Chefs, y, erudición y solidaridad con buen gusto.


En pleno boom de la gastronomía y bombardeo mediático con ella, concursos insufribles, cocineros estrella y “barroquización” de lo culinario incluido, también hay espacio para la erudición, el buen gusto y la buena historia: es el caso de este Lo que nos enseñan los sabios gastrónomos y debe aprender quien aspira a serlo de Ismael Díaz Yubero (Ed. Alianza).
El autor analiza catorce alimentos que considera fundamentales para trazar la historia alimenticia del hombre, desde su descubrimiento, sus diferentes localizaciones y evoluciones en el tiempo hasta llevarlo a nuestros días, recetas esenciales y más representativas incluidas. Empieza por el trigo y el pan para terminar por el café, y entre medias no faltaran los imprescindibles, aceite, patata, arroz, pasta, chocolate, o diferentes carnes y pescados, sin olvidar un apartado más de cuatro “ases de la gastronomía mundial” donde caben las trufas, el caviar, el foie gras y el jamón ibérico de montanera.
Más allá de lo de acuerdo que se pueda estar en la elección de los productos a analizar, y sin duda, hay elementos que rebajan el sustrato histórico del libro en beneficio del comercial, el viaje que nos propone Díaz Yubero es fascinante y el trato del mismo ameno, divertido y al alcance de cualquier lector. Aquí aprenderemos desde la mutación en Mesopotamia del trigo silvestre en el 6.000 a.c., a la empanada como primera conserva alimentaria y sus variantes, o todas las curiosidades del panettone o el croissant para hacerse una idea de lo que es este Lo que nos enseñan los sabios gastrónomos en su primer capítulo, el del trigo y el pan. Y es que si bien en El Polemista se hace reseña completa, este libro es “irreseñable” porque cuenta miles de historias, todas ellas fascinantes. Así que me reduciré a citar de su introducción, que en algunos momentos me ha recordado al imprescindible Una historia mundial de la mesa de Anthony Rowley (Ed. Trea):
“Históricamente, se consumían los alimentos producidos y obtenidos cerca porque su traslado no era fácil y no era posible conservarlos; era una cocina de proximidad en el tiempo y en el espacio. Pero la civilización ha hecho posible que hoy consigamos productos –además, bien valorados- que contienen ingredientes de diferentes años y procedentes de distintos continentes. Como reacción ha surgido y se ha prestigiado la “cocina de proximidad”, que aporta aspectos positivos, aunque también es cierto que con este eslogan existen restaurantes que, a muchos kilómetros de la costa, incluyen en su carta platos elaborados con pescados.”
Son muchas las historias divertidas de este libro, pero permítanme que escoja una por motivos personales que creo que les hará gracia respecto a los detractores de la pasta:
“Todavía es más curiosa la crítica de Marinetti, ilustre seguidor de Mussolini, de ideas muy radicales, que escribió el Manifiesto de cocina futura, [errata de la edición, no es “futura”, es “futurista”], en el que inicia una auténtica cruzada contra los espaguetis, a los que acusa de asesinar el noble ímpetu de los napolitanos, y propone la abolición del consumo de pasta, que libraría a Italia de las costosas importaciones de trigo y favorecería a la industria italiana del arroz. Unos días después de estas rotundas afirmaciones, un fotógrafo anónimo inmortalizó a Marinetti  en el restaurante Biffi, de Milán, en el que, como todos los italianos, estaba comiendo con fruición un gran plato de pasta.” ¿Genial, no? Háganme caso y regálense este libro si además de buen apetito tienen también gozan de gusto y curiosidad.
Lamentar que la edición no esté a la altura del libro, la ausencia de notas, índices, bibliografía… es una oportunidad  perdida para un libro que merece ser algo más que una lectura amena y divertida.

La buena mesa también puede ser solidaria, muestra de ello es Recetas para un mundo mejor de Grandes Chefs (Ed. Alianza por la Solidaridad en colaboración con Fundación Repsol). En este libro, magníficamente ilustrado por Javier Pagola y que cuenta con una excelente fotografía de varios autores, más de cuarenta cocineros de reconocido prestigio ofrecen al lector ochenta y seis recetas que si bien provienen de la alta cocina, en absoluto abrumarán a quien quiera llevarlas a práctica porque no requieren en absoluto niveles culinarios ni de producto o utensilio fuera del alcance de cualquiera. Se da el caso precisamente respecto al producto, que tienen un gran protagonismo en las recetas el Comercio Justo y que los beneficios de este libro se destinan al proyecto solidario que es Alianza por la Solidaridad: (http://www.alianzaporlasolidaridad.org/)
Martín Berasategui, Alberto Chicote, Carme Ruscalleda, Sergi Arola, Diego Guerrero, Jordi Cruz, Toño Pérez, Ricard Camarena, Xosé Cannas, Quique Dacosta, Susi Diaz, Marcos Moran… entre otros, harán las delicias de los lectores que participen en lo que María Paz en uno de los textos introductorios define como:
“… el elemento diferenciador de Recetas para un mundo mejor se puede resumir en una sola palabra: justicia. Y es aquí cada plato, cada receta, es un llamamiento a la justicia social, a los derechos humanos, a la igualdad y a la solidaridad. Detrás de muchos de los ingredientes utilizados por nuestros talentosos cocineros y cocineras hay historias que hablan de una idea, de un movimiento social, de una forma diferente de entender la relación entre aquellos que producen y aquellos que consumen; historias que en definitiva hablan de Comercio Justo.”
Como ejemplo de ello, este Recetas para un mundo mejor incluye el testimonio de Alissa, participante en el proyecto de mujeres cultivadoras de arroz en Senegal: “El proyecto que apoyas nos permite mejorar la calidad, cantidad y precio de nuestro arroz. Gracias a la compra de máquinas de transformación podremos guardar el excedente de arroz.”
Y ya que hay que comer, no se pierdan el trato que recibe el cuscús o el arroz en este libro por citar algunos de los ingredientes clave, pero son muchos, tantos, que la edición ha tenido el buen gusto de añadir al final una explicación a cada uno de ellos.
Lo dicho, un excelente libro de cocina que además de aportar en nuestra mesa lo va  a hacer en la de otros, y no crean que el elogio se debe a su finalidad, realmente es un excelente recetario.


También en EL POLEMISTA:
200 años de cocina de Isabel González Turmo, y, la gastronomía desde la antropología: http://elpolemista.blogspot.com.es/2013/09/200-anos-de-cocina-de-isabel-gonzalez.html