No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

lunes, 5 de mayo de 2014

Nosotros, los abajo firmantes de Santos Juliá, y, el intelectual como sujeto colectivo en España.


Entre el magnífico ensayo previo a los 446 manifiestos, cartas, declaraciones… este Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas (1896-2013) (Ed. Galaxia Gutemberg), suman ocho centenares y medio de páginas que forman un conjunto único recopilado por Santos Juliá, sin duda uno de nuestros mejores y más destacados historiadores.
Y es que ocurrió a finales de siglo XIX en Francia a rebufo del affaire Alfred Dreyfus cuando aparece la figura del intelectual, y lo hace en colectivo, tras la entrega de Émile Zola en la redacción de L’Aurore de lo que Georges Clemenceau tituló “J’accuse” y que generó una larga lista de adhesiones entre catedráticos, sabios, científicos… con tal fuerza que, en su reacción, Maurice Barrès publicó en Le JournalLa protestation des intellectuels” dando testimonio de un nuevo sujeto colectivo de protesta, que al unir su palabra en un acto de reclamación crítica, suscitan un acto de réplica y se convierten también en intelectuales, escindiendo desde su mismo origen el campo de la intelectualidad. Aunque en España Miguel de Unamuno conocía el sustantivo y lo empleaba al menos desde 1896 como aparece en la carta dirigida al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas, para solicitar clemencia para el anarquista Pedro Corominas, primer documento que testimonia entre nosotros el nacimiento de este nuevo sujeto sustantivado, “la voz intelectual comenzó a decirse preferentemente en plural, como si los escritores , científicos y artistas que pasaron a ser conocidos y respetados –o desdeñados- como intelectuales sintieran cierto reparo en presentarse a sí mismos individualmente con ese nombre y buscaran convertir su autoridad personal, ganada por su obra, en poder colectivo, ganado por su gremio, poniendo cada cual su firma al pie de un manifiesto.”
Sostiene, demuestra y documenta Santos Juliá que desde el desastre de 1898 y la floración de nacionalismos que fue su primer resultado, hasta la crisis de 2008 y la gran decepción que ha generado, se han repetido las ocasiones favorables a la producción de manifiestos.
Muy importante, por el valor que tiene, la I Guerra Mundial de la que celebramos centenario genera en un sentido y otro manifiestos que han podido trascender de especial manera, y me permito citar de la muy recomendable entrevista al autor en Huffington Post el 4 de mayo de este 2014, donde recoge la tesis de José-Carlos Mainer (http://www.huffingtonpost.es/2014/05/03/santos-julia-libro-manifiestos_n_5241284.html):
Las disputas entre germanófilos y aliadófilos son el germen de la ruptura entre izquierda y derecha, que no puede decirse que existiera en el origen: no hay escisión izquierda-derecha ni en los pocos manifiestos de la Generación del 98, donde están Baroja y Azorín, ni en los de la del 14. Más bien son despectivos con esa división.”
Y es que los manifiestos de aliadofilia (Ortega y Gasset, Pérez Galdós, Romero de Torres, Unamuno, Machado, Falla…), o la beligerante germanofilia (entre los que destacan el de Jacinto Benavente),  no tardarían en tener respuesta, y así la creación de la Liga Antigermanófila, con el manifiesto correspondiente, sirvió de prólogo a una desconocida hasta entonces forma de intervención en política de los intelectuales. También se producía el auge de manifiestos regionalistas y nacionalistas de mano de autores como el andaluz Blas Infante o el catalán Prat de la Riba.
Deslegitimado el sistema de la Restauración no habrá una reacción de los intelectuales españoles contra el Golpe de Primo de Rivera (1923), aunque sin embargo sí se unieron de manera variada y numerosa contra la prohibición del catalán por parte del dictador en actos y documentos oficiales o en la enseñanza en las escuelas.
En los años treinta diversos intelectuales católicos también lanzaron distintos manifiestos, resulta muy elocuente al respecto el editorial de ABC en febrero de 1935:
“por primera vez desde hace doscientos años la palabra intelectual ha dejado de asumir un sentido disolvente para llenarse de plenitud española, de anhelo creador y de continuidad histórica. Los elementos inferiores de la izquierda siguen, a pesar de todo, segregando su pequeña dosis diaria de resentimientos, o berreando insultos, o repitiendo, de un modo maquinal, los más desvencijados arcaísmos”, para acabar lamentándose de “los tres intelectuales de alto rango”, Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, que lanzaron el célebre manifiesto sin el cual no hubiera llegado la República.
Otro grupo de intelectuales católicos que intentarán mediar en la Guerra Civil, entre los que se encontraba Salvador de Madariaga, recibirán el rechazo absoluto de la Iglesia española y serán conocidos como la “Tercera España”, (término del que Santos Juliá advierte de su habitual mal uso), y serán los últimos intelectuales católicos que firmarán como tales en más manifiestos.
Llegará el turno también a fascistas y antifascistas, la izquierda como exaltación del pueblo, la derecha de la nación; si ya entre los conservadores José María Pemán había acusado a la intelectualidad años antes de “decorar con su prestigio y con su nombre las ideas mediocres que la masa le impone”, la Alianza de Intelectuales Antifascistas reivindicaba el heroísmo popular que “ahora lucha gloriosamente al lado del Frente Popular”.
El exilio español tendrá igualmente numerosa y diversa actividad, bien diferenciadas la etapa en la que este quiere volver y recuperar España que darán por perdida a partir de 1947 cuando llegan a la conclusión que desde el exterior no se forzará un cambio en la situación española, y comenzarán a aparecer iniciativas para propugnar el diálogo entre las Españas y situar a la cultura española en el lugar que le corresponde en la cultura universal.”
Será a finales de los años cincuenta cuando los diferentes manifiestos de intelectuales del exilio y del interior pasarán a emplear un mismo discurso donde se trataba de sacar una amnistía para la plena incorporación de todos los españoles a la vida nacional. Al mismo tiempo, comienzan las protestas estudiantiles, y los manifiestos comienzan a mutar en cartas-manifiestos colectivos con cuantas más firmas y diversas mejor y para cuestiones más concretas, por ejemplo contra la censura de libros o la conculcación de los derechos humanos en la aplicación de una norma legal. De nuevo el uso del catalán generará manifiestos como el “Manifest dels Cent”, y se cita el mensaje de Navidad de 1959 de Juan XXIII, y es que como explica Santos Juliá, “El Estado de los católicos, o la Iglesia católica para ser más exactos, construyó junto con las Fuerzas Armadas y el Movimiento Nacional –el Estado de clérigos, militares y falangistas- durante la guerra civil y en la larga posguerra, empieza a ser discutido por los mismos católicos en cuestiones como la censura o la situación anormal del uso de la lengua catalana. Y lo discuten, además, dando la mano o añadiendo sus firmas a cartas y manifiestos firmados también por quienes son víctimas de tales conculcaciones de derechos.”
En los años sesenta, lo que el autor llama la “lucha firmada” se enmarcará en la aparición de dos competidores a estructuras fundamentales del régimen como eran la Organización Social y el Sindicato Español Universitario, como serían Comisiones Obreras y el Sindicato Democrático de Estudiantes; será tiempo de huelgas, manifestaciones, recrudecimiento de la represión que llevó ante el Tribunal de Orden Público a cientos de acusados de asociación o propaganda ilegal, y que intentaba cortar por lo sano en la Universidad de Madrid la movilización con la expulsión o sanción de profesores como Aranguren, García Calvo, Tierno Galván… La respuesta será cada vez mayor, en episodios como el Proceso de Burgos generaron el clima en el que aparecían textos como la Declaración de Montserrat de gran éxito donde abiertamente se pide el régimen democrático, el final de la represión y el restablecimiento del Estatuto de 1932 “com a via per arribar al ple exercici del dret d’autodeterminació” y llamaba a todo el pueblo de Cataluña “i considerem catalans tots els que viuen i treballen en Catalunya”
Si bien durante la dictadura franquista la figura predominante de intelectual fuera el disidente, procediera de Falange o de la Acción Católica, y la del disidente, sobre todo de la izquierda, especialmente de la comunista, se trataba de alguien que estaba contra el poder, la llegada del régimen democrático, la acción del Estado cultural, multiplicada por la descentralización del poder y la multiplicación de subvenciones y junto a la expansión del mercado de productos culturales desplazó a quienes habían sido disidentes y opositores al ejercicio de cargos públicos y de gestión cultural; foros, coordinadoras … pusieron el foco de la reivindicación intelectual en la política exterior, las cuestiones relacionadas con Cataluña o Euskadi, la guerra sucia al terrorismo, y hasta nuestros días, el desmantelamiento del Estado social, los derechos de los trabajadores, la educación, la sanidad… donde se mantiene el sujeto colectivo haciéndose más visible e importante la incorporación de personajes del espectáculo o trabajadores de la cultura.
Pasarán los años, y “del intelectual profeta se pasa al observador comprometido con valores universales. Con la Red se multiplican los manifiestos. Puede provocar banalización y ruido, pero es un elemento movilizador como nunca ha habido, como vimos en la defensa de la sanidad pública de Madrid. Aumenta la conciencia crítica, muy importante para la consolidación de la democracia del futuro. El intelectual ya no tiene púlpito pero sí un lugar en el escenario.”
Y es que, como dice en la entrevista antes citada, “Es verdad que ahora no decimos 'esto lo ha firmado Vicente Aleixandre, un representante del intelectual puro, sino Willy Toledo [risas]. No concibo una sociedad democrática en la que el debate público esté restringido al Parlamento o a los politólogos. La gente se manifiesta en relación con los conflictos y lo hace colectivamente. Y eso, en definitiva, es la Democracia.”
Y a partir de aquí los 446 manifiestos que hacen de este libro un referente indiscutible sobre la evolución de la manifestación intelectual en España y el contexto histórico en el que se ha desarrollado.

 La edición de este Nosotros, los abajo firmantes, incluye índice de la totalidad de los manifiestos lo que facilita la localización de cualquiera de ellos, y si alguna pega hubiera que poner, sería la ausencia de un prólogo capaz de hilvanar de manera más lineal y sencilla el ensayo introductorio a los documentos que justifican este libro extraordinario.