No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

viernes, 13 de febrero de 2015

Medicina sin engaños de J.M. Mulet, y, frente a la homeopatía, curanderos, charlatanes, pseudociencias… ¡Ciencia!


Comencemos por el final del epílogo de este Medicina sin engaños (Ed. Destino) que en realidad es el origen:
“Solo aspiro a que mi modesta aportación en el campo de la medicina te ayude a que, después de leer este libro, ante cualquier problema de salud, te pongas en manos de un buen profesional y no te dejes embaucar por ningún charlatán. Un gesto tan sencillo, puede ahorrar mucho sufrimiento”.
J.M. Mulet desde la introducción de Medicina sin engaños ya va aportando perlas a la lectura, de hecho el título de la misma es “Conectando los puntos” en homenaje al título del discurso de inauguración del curso que dio Steve Jobs en Stanford en 2005, un hombre que a pesar de su fortuna y su evidente acceso a la cultura ante un tumor maligno pero operable decidió renunciar a la medicina oficial y tratarse con zumos de frutas hasta que “pasó a engrosar la muy abultada y poco publicitada lista de víctimas de las pseudoterapias médicas que quizá estarían vivas de haber seguido un tratamiento convencional”.
Dividido en tres partes, el autor comienza diseccionando el concepto y la historia de la medicina desde el inicio cuando era más una cuestión de fe que uno se curara del tratamiento aplicado hasta el nacimiento de la medicina científica a finales del siglo XIX a la que debemos las vacunas, la asepsia de los quirófanos o los antibióticos. Es en este valor científico que implica la experimentación, el análisis, la comparación y lo que conlleva de trabajo y de consiguiente literatura científica donde Mulet pone la división entre pseudomedicina y medicina científica, la primera, carece por completo del aval de la segunda para garantizar su eficacia.
No ignora en absoluto este Medicina sin engaños la dimensión social de la medicina, de hecho le dedica un capítulo donde proclama la sanidad pública como una de las grandes conquistas del siglo XX (hace un recorrido histórico al respecto), y añado yo, en grave peligro en el siglo XXI. El tono irónico y divulgativo de este ensayo sin menoscabo de su rigor, permite hasta la broma de anteceder el “relaxing cup” de Ana Botella en el Operation Coffee Cup americano de los años sesenta contra la sanidad pública. Los ejemplos históricos se suceden a lo largo del texto lo que aporta una facilidad y accesibilidad extraordinaria a su contenido, y sin olvidar episodios también lamentables, desde las atrocidades en las experimentaciones con pacientes hasta los errores de brutales consecuencias de farmacéuticas, y sin perder tampoco el hilo de la actualidad, el lector va a encontrar explicaciones que van desde la talidomida hasta el ébola.
Déjenme ponerles un ejemplo del tono nada complaciente de Medicina sin engaños:
“Lo de las patentes en medicina no es nada nuevo. En el siglo XVI Peter Chamberlen inventó los forceps, que todavía se usan en algunos partos. Durante dos siglos este invento fue un patrimonio de la familia y de hecho se obligaba a las parturientas a vendarse los ojos cuando lo utilizaban. Haberlo puesto a disposición pública hubiera ahorrado miles de muertes de recién nacidos y de madres, pero lo consideraron su forma de hacer fortuna.”
Pasamos a la segunda parte del libro, Pseudomedicina.
“Hay gente que confía en la pseudomedicina por actitud ideológica, por simple y puro postureo. Mantienen que las grandes empresas nos estafan y no quieren servir a la mafia médica y farmacéutica. Un argumento recurrente es que las grandes compañías farmacéuticas nos obligan a vivir enfermos.” J.M. Mulet apunta otras causas, no crean, como la búsqueda de afecto, la desesperación o que “a un famoso le funciona”.
Y es que la pseudomedicina está en casa, desde la invasión mediática de terapias fraudulentas a las farmacias que venden productos como medicamentos sin serlo, pasando por universidades que dan títulos de pretendida validez científica sin tenerla.
“El término placebo, con el sentido que le damos actualmente, no aparece en la literatura médica hasta 1832. Procede del latín y quiere decir yo te satisfaré. También se utilizaba en la literatura clásica inglesa con el sentido de mentira piadosa o lisonja”.
Y la tercera parte, Pseudomedicinas y varios engaños:
Si hay un campo de la medicina donde abundan las disciplinas sin aval científico es la psiquiatría y la psicología; aquí no salen con vida ni el psicoanálisis, que solo habría servido para la inspiración artística, ni Freud, ni la Cienciología, la grafología, ciertas presentaciones de la hipnosis, o la peste de la autoayuda, que aunque inicialmente tuviera bases respetables, “la mayoría de los libros de autoayuda se basan en el buenrollismo, en que tú eres capaz de conseguirlo todo.  Un psicólogo de los de verdad te dirá que esta idea no deja de tener su riesgo, puesto que si convences a alguien de esto y luego no alcanza sus metas, el castañazo puede ser muy grande y las consecuencias inesperadas (…) una típica deriva es que la gente empieza escribiendo libros de autoayuda psicológica y, cuando te das cuenta, ya están diciéndote que pueden curar el cáncer o patologías  más serias”.
Y es que este Medicina sin engaños no es un libro para hacer amigos quizá en algunos momentos pueda excederse en su condición de libro hostil, pero con seguridad quienes más lo van a sentir lo tienen merecido.
Lo más natural es morirse, así que las medicinas naturales y su argumento de su aplicación “desde hace miles de años” chocan con la evidencia: hace miles de años la gente se moría por enfermedades hoy cotidianas y habitualmente superadas. Que compuestos vegetales tengan funcionalidad farmacológica no significa que las plantas curen, también intoxican, así que Mulet advierte, cuidado con la fitoterapia, la naturopatía, el parto en casa y comerse la placenta, o la hidroterapia, “el agua solo cura la sed”.
¡Homeopatía! Toda una estafa que en 200 años no ha curado a nadie. Su primer principio, “lo semejante cura a lo semejante”, toda sustancia que es capaz de provocar ciertos síntomas en un hombre sano puede también curarlos, de ahí el nombre.  “¿Si su hipótesis es cierta, como los antirretrovirales curan el sida y el herpes, una persona sana que los tome se contagiará de sida y el herpes, ¿no? Pues obviamente no. Haciendo el razonamiento a la inversa, tampoco funciona. A una persona que tenga insomnio, ¿le damos café o anfetaminas? No parece la mejor solución.”
El segundo principio de la homeopatía es que cuanto más diluido está el principio que causa la enfermedad, más potente es su efecto. La lógica científica va en sentido contrario, cuanto más diluido menos presencia, pero los homeópatas argumentan que el agua tiene memoria y así potencia el efecto. Este capítulo merece por sí mismo el libro, la evolución, historia e interioridades de la homeopatía, su presencia en farmacias o en congresos, universidades y otros circuitos que deberían estar reducidos a la ciencia, provoca ciertamente sonrojo.
“La medicina tradicional (china, india, azteca, la que sea) no es más que un compendio de prácticas asociadas al curanderismo o a la etnología que no difieren demasiado de las que pueden existir en cualquier sociedad pretecnológica. Lo normal es que mezcle elementos religiosos, etnobotánicos, tradicionales y culturales. La china, en concreto, es tan efectiva como lo pueden ser las recetas de los curanderos de los pueblos del Pirineo o de las Alpujarras, o como las terapias que se aplicaban a principios del siglo XX en cualquier pueblo (…) Se olvida que el señor que está enfermo en china va al médico a que le recete antibióticos o analgésicos, igual que aquí en España. Allí existe la medicina tradicional como aquí sigue habiendo curanderos”.  Y ello que Mao Zedong institucionalizó la medicina tradicional china durante el Gran salto adelante y la Revolución cultural como forma de unir al pueblo y exaltar valores nacionalistas.
Y la acupuntura, también basada en la idea de los doce o catorce canales o meridianos invisibles por los que circula, como si fuera agua, una energía mágica. En la mitología china se dice que la enfermedad la causa un demonio que entra en el cuerpo y se le clava agujas para que salga. ¡No por favor!, añado yo. Reflexoterapia,  reiki (la versión japonesa) y otras “hijas bastardas de la acupuntura” también son aquí tratadas con detalle, como la medicina ayurvédica, su mercurio y otras pseudomedicinas que niegan al paciente los mejores recursos para su cura.
Osteopatía, quiropráctica u otras pseudoterapias deportivas, magnetoterapia, o el riesgo del masaje a la lesión además de la negación, una vez más, del tratamiento adecuado, porque este Medicina sin engaños si en algo incide, es que además de estafarle, le están negando el tratamiento adecuado.
Pero si hay un capítulo amargo en este libro es el dedicado a las “alternativas en la lucha contra el cáncer, antivacunas, negacionistas del sida y otros”. Por aquí pasan personajes verdaderamente repugnantes que lo curan todo y que son responsables de rebrotes en enfermedades casi erradicadas o que impiden el combate contra otras que alcanzan niveles de epidemia, por aquí desfilan desde actrices a periodistas, pasando por supuestos defensores de lo natural frente a la industria o políticos que sustituyen tratamientos científicamente probados por milagros naturales.
Una reflexión de químico, J.M. Mulet, pertinente:
“Las afirmaciones de los que alertan de esta nueva enfermedad hacen saltar todas las alertas del pensamiento crítico. Sensibilidad a productos químicos, ¿a cuáles? Todo lo que nos rodea está formado por átomos y moléculas, por lo que es un producto químico. En general, se alega que lo que provoca la reacción son, en concreto, artículos artificiales como jabones, disolventes, plaguicidas, etcétera. Hay gente que puede ser alérgica a cualquiera de estos compuestos, de la misma manera que algunas personas presentan alergia al polen o a los cacahuetes, pero, ¿a todos los productos químicos? ¿A los artificiales? ¿Cómo sabe el cuerpo si es artificial o no?
Y déjenme terminar como empecé, por el epílogo y su decálogo lleno de humor aunque también de “sentido común” para evitar pseudomédicos aunque si lo quieren desarrollado deben leer este Medicina sin engaños:
1-¿Te duele algo? Ve al médico.
2- Si parece demasiado bueno, no lo es.
3- Si parece una tontería, lo es.
4- Que no te cuenten su vida. Un médico aprende estudiando.
5- Que parezca una consulta no quiere decir que lo sea.
6- Que parezca un genio, no quiere decir que lo sea.
7- Que sea cara, no significa que sea mejor.
8- ¿Jugamos al tabú?
9- No te fíes si presume de importante o de pacientes importantes.
10- Me han tomado el pelo, ¿y ahora qué?
 
No se dejen engañar, poco más se puede añadir, libros como este Medicina sin engaños de J.M Mulet son un sanísimo ejercicio para despertar el pensamiento crítico y combatir las supersticiones que se aprovechan al fin y al cabo de los miedos.
 
La edición de Destino, como siempre correcta, incluye una bibliografía más que asequible y hace justicia al texto.

J.M. Mulet ya había aparecido en El Polemista con Los productos naturales ¡vaya timo!: http://elpolemista.blogspot.com.es/2011/06/comer-animales-de-j-safran-los.html

Índice completo de EL POLEMISTA: http://elpolemista.blogspot.com.es/2014/12/indice-completo-de-el-polemista-hasta.html