No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

jueves, 23 de abril de 2015

Historia de la edición en España 1939-1975 dirigida por Jesús A. Martínez, y, editar bajo una dictadura.


La primera parte de esta Historia de la edición en España (Ed. Marcial Pons) comprendía el periodo de 1836 a 1936 y aparecía publicada en 2001. En ella vimos como en aquel siglo que abarcaba como periodo coherente, se asistía a la configuración, evolución y crisis del Estado liberal en España y paralelamente se daban los primeros pasos y su posterior consolidación de la industrialización de la edición y sus técnicas, con lo que ello implicó de transformador en el terreno cultural y social. Atrás quedaba el Antiguo Régimen y la disolución gremial en el ámbito del libro, aparecían nuevas legislaciones en la materia, también de imprenta, la desaparición de la cultura oficial protegida bajo el mecenazgo del estado absoluto, la diversificación de lectores y la total renovación de las técnicas en la producción editorial. Fue aquella la construcción de “el tiempo de los editores y de la socialización de la cultura” que finalizó con la Guerra Civil de 1936.
Historia de la edición en España 1939-1975 (Ed. Marcial Pons, 2015) es todo un viaje a un aspecto tan esencial del franquismo como es su relación con la cultura y el desarrollo de esta bajo el proteccionismo, el intervencionismo del Estado. Estructurada la obra en tres partes y treinta y dos capítulos realizados por 23 especialistas dirigidos por Jesús A. Martínez,  Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, la primera, y que es a la que fundamentalmente me voy a ceñir en esta reseña por ser más apta para la difusión general que pretende El Polemista, dedicada a las relaciones entre el Estado y la edición, aunque el director de la obra también firma varios capítulos, entre ellos el inicial dedicado a la censura y al tejido de poder discrecional articulado con relaciones clientelares y políticas de influencias del franquismo. Se abordan también las actitudes ante el Régimen de los editores, desde los más fervientes servidores al franquismo hasta los agitadores y militantes propios de los años sesenta. La política de control fue permanente y estructural del propio Estado donde fue decisivo el Instituto Nacional del Libro Español (INLE) como organización controladora y corporativa del libro, también se aborda la propiedad intelectual y los contratos de edición desde la perspectiva jurídica.
El propio Jesús A. Martínez apunta que aunque los criterios de censura eran heterogéneos y dependían de cada censor lo que lo hacía si cabe más perverso:
“En términos culturales, sobre todo durante las dos primeras décadas del Régimen, nunca hasta entonces se habían desplegado en la sociedad con tanta fuerza los fundamentos católicos convertidos en moral social (…) si hubo un argumento perenne en las prácticas de la censura fue el religioso y moral, y su hubo una pauta guiada de lectura fue el mantenimiento de esos principios. El control y guía en términos ideológicos y morales era un ingrediente inseparable en la construcción y desarrollo del nuevo Estado y la Iglesia era una institución legitimadora de la Dictadura.”
Y es que como dice Eduardo Ruiz Bautista en este Historia de la edición en España 1939-1975 al respecto:
“Las hogueras, que como hemos podido comprobar, ardieron desde los primeros compases de la Guerra Civil, las incautaciones de fondos editoriales, la depuración sistemática a la que fueron sometidas las bibliotecas y el régimen de censura que imperó a lo largo de toda la dictadura del general Franco dejan traslucir un discurso sobre la lectura en abierta contradicción con el propugnado por los republicanos.”
No deja de ser curioso el caso de la censura durante la II Guerra Mundial donde las sugerencias de la embajada  alemana eran servilmente acatadas y se proscribieron  obras de Jacob Wassermann, Frank Werfel o Stefan Zweig o cualquier obra que pudiera ser hostil a los nazis.
Las políticas de lectura pública con su sistema bibliotecario piramidal dirigido por el Servicio Nacional de Lectura hasta los años cincuenta, las bibliotecas públicas y escolares de postguerra, las de las prisiones, el sistema de redención de penas carcelarias por la lectura y la Editorial Redención. También el Estado ejerció como editor a través de la Editora Nacional.
Gutmaro Gómez Bravo explica que no todos los presos podían acogerse a las redenciones a través de la lectura, los encausados por el Tribunal para la represión de la Masonería y el Comunismo eran considerados “sujetos no aptos de corrección.
“En cuanto a las presas, la distinción en el trato y en la consideración delictiva de la mujer hacía que en ella el trabajo fuese obligatorio e inherente a la corrección femenina, mientras que en el caso masculino era beneficio penitenciario.”
La segunda parte del libro, “La economía de la edición. La industria editorial”, dedicada a las operaciones técnicas, intelectuales y empresariales de la fabricación de libros en el periodo,  la historia de las editoriales y de los procesos, comercio, promoción, producción… en el contexto de la autarquía editorial de los años cuarenta, su crisis en los cincuenta . Volviendo a Jesús A. Martínez:
“Las grandes editoriales de preguerra consolidaron su posición y multiplicaron sus posibilidades en los años cincuenta con las exportaciones mientras se desperezaba un mercado interno muy estrecho. En Barcelona, varias editoriales de preguerra se adaptaron a los nuevos tiempos con un legado de concentración que soldaba todas las piezas técnicas, empresariales y comerciales del negocio: editorial, talleres, encuadernación, almacenes, red comercial y una especialización en las colecciones. No solo mantuvieron el negocio, sino que lo multiplicaron para figurar en el liderazgo del sector las décadas siguientes: Salvat, Labor, Gili y Sopena. Mientras, algunas como Montaner y Simón, con los mismos supuestos, mantuvieron la empresa, otras como Bruguera se redefinieron especializando sus producciones y protagonizando una gran expansión, y, finalmente otros languidecieron hasta desaparecer.”
Así irá apareciendo el capitalismo moderno de edición en los sesenta, Martínez otra vez:
“Los cambios de los años sesenta también empezaron a alterar las relaciones entre editores y autores. La complicidad personal, las relaciones cercanas y el diálogo establecido entre ellos en el proceso de creación de la obra empezaron a quedar poco a poco desfigurados por los nuevos ingredientes del capitalismo editorial. Y con ello el nacimiento de la figura del agente literario. La rivalidad en el mercado y la desprotección de los autores, eran las condiciones, aunque no las únicas para el reclamo de esa nueva función y del nuevo personaje.”
Tras su apogeo llegará al proceso de transición editorial en los setenta cuando si bien los editores y los libros no fueron los responsables únicos de la debilidad de la Dictadura, desempeñaron su papel trascendente, en 1972 el Régimen evaluaba a unos 500 intelectuales como conflictivos y tenían en la misma consideración a 21 editoriales.
La aparente apertura no había cuajado en el mundo editorial que siguió sujeto a los mismos procedimientos.
El exilio también editaba, Juan Carlos Sánchez Illán:
“La actividad editorial había sido un elemento fundamental en la España republicana y lo siguió siendo en el exilio. Los grandes focos editoriales en español –y del exilio en particular- fueron Ciudad de México y Buenos Aires (…) Existe un notable contraste entre las editoriales fundadas o protagonizadas por los exiliados en Argentina o México. En el país azteca el número de exiliados editores es muy superior y consiguieron traer a inversores, autores y público nacionales. Si en Argentina o Chile puede hablarse de una época dorada de la edición, en el caso de México asistimos a un verdadero nacimiento editorial, ya que la industria era prácticamente inexistente a la altura de 1936, con la excepción del Fondo de Cultura Económica, proceso favorecido por la llegada de un nutrido contingente de exiliados republicanos.”

Historia de la edición en España 1939-1975 es una obra excepcional, un esfuerzo descomunal de recopilación histórica y sin duda una obra de absoluta referencia que con seguridad lo va a ser por mucho tiempo.
Aquí solo se han tratado algunos de sus análisis, fundamentalmente el histórico, pero en sus casi mil páginas se abordan todos los aspectos de la edición y su contexto, también los más técnicos o concretos, incluidos los temáticos como el libro escolar, el libro político, la edición en catalán o la de bibliófilo…
Ayuda a ello la edición, mucho mejor en este segundo tomo (y mucho más cara), pero desde la calidad del papel hasta la presencia impecable de notas, índices, bibliografía y fuentes documentales… en fin, si es usted un bibliófilo no se lo piense, no debe faltar un libro como este en su biblioteca.

La historia del libro y de la lectura no solo es el relato de una de las vías fundamentales para canalizar nuestra cultura, su registro y su memoria, también es el relato de como esta se ha relacionado socialmente, se ha revelado o sometido al poder o ha logrado difundir y extender el conocimiento a toda la sociedad. Pero también es una historia de las circunstancias técnicas, políticas, económicas y de toda índole, por lo que la historia de la edición española es también la historia de España vista desde el ángulo de la cultura y de la forma en que los españoles la han gestionado.

¡Feliz Día del Libro!