No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

miércoles, 17 de febrero de 2016

Borrados de Omer Bartov, y, ocultar la historia no la cambia.


El especialista israelí Omer Bartov tiene en este Borrados (Ed. Malpaso) su primera publicación en español, y se agradece; se trata de un escalofriante viaje a la memoria del Holocausto a través de lo que además es una biografía familiar pero en ningún caso despojada de rigor histórico.
Antes de entrar en reseña quiero recordar que el mes pasado El Polemista dejaba constancia de Tierra Negra de Timothy Snyder, http://elpolemista.blogspot.com.es/2016/01/tierra-negra-de-timothy-snyder-y-el.html una de las mejores aportaciones sobre la génesis del genocidio judío muy recomendable al hilo de esta lectura, contiene frases como esta:
“En la zona de la doble oscuridad, donde confluyeron la creatividad nazi y la precisión soviética, se encontraba el agujero negro”.
Muy útil la edición que presenta varios mapas y además contextualiza lo que es la Galitzia, la región meridional de Polonia en 1772 anexionada por los Habsburgo y dividida entre polacos y ucranianos. Tras luchas después de 1918 entre soviéticos, ucranianos y polacos Galitzia será un verdadero mosaico y por el pacto Molotov-Ribbentrop (1939) acabará anexionada a la URSS en la que permanecerá tras la ocupación nazi; hoy Ucrania no está mucho mejor aunque en un contexto diferente, mi texto con motivo de una conferencia al respecto sobre la situación actual de Ucrania también aquí http://elpolemista.blogspot.com.es/2014/06/ucrania-y-rusia-evolucion-y-contexto.html.
Y es que hoy lo que fue la Galitzia como explica Omer Bartov que llegó a ella para rastrear el pasado familiar está empeñada en tapar su pasado y en construir una única narrativa nacional de hechos, personas, instituciones, cultura y política.
Los judíos habían llegado a la región de Lviv en el siglo X y en los siglos inmediatamente posteriores los judíos askenazíes con otros centroeuropeos se instalaron en Polonia ya que encontraban mejores oportunidades económicas; si en 1500 los judíos en Polonia eran unas pocas decenas de miles en el siglo XVIII ya eran setencientos cincuentamil, más de un 5% de la población total, el 44% de estos en Ucrania-Rutenia. En el siglo XIX a pesar de la emigración judía a Hungría la mayoría de los judíos que quedaron vivían en la Galitzia Oriental, la gran parte de ellos en pueblos y aldeas sumidos en la miseria y el atraso. Ya entonces el nacionalismo de los diferentes grupos étnicos iba en aumento al igual que el antisemitismo, lo que seguía fomentando la emigración de judíos a finales de siglo a Austria, Hungría, EEUU y entre los que se quedaron cundía el socialismo, el sionismo y el “autonomismo” que buscaba una autonomía política y cultural judía en la diáspora.
La I Guerra Mundial devastó la provincia y la brutalidad del ejército ruso obligó a la huida y la deportación masiva cuando no en los años posteriores las matanzas de judíos en las luchas entre polacos, ucranianos y bolcheviques. No se recuperaron los judíos del daño material y demográfico y en 1931 los más de seiscientos mil judíos del este de Galitzia constituían el 9,3% de la población total a pesar del antisemitismo oficial y popular y la rivalidad de nacionalismos, que además coincidía con la preminencia exterior de regímenes totalitarios brutales y el cierre de las puertas de la emigración a EEUU y Palestina. Llegaban los soviéticos primero, la II Guerra Mundial después con los nazis:
“Cuando los judíos se veían a obligados a elegir entre nazis y soviéticos, conocedores de las políticas antisemitas de los primeros, preferían a los segundos. Además, ante la creciente cantidad de políticas antijudías en la Polonia de entreguerras, muchos judíos, en especial los jóvenes, creyeron que solo el comunismo podría garantizarles un tratamiento justo en una época en que el nacionalismo radical y el racismo no hacían más que crecer. La opción de asimilarse estaba prácticamente prohibida debido al racismo antisemita, por lo que el nacionalismo judío o el sionismo se convertían en las únicas otras alternativas.”
Y ello que la mayoría de los judíos se desencantó pronto del gobierno soviético, las organizaciones judías habían sido prohibidas y aunque algunos judíos habían recibido puestos de poder, esto era insoportable para polacos y ucranios aunque estos últimos veían a los soviéticos como liberadores del opresivo régimen polaco y facilitadores de un estado ucraniano unido, de hecho se introdujo la enseñanza en ucraniano  y se dieron a estos puestos importantes en el funcionariado mientras los polacos eran deportados brutalmente en grandes cantidades hacia el interior de la Unión Soviética (con ellos los judíos en proporción mayor por población), la última deportación masiva con gran mortandad y miles de ejecuciones antes de la invasión alemana apunta directamente al nacionalismo ucraniano.
“La experiencia de sufrimiento y masacre, junto con una idea extendida (fomentada por los invasores alemanes) de que los judíos eran los verdaderos culpables de los crímenes comunistas, sin duda tuvo un papel importante en la oleada de progromos que se desató contra la población judía en Galitzia Oriental (y en otras partes de Polonia Oriental).”
Aun hoy, (y la obra es anterior a la guerra civil que ha dividido el territorio ucraniano), denuncia Omer Bartov en este Borrados, en la Galitzia profunda, hay “ejemplos aún más extremos de la autoglorificación ucraniana, junto con sorprendentes casos de abandono, supresión e incluso destrucción de todos los signos del pasado multiétnico de este territorio y del final trágico de ese pasado mediante una campaña de masacres y de limpieza étnica, lograda en buena medida gracias a la colaboración ucraniana.”
El viaje del autor recorre los escenarios del horror, lugares como Sambir que en 1943 había visto como la práctica totalidad de la población judía había sido asesinada por los alemanes o sus colaboradores en el campo de exterminio de Belzec, poco después también los nacionalistas ucranianos masacrarían o deportarían a la población polaca; pero la Sambir contemporánea no revela ningún rastro de la composición de su población anterior a la guerra ni de los hechos relatados en un intencionado ejercicio de limpieza del pasado.
Drogóbich, la ciudad de Bruno Schulz al que solo le recuerda con una pequeña calle, también vio como la invasión alemana se inauguraba con una matanza masiva de judíos, Stryi, despojada de su pasado tanto comunista como de la matanza de sus judíos, Bolejiv, Ivano-Frankivsk con su matanza de diez mil judíos en un solo día, Kolomya, Kosiv en la frontera con Bucovina, Kuti, Gorodenka, que sí cuenta con una placa conmemorativa de los dos mil quinientos judíos allí masacrados pero que nadie visita, Gusiatin, Chortkiv, Zoloti Potik, Monastiriska… y varias ciudades más recorridas y descritas constatando el proceso de borrado del pasado.
“Esto no significa, por supuesto, que los ucranianos no tengan ninguna pérdida que lamentar, pero sí muestra que se sienten obligados a excluir de esa pérdida el destino de los judíos (y de los polacos) asesinados junto a ellos. Es cierto que los ucranianos sufrieron de manera desproporcionada en comparación con la mayoría de los otros países durante la Segunda Guerra Mundial y el periodo posterior. Alrededor de cuatro millones cien mil civiles ucranianos (de los cuales un millón novecientos mil eran judíos) y un millón cuatrocientos mil soldados murieron en la guerra contra Alemania.” A ello se suman los casi cuatro millones de evacuados hacia el este por los soviéticos, más otros dos millones a Alemania para realizar trabajos forzados. Luego llegarían las deportaciones masivas en la etapa soviética inmediatamente después de la guerra.
Tras la caída del comunismo y la independencia de Ucrania, los antes colaboradores traidores y fascistas para los soviéticos son hoy héroes nacionales y eslabón fundamental en la lucha ucraniana por la libertad nacional, lo cual advierte Omer Bartov en absoluto asocia a estas personas necesariamente con el Genocidio. Y si bien un aspecto del pasado ha emergido de la opresión soviética, el otro ha permanecido en la oscuridad.
Y mientras otras naciones han hecho un esfuerzo para asumir su pasado, “¿Cómo se explica, entonces, la necesidad casi agresiva de expulsar de la memoria y de esconder fuera del alcance de la vista, de demoler o profanar todos los vestigios de la vida y la civilización judía que existió allí? ¿Por qué hay un deseo tan poderoso de cubrir  descaradamente los espacios de vida y muerte de los judíos con los símbolos del nacionalismo ucraniano y de su gloria? (…) El antisemitismo. Por desgracia éste es un sentimiento difícil de medir, tanto en intensidad como en consecuencias, pero para muchos habitantes de Galitzia, al parecer, los judíos siguen estando asociados tanto al sufrimiento vivido bajo el régimen soviético como a las desgracias que ocurrieron durante los años de gobierno de Kuchma. A su vez, la memoria histórica más profunda asocia a los judíos con los explotadores de los campesinos ucranianos, con la riqueza, con la arrogancia y la colaboración con gobiernos extranjeros.”

La edición de Malpaso impecable, propia de quien hace del libro un objeto de culto además de su contenido, Borrados aparte de los mapas antes citados incluye fotografías que van ilustrando el viaje de Omer Bartov.

Sería muy interesante leer este mismo viaje ahora, tras la guerra civil que desde 2013 asola y divide Ucrania con los ánimos nacionalistas más vivos que nunca.
Bartov aborda magistralmente el campo de cultivo de las ideologías más perversas y el nacionalismo es sin duda una de las peores, porque atribuirle a un ser humano cualidades espirituales por su procedencia es igual de rechazable que hacerlo por motivos raciales o volviendo a Tierra Negra de Timothy Snyder por el darwinismo mal interpretado y llevado a su extremo más siniestro de los judíos como la “no raza”.
  
En el índice completo de El Polemista podrán encontrar numerosas reseñas relacionadas con la cuestión:




lunes, 8 de febrero de 2016

La gran guerra de nuestro tiempo de Michael Morell (y Bill Harlow), y, la visión de parte de la guerra contra el terrorismo islamista.


“No se podía vivir el 11-S al lado del presidente y mirar las ruinas humeantes del Pentágono desde el Air Force One, como yo hice, sin llegar a obsesionarse con el problema del terrorismo o prometer hacer todo lo posible para evitar que una tragedia como esta se repitiera(…)Lo que sigue a continuación es la historia de la lucha de la CIA contra Al Qaeda contada desde la perspectiva de alguien que se encontró a sí mismo en medio de acontecimientos que hicieron historia y que siempre ha sido neutral, que ha buscado, e informado, de la verdad sin importar lo que quisieran oír los políticos, sirviendo a seis presidentes diferentes, tres republicanos y tres demócratas(…)una visión desde dentro de cómo nosotros en la CIA hemos afrontado la mayor amenaza a nuestra nación desde los días más oscuros de la guerra fría.”
Comienzo por la cita del prólogo de este La gran guerra de nuestro tiempo de Michael Morell (Ed. Crítica) porque el lector ya se habrá dado cuenta que es un relato de parte, lo que tomado con la cautelas lógicas hacen de él un relato de un gran interés, el autor ha sido director adjunto de la CIA y ha vivido en primera persona y como actor acontecimientos decisivos de nuestra historia reciente lo que le da un valor añadido.
Y es que además de recorrer el rancho de George W. Bush en un carrito de golf con el servicio secreto a remolque y comprobar que era “un tipo normal”, también nos cuenta que los servicios de inteligencia norteamericanos (CIA, FBI, Agencia de Seguridad Nacional) no estaban lo suficientemente infiltrados en Al Qaeda ni lo necesariamente  intercomunicados para evitar “el fallo nacional” que fueron los ataques terroristas del 11 de Septiembre de 2001 que causaron la muerte de cerca de tres mil personas y cambiaron la historia de la última década y media. Y es que el autor le da una dimensión mayor al error,
“Una de las características definitorias de Estados Unidos es que tendemos a ser reactivos a los acontecimientos, no pro activos. Y el 11-S pagamos un importante precio por este rasgo nacional.”
La experiencia personal y vital de Michael Morrell es parte esencial del relato, y confesiones como la invitación de la CIA a guionistas de Hollywood para que proporcionasen ideas sobre posibles métodos de ataque terrorista que se presentaban al presidente como “Célula Roja” que incluía la advertencia de su naturaleza especulativa también, lo que le da además una espectacularidad a un libro escrito para todos los públicos de una gran sencillez pero de un ritmo más propio de la narrativa que del ensayo, muy divertido, a veces cinematográfico.
La CIA después del 11-S triplicó el número de oficiales destinados a cuestiones relacionadas con el terrorismo, asistió a la mayor y más repentina reorientación de su historia, recibió carta de libertad “paramilitar” con capacidad de acción militar como no había tenido desde la II Guerra Mundial y tampoco oculta al mismo tiempo frustración:
“En los meses que siguieron a los ataques del 11-S, a pesar del dolor por la enorme tragedia que había tenido lugar en nuestra nación, los que trabajamos en la Agencia recibimos un tremendo estímulo al ver la unidad de determinación y la voluntad del pueblo estadounidense (…) No pasó mucho tiempo para que el sentimiento nacional se evaporase. Lamentablemente, la actitud de “estamos en esto juntos” se erosionó a favor de “vamos a encontrar a alguien a quien culpar”  por permitir que sucedieran los ataques.”
A Michael Morrell le falta en varias ocasiones una autocrítica previa, la actitud de EEUU, muchas veces irresponsable en fomentar “enemigos de los enemigos” son parte esencial de esta historia.
Esa obsesión por que Al Qaeda no pudiese utilizar Afganistán como rampa de lanzamiento para otro ataque acabó por convertir una victoria militar fulminante en la guerra más larga de la historia de EEUU. Solo les hubiera bastado con conocer mejor la historia del país y experiencias anteriores en él como la soviética, añado yo. Y él: “Quizá deberíamos haber salido de Afganistán tras forzar la salida de Al Qaeda del país, y quizá tendríamos que haber dicho a todos los afganos, incluido los talibanes: «Si dejas que Al Qaeda vuelva, volveremos también nosotros».” Y más importante: “Para mí no existe ninguna duda de que el cambio en recursos y el foco sobre el terrorismo fueron, en parte, responsables de nuestro fracaso a la hora de prever más claramente algunos acontecimientos globales como la renovada conducta agresiva de Rusia con sus vecinos.”
Irak es un episodio que evidencia uno de los fracasos de mentalidades como la de Michael Morrell al frente de la inteligencia de seguridad norteamericana más evidentes y no dice toda la verdad cuando se expresa así:
“El miedo a Al Qaeda, y el daño que se podía producir si un Estado rebelde como Irak alguna vez compartía armas de destrucción masiva con el grupo, nos llevó a la guerra (…) En última instancia, fue la amenaza de que las armas de destrucción masiva de Irak fuesen utilizadas contra Estados Unidos lo que llevó al presidente a embarcarnos en una guerra en Irak.”. Sin embargo sí acierta cuando añade: “La expansión de la ideología el Al Qaeda, que empezó cuando algunos de sus operativos dejaron el sur de Asia tras la caída de los talibanes a finales de 2001, obtuvo un nuevo impulso gracias a una narrativa que sostenía que Estados Unidos intentaba traer la guerra a tierras musulmanas.”
Confesiones como esta merecen la pena, el lector disculpará mi abuso de la textualidad, pero lean: “Michael, mi tarea más importante es proteger al pueblo estadounidense. Ahora entiendo por qué los israelíes actúan del modo en que lo hacen cuando se trata de terrorismo.”
Michael Morrell habla con sinceridad cuando reconoce su felicidad tras el golpe de Estado de Abdul Fatah al-Sisi contra el primer presidente elegido democráticamente en Egipto en sus miles de años de historia, el integrista Mohamed Morsi; y lo justifica con un mensaje sobre Hamas, aunque hubiera sido deseable que ello se hubiera tenido en cuenta en otras intervenciones de la CIA bajo su responsabilidad y por tanto de EEUU:
“No todos los países están preparados para la democracia, y la democracia, para que funcione efectivamente, es mucho más que elecciones libres y justas. Sin duda incluye esto, junto con la libertad de formar partidos políticos, competir para lograr apoyo político y votar, pero también incluye la libertad de expresión, la disponibilidad de múltiples fuentes de información e instituciones que hagan y cumplan las preferencias del electorado como ha sido expresado en las elecciones. Y forzar la democracia en países que no tienen estas características, y no pueden desarrollarlas rápidamente, es casi siempre una receta para la inestabilidad y de resultados contraproducentes para los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. El mejor ejemplo lo representa Gaza, donde en 2006 los votantes eligieron a un grupo terrorista para que los dirigiera. Y Hamás ha llevado a sus conciudadanos de Gaza exactamente a donde se pensaría que un grupo terrorista los llevaría: a la ruina.”
Sobre Libia el autor también define como “buena” la eliminación de Muamar el Gadafi por impedir la matanza de sus propios ciudadanos, La gran guerra de nuestro tiempo a veces oscila entre la razón de Estado, la sentimentalidad y el cinismo como no podía ser de otra manera en un director adjunto de la CIA.
Los últimos capítulos del libro el autor los reserva para cuestiones sobre tortura, funcionamiento interno de la CIA y ojo a la advertencia sobre Edward Joseph Snowden:
“Creo que las revelaciones de Snowden pasarán a la historia como la mayor puesta en peligro de información clasificada jamás realizada (…) Semanas después de las filtraciones, organizaciones terroristas de todo el mundo empezaron a modificar sus acciones a la luz de lo que Snowden había revelado (…) El Estado Islámico de Irak y la Gran Siria (ISIS) fue uno de los grupos terroristas que aprendió de Snowden, y está claro que sus acciones ayudaron al auge de ISIS. En resumen, Snowden ha hecho de Estados Unidos y nuestros aliados lugares considerablemente menos seguros. No digo esto a la ligera: es probable que ciudadanos estadounidenses mueran en manos de terroristas por acciones de Edward Snowden.” Se puede decir más alto pero no más claro, porque Michael Morell atribuye el comportamiento del revelador de secretos al ego y lo define como una persona que se siente subestimada e insuficientemente reconocida, un comportamiento clásico que los oficiales de inteligencia explotan en el enemigo, no estaríamos ante el caso de un soplón o de un defensor de las libertades civiles de los norteamericanos, Snowden queda aquí plasmado como un imbécil, despojado del más mínimo glamour de espía.
El lector va a encontrar también la génesis y explicación del ISIS al que le otorga cuatro amenazas importantes para EEUU:
Lo sería para la estabilidad de Oriente Medio, una zona crítica para la seguridad de los norteamericanos, supone un campo de entrenamiento cada vez mayor para el enemigo, encuentra seguidores en otros grupos extremistas y son una inspiración para personas radicalizadas en todo el mundo.
También grupos como Khorasán, Al-Nusra, Boko Haram, Al-Sharab… tienen su espacio de análisis en este La gran guerra de nuestro tiempo además de Al Qaeda o ISIS.
Irán, augura, será un problema para EEUU durante mucho tiempo, le atribuye con notable simpleza la intención de restablecer el Imperio Persa y de practicar el terrorismo como herramienta de Estado además de apoyar a grupos insurgentes, especialmente Hezbollah y Hamas.
¿Y China?: “la relación Estados Unidos-China es la relación bilateral más importante en el mundo. Hay dos caras de esta relación, una positiva y otra negativa. La positiva incluye la relación económica entre China y EEUU, que es vital para el futuro de ambos países (…) El lado negativo incluye el hecho de que China es un poder emergente en relación con EEUU que quiere tener un mayor poder de decisión y una mayor influencia en Asia Oriental, donde EEUU actualmente ocupa el asiento de conductor; también se incluye la circunstancia de que cada país necesita prepararse para la guerra contra el otro…”
No es de extrañar que el autor sostenga: “Este es un buen momento para ser oficial de inteligencia.” Y el libro termina con un auto reconocimiento a su trayectoria personal y agradecimientos.


La edición de Crítica impecable, no falta el imprescindible índice analítico que ayuda a convertir este libro en un texto necesario en cualquier biblioteca destinada a la geopolítica de nuestros días además de penetrar en la mentalidad de todo un referente de la inteligencia y la seguridad norteamericana y lo que ello conlleva, también en lo personal aunque el lector no pasará por alto que la actualidad, y desde luego el tiempo, juega en contra de una visión de los EEUU y la Pax Americana extensiva y globalizada que cede a la actual, la de renuncia a la conducción del mundo y una mayor concentración en los problemas internos, dejando a La gran guerra de nuestro tiempo como un libro de historia, unas valiosas memorias de Michael Morell.


El lector encontrará numerosas reseñas de libro relacionados sobre geopolítica, terrorismo... en EL POLEMISTA: índice completo hasta 2016: http://elpolemista.blogspot.com.es/2015/12/indice-completo-de-el-polemista-hasta.html