No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

martes, 15 de noviembre de 2016

Los años de Madridgrado de Fernando Castillo, y, Madrid, ciudad “extranjera”, revolucionaria y comunista.


Vuelve Fernando Castillo a El Polemista con este Los años de Madridgrado (Ed. Fórcola), anteriormente y en la misma editorial lo había hecho con los excelentes Noche y niebla en el París ocupado y De la Ocupación a Mayo del 68, y ahora deja el universo Modiano para ahondar en el sentimiento antimadrileño durante la Guerra Civil de los escritores y periodistas del bando nacional. El autor ya había publicado Capital aborrecida, Madrid y el arte nuevo 1925-1936 (Ed. Polifemo).
Es a lo largo del siglo XIX cuando, especialmente en la literatura, aparece un sentimiento antimadrileño y antiurbano que se acentuará a lo largo de la centuria y que en los años de la Guerra Civil y la posguerra, convierte a Madrid en una ciudad aborrecida y culpable para los ganadores de la guerra. En realidad el fenómeno de rechazo a las urbes modernas que también se ha dado en Europa, coincide con el surgimiento de las sociedades modernas y se expresa a través de la literatura, el arte y el discurso político en España entre 1898 al compás de la implantación del régimen liberal y la industrialización como rechazo de lo urbano en favor del campo, y 1945. En realidad el fenómeno de la idea de la Arcadia feliz y la prédica antiurbana se remonta a la Antigüedad.
Se trata de una idealización del campo y del nativismo de la vida campesina en contraposición a las ciudades de fábricas y masas obreras con sus reivindicaciones, lo que generó temor y rechazo hacia las nuevas formas de vida por parte de las clases medias conservadoras españolas; a ello se sumaba la condición de Madrid como capital de un sistema político desacreditado a finales del siglo XIX y como la encarnación y la esencia del sistema político surgido de la Restauración.
Es el caso de los escritores y artistas del 98 que se mostraron muy críticos con el modelo de ciudad moderna, masificada, tecnificada e industrializada.
Como corolario el afianzamiento de las actitudes agraristas y castellanistas que se habían iniciado con el carlismo anteriormente y a las se sumaría el desarrollo de los nacionalismos vasco y catalán.
Posteriormente la Generación del 14, a pesar de su vocación europeísta, criticará de Madrid sus limitaciones como ciudad moderna en comparación con otras europeas.
La idea de Ortega y Gasset, la modernidad de la sociedad española pasaba por la superación del tradicional dilema campo-ciudad en todos los aspectos, también en el literario, en favor de todo lo que significaba la urbe.
A finales de los años 20 las reivindicaciones obreras y la creciente intervención de las clases populares alimentaron actitudes antiurbanas tradicionales que coincidían con otras próximas al fascismo.
La llegada de la II República y el papel que jugó Madrid en ello confirmaron los temores de los que creían que la ciudad estaba sufriendo un proceso de plebeyización que revelaba la existencia de una amenaza revolucionaria. La reacción inmediata fue el fortalecimiento del ruralismo de raíz castellana que había surgido en el siglo XIX como reacción a la industrialización y al liberalismo. Y esa antimodernidad se incorporará rápidamente a grupos de corte autoritario y entre ellos al falangismo.
“En lo que se refiere al sentimiento antimadrileño, la Sanjurjada tiene una importancia esencial, pues representa la primera de las tres fechas –con el 18 de julio y el 7 de noviembre de 1936- de otros tantos fracasos de antirepublicanismo que forman las efemérides del martirologio de los sublevados. La necesidad de justificación de estos fiascos, cada vez más frustrantes y dolorosos, pasaba indefectiblemente por la culpabilización de la capital y de sus habitantes, por la conversión de la urbe en el paradigma de lo odiado, en la metonimia de lo republicano y, más adelante, de lo comunista, de lo soviético.”
Durante la Guerra Civil el Madrid republicano se convirtió en una absoluta obsesión para los sublevados  que plasmaron una visión de Madrid tan crítica como reaccionaria que se mantuvo hasta los años inmediatos de posguerra y que se puede resumir en el término “Madridgrado”, acuñado por Queipo de Llano y luego convertido en el nombre de una novela de Francisco Camba publicada en 1939. Es la idea de una urbe roja, comunista y extranjera, sucursal de Moscú y sucesora de Petrogrado creada por periodistas y escritores del bando nacional. El modelo que se contraponía era el Madrid de finales del siglo XIX idealizada como ciudad donde vivían patronos y menestrales (no obreros) en un ambiente de sainete y alegría.
Al mismo tiempo, el castellanismo mencionado de principios de siglo había evolucionado al falangista antiliberal, tradicionalista y radical, tendría consecuencias más adelante cuando aún se creía que se podía vencer a la modernidad: “La oligarquía remolachera y triguera local vio en 1936 la oportunidad histórica de imponerse tanto a la capital como a otras regiones de España, orientando al Estado que surgía con la sublevación alrededor de la idea castellana. Ahora, el intenso nacionalismo de instituciones como el Ejército o de la mayor parte de las fuerzas políticas sumadas a la rebelión permitía aspirar a la castellanización del nuevo régimen.”
Y la imagen de Madridgrado le debe mucho a los huidos de la capital en plena guerra, desempeñaron un papel trascendente en Burgos o Salamanca, -modelo ideal históricamente de la urbe hispana por otra parte -“contribuyeron al desarrollo de una actitud nostálgica hacia Madrid que tenía mucho de romántica y cuyo objeto era una ciudad inexistente como la de principios de siglo, sino también la extensión del odio hacia la capital, convirtiéndola en una referencia esencial entre los sublevados.”
El fin de la guerra trajo planes urbanísticos nuevos en los que se revelaba una voluntad de transformación encaminada a suprimir los rasgos esenciales de la ciudad que se consideraba hostil al nuevo régimen. Había que hacer una capital acorde y se miró a los modelos urbanísticos de la Alemania nazi y la Italia fascista aunque pasados por el tamiz historicista que situaba a los Austrias por el máximo momento de gloria.
“En 1939, Giménez Caballero, parangonaba a Franco con Felipe II, pues si el monarca había instalado en Madrid la capital en 1561, el general la había redimido mediante su conquista.”
Los planes de ordenación urbanística de Madrid tras la guerra, como el de Pedro Bigador en 1942, recogen la idea del Madrid azul, entre ellos destaca la fachada del Manzanares, calificada luego de “imperial” y ante todo la plaza de Cibeles  junto con el Paseo de la Castellana como respuesta a la apoteosis popular de las zonas del centro de la ciudad, en un primer momento tenían reservado un destino mayor que la Plaza de Oriente que en contra de lo previsto acabaría siendo el centro representativo del franquismo.
Y el primer alcalde del Madrid franquista sobre la ciudad, Alberto Alcocer: “debe ser puesta sobre la mesa de operaciones”, como el desfile de la victoria, “primer acto de carácter fascista celebrado en la capital y el primero de estas características que vieron los madrileños, y que, años tras año, les fue repetido de manera incansable, como si la guerra hubiese acabado  unos días antes, hasta 1975.”
Y con gran acierto Fernando Castillo cita a Antonio Elorza en su “La modernización política de España”, en la que magistralmente explica que el franquismo y la parte sustancial de las fuerzas políticas que lo apoyaban, más que una revolución conservadora era una contrarrevolución que, siguiendo la estela del integrismo surgido a finales del siglo XVIII, pretendía borrar toda huella de la España liberal y reformista.
O a Santos Juliá, que recuerda que a quienes llegaban a Madrid la ciudad les parecía una fortaleza sitiada por un anillo de miseria que la rodeaba por todas partes, una sensación que compartía el propio Franco, los lugares que recogió Martin Santos en Tiempos de silencio.
“Durante estos años, las críticas a Madrid eran sobre todo críticas al franquismo, el régimen que había impulsado la idea de Madridgrado. Unas críticas que en este caso procedían exclusivamente de los nacionalismos periféricos, especialmente del catalán y del vasco, empeñados en identificar la ciudad, otrora símbolo de la revolución, con la dictadura. Para ellos, Madrid siendo la capital aborrecida.”

Por este Los años de Madridgrado, y es una de las mayores aportaciones del libro aunque la he dejado en un segundo plano en esta entrada por la finalidad divulgativa de este blog y la extensión razonable de la reseña, Fernando Castillo desliza el bisturí no solo histórico e ideológico de la obra literaria que dándole la razón a Dionisio Ridruejo sostiene que el testimonio de lo vivido (en este caso de la guerra) lo recoge antes el novelista que el historiador debido al papel que juega la imaginación a la hora de ir más allá de los datos y de recrear ambientes y mentalidades; quizá por eso Fernando Castillo ha demostrado lo que se puede hacer con el universo Modiano y repite el ejercicio de erudición y de investigación tanto en lo histórico como en lo literario.
(A ello se suma claro está el contexto, que la literatura sobre el llamado “Madrid Rojo” constituye un género literario que tuvo notable éxito entre público y escritores partidarios de los sublevados).

Este libro no es solo un libro de historia, lo es de literatura y de arquitectura, en realidad engloba todo el universo de Madrid en el recorrido histórico, justamente el campo en el que Fernando Castillo es original y brillante,  por aquí pasan perfectamente enmarcados con su obra Agustín de Foxá, Ernesto Giménez Caballero, Concha Espina, Francisco de Cossío, Wenceslao Fernández Flórez, Rafael López de Haro, Francisco Camba, Tomás Borras, Jacinto Miquelarena…


Una vez más la edición de Fórcola es impecable, a la extraordinaria bibliografía se suma el imprescindible en estos casos índice onomástico y el buen gusto a la hora de editar que pasa por el acierto de la cubierta con la Puerta de Alcalá con el escudo de la URSS y los retratos de Maksin Litminov, Iósif Stalin y Kliment Voroshílov en el Madrid de 1937.

Podrán encontrar abundante tema relacionado en Indice completo de EL POLEMISTA: Vuelve Fernando Castillo a El Polemista con este Los años de Madridgrado (Ed. Fórcola) : http://elpolemista.blogspot.com.es/2016/08/indice-completo-hasta-septiembre-de-2016.html