No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

lunes, 31 de julio de 2017

El Relato nacional. Historia de la historia de España de José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente Monge, y cómo nos hemos contado.


Toda sociedad narra su pasado y este es un pilar básico sobre el que se edifica la identidad colectiva. La realidad es secundaria en el proceso, se trata de predicar consignas de solidaridad grupal y quien las discute se convierte automáticamente en antipatriota. Y es que la historia no ha sido siempre una actividad dirigida a conocer los hechos pretéritos, muchas veces son relatos destinados a legitimar o ensalzar al gobernante o magnificar el origen de los pueblos.
En El Polemista encontrarán abundantes reseñas al respecto, entre ellas Dioses útiles, naciones y nacionalismos de José Álvarez Junco (http://elpolemista.blogspot.com.es/2016/04/dioses-utiles-naciones-y-nacionalismos.html )
Este El relato nacional (Ed. Taurus) está basado aunque reescrito, anotado y completado en Las historias de España. Visiones del pasado y construcción de la identidad (Ed. Crítica-Marcial Pons 2013), todo un referente para la historiografía en España.
Estamos ante un ensayo sobre la relación entre la visión del pasado con el territorio y lo que hoy llamamos españoles. Una visión que comenzó en el plano legendario, con inverosímiles  antepasados y tribus que habitaban en la península Ibérica vinculados  con los poderosos del momento.
En los siglos medievales Isidoro de Sevilla redactó la primera historia colectiva, pero la del pueblo godo, no del español, que habría recibido una paradisíaca Hispania como premio a sus proezas.
A finales del siglo IX, Alfonso III para legitimar su poder elabora las crónicas históricas vinculando su monarquía asturiana a la sangre del linaje real godo, algo imposible dado que se trataba de una monarquía electiva en la que se alternaban diferentes familias dominantes.
En el siglo XIII surgieron las crónicas generales que pretendían aunar el pasado romano con el godo para así lograr el primer relato peninsular unificado. Más adelante la escuela judeoconversa del siglo XV dirigió sus esfuerzos hacia Europa dada la pretensión de los reinos peninsulares de rivalizar con otros reinos europeos. En el eje astur-galaico-leonés-castellano que acabaría siendo el poder central fue especialmente evidente, pero sucedió también en Portugal, Navarra, Aragón y Cataluña además de la España musulmana donde nacieron tradiciones historiográficas diferentes.
Caso curioso de la mitología medieval es el de los patrones, Santiago, patrón inicial de los reinos cristianos del norte peninsular incluido Portugal, sustituido allí por San Jorge, soldado romano del siglo III que venció al dragón, el cambio de patrón se produjo después de la llegada de la dinastía Avis tras la batalla de Aljubarrota (1385) cuando sus aliados ingleses se acogieron a la protección de Saint George frente al Santiago castellano.
Los aragoneses por influencia francesa invocaban a San Martí aunque en Cataluña se abría paso bajo Pedro IV el Ceremonioso Sant Jordi.
En el Renacimiento y Barroco aparecieron eruditos que sin el menor pudor o escrúpulo inventaban antecedentes a la carta a las casas nobiliarias a las que servían, frente a ellos reaccionaron en el siglo XVII y XVIII los novatores o ilustrados que defendieron la crítica documental lo más rigurosa posible.
“Las décadas centrales del XVIII fueron también el momento en que comenzó a escribirse la historia con la idea  de que pudiera ser utilizada en la enseñanza (…) representaron la plasmación del canon historiográfico que el siglo ilustrado había ido perfilando.”
Con las tropas napoleónicas aparece el relato liberal con la creencia en que los pueblos además de independientes desde un pasado remoto se habían dotado de instituciones “libres”.
Será todo el siglo IX un permanente debate entre la tradición laico-liberal y la católica-conservadora, la primera bajo el ideal de una España que debe su identidad a las luchas medievales por la libertad y la independencia patria y la otra en la expansión imperial al servicio de la religión.
“Quedaba así planteado, en términos historiográficos, el abismo que separaba la interpretación del pasado entre aquellos dos mundos culturales que fueron llamados “las dos Españas (…) Así la visión negativa, en relación con el pasado español, que provenía de la llamada leyenda negra. Los conservadores no podían consentir que se generalizara esta versión y pasarían pronto a la contraofensiva. Y su argumento principal residiría, precisamente, en la valoración positiva que hacían del papel de la Iglesia católica en el pasado nacional.”
A finales del siglo XIX con la llegada del positivismo y de nuevos campos científicos como la arqueología, la antropología física, la historia institucional y la cultural, la nación no dejará de ser el marco incuestionable del relato, la crisis del 98 traería el “problema de España” destinado a gozar del protagonismo más de medio siglo, se convertirá en un angustiado género identitario regeneracionista presente en lo ensayístico, filosófico y literario.
“El clima intelectual que nutrió los ambientes más radicalmente opuestos a la república instaurada en 1931, que inspiró la sublevación de 1936 y que dominó el régimen establecido en 1939, heredó lo fundamental de la visión nacional-católica  de la historia nacional elaborada en la segunda mitad del siglo XIX, antológicamente expuesta por Marcelino Menéndez Pelayo.”
Esta visión también estaría alimentada por los irracionalismos europeos  que a principios del siglo XX reaccionaban contra el positivismo anterior. En el caso español, aunque vinculado a los fascismos tenía la particularidad del elemento católico y la defensa del Antiguo Régimen más que por los nacionalismos modernos.
La renovación venía de los hispanistas norteamericanos, franceses e ingleses liberados tanto de la “leyenda negra” y del romanticismo.
En los sesenta llegaría la contestación, tanto desde el marxismo propio de la izquierda europea del momento, como del nacionalismo periférico típico en la segunda mitad del siglo XX español.
“La historiografía española, en resumen, se caracteriza hoy por la ausencia de un paradigma dominante (…) Los lazos con el mundo académico internacional, y la participación en los grandes debates historiográficos, siguen siendo escasos, aunque incomparablemente superiores a los de cualquier momento anterior. El futuro está más abierto que nunca y el momento puede considerarse prometedor.”

En plena oleada populista la visión de la historia cumple una función definitiva, especialmente en el caso de los nacionalismos que en España ha alcanzado niveles delirantes como los que estamos asistiendo en el Procès, un ejemplo de como la historia es necesaria para legitimar cualquier pretensión identitaria.
Pero coincidiendo con las lecciones de Álvarez Junco a lo largo de toda su obra, las identidades nacionales son una construcción histórica que viene de factores contingentes aunque por supuesto también los hay estructurales. Nada es atribuible a lo religioso, a lo mítico ni a espíritus colectivos que habitan en los nativos de cualquier lugar.
Así que no hay un espíritu ni español ni de ningún otro país, en nuestra identidad y en la forma de construirse no hay excepcionalidad alguna.
Estamos ante un libro extraordinario al que una reseña tan breve no puede hacerle justicia, se une a ello la magnífica edición con más cien páginas de notas, ilustraciones y un imprescindible índice onomástico además de una excelente y muy útil bibliografía.

En El Polemista podrán encontrar numerosas reseñas relacionadas con la historia y la identidad en su índice http://elpolemista.blogspot.com.es/2016/12/indice-de-el-polemista-hasta-2017.html